Si Martín Lutero y el Papa Francisco hubieran coincidido en el tiempo fueran grandes amigos. Los dos son reformadores natos y defensores de que lo que une a los cristianos es lo que importa, no lo que los divide y los enfrenta unos con otros.
Resulta y viene a ser que el próximo 31 de octubre se celebrará en Lund, Suecia, el 500mo aniversario de la Reforma, cuando Martín Lutero plantó sus 95 tesis en la puerta principal de la Catedral de Wittenberg en Alemania.
El Papa Francisco presidirá este solemne acto ecuménico, acompañado por el Obispo Presidente, Munib A.Younan, de la Federación Mundial Luterana de casi 90 millones de seres humanos, y el Arzobispo de Canterbury (100 millones), cabeza visible de la Iglesia Anglicana (Episcopal).
Entre luteranos y episcopales existe un convenio de mutuo reconocimiento y aceptación solidaria. Junto a la Iglesia Ortodoxa y la Iglesia Romana, son las cuatro iglesias troncales del cristianismo histórico contemporáneo.
No olvidemos que Martín Lutero fue un monje agustino del Norte de Alemania y que su influencia se diseminó por los países nórdicos (Alemania, Suecia, Noruega, Finlandia, Dinamarca, etc.). Más que teológica, la diferencia fue antropológica y cultural. Para la mentalidad nórdica, blanco significa siempre “blanco” y negro significa siempre “negro”, sin ninguna diferencia semántica. Ni “gris”, ni “amarillo” ni “verde”, como podría interpretarse desde una perspectiva “romana”, típica de los filósofos escolásticos de la época de Lutero, a los que él llamaba “orfebres de palabras”, que todo lo interpretaban de acuerdo a sus respectivas conveniencias.
“Yo nunca quise fundar ninguna religión, simplemente traté de retornar a las bases bíblicas del cristianismo para reformar una tendencia que se había apartado del mensaje original del Evangelio”. Así declaró Martin Lutero, basándose en Romanos 1:17: “El justo siempre vivirá por la fe”. Y la fe es un don de Dios y no depende de nuestras obras personales (Efesios 2:8).
Lutero, cuyo nombre original era el de Martin Luder, plantó sus 95 tesis básicas en la Catedral de Wittenberg, contra la venta y la compra de indulgencias “garantizando” el perdón de los pecados y la “salvación” individual, patrocinadas por el Papa León X de Roma, en busca de fondos para la terminación de la “Basílica de San Pedro”. Lutero consideraba que eso era totalmente anti-cristiano y anti-bíblico y que la Iglesia de Roma no era más que la continuación disfrazada del antiguo Imperio Romano, con la figura del Papa como la del Cesar Romano “disfrazado” de cristiano. De cristianismo no tenía ni siquiera el nombre y por eso siempre se ha llamado “Iglesia Romana”.
“Ich bin ein Gefangener des Wortes Gottes” (soy un prisionero de la Palabra de Dios). “Hier stahe ich, ich kann nichts anderer” (esta es mi posición, no puedo hacer otra cosa), declaró Lutero ante la presencia de Carlos I de España y V de Alemania en Augsburgo, el señor de horca y cuchillo de la época y “Emperador del Sacro Imperio Romano Germánico”.
Martin Lutero se salvó en tablitas de la hoguera porque los príncipes alemanes lo protegieron. A Gerónimo Savonarola, su contraparte italiana y monje dominico, lo frieron vivo en la estaca. Lo mismo hicieron con Juan Huss, rector de la “Universidad Carolina” de Praga, Checoslovaquia. Lutero, sin embargo, se negó a ir a Roma y tuvieron que juzgarlo en Augsburgo, en territorio germánico, a petición de Frederick, el “Sabio de Sajonia” (Friedrich der Weise), protector de Lutero.
Tal como le sucedió a Juan Pablo Duarte y a los Trinitarios dominicanos el 28 de julio del1844, con aquella amenaza de excomunión “latae sententiae” en la Carta Pastoral del Arzobispo Tomás de Portes e Infante (apoyando la candidatura de Pedro Santana y a su política anexionista), Martín Lutero y su grupo fueron amenazados de “excomunión mayor” por la Iglesia de Roma, con la bula papal “Exsurge Domine”, acto que culminó después en la “Dieta de Worms”, el 19 de abril del 1521, donde se les excomulgó formalmente, creando así las bases de una división religiosa innecesaria entre el Norte y el Sur de Europa. Una división que degeneró en la “Guerra de los Ochenta Años” y en “La matanza de la noche de San Bartolomé en Francia” (1572).
Un hecho histórico poco conocido en nuestros días es que Martin Lutero fue uno de los propulsores originales de la separación entre la iglesia y el Estado, uno de los objetivos principales de los Trinitarios y de Eugenio María de Hostos en Las Antillas.
Además, Lutero fue el primer traductor al alemán autóctono del “Nuevo Testamento”, algo a lo que se oponía tajantemente la Iglesia de Roma y que fue uno de los factores de su “excomunión”.
Es importante notar también que el Papa Francisco es jesuita, de la orden religiosa fundada por Ignacio de Loyola, uno de los líderes de la “Contrarreforma” contra Lutero. En ese sentido, el encuentro del próximo 31 de octubre en Suecia, marcará un hito histórico de trascendencia ecuménica para toda la cristiandad.
Tanto Martin Lutero como el Papa Francisco, no importa la época, son hombres “imprescindibles” que trascienden las épocas en que viven. Junto a la Madre Teresa de Calcuta, cuya canonización se acaba de celebrar este verano, son seres fuera de serie, a quienes se les puede considerar “seres humanos de todas las épocas”.
Por eso este “Quinto Centenario de La Reforma” es de tanta trascendencia para los que nos ha tocado compartir este tiempo sobre la faz de la tierra.
¡En horabuena!