Cuando el presidente saliente y entrante Danilo Medina terminó su discurso de despedida y toma de posesión el martes 16 de agosto, de inmediato me dije que había sido “pero que muy bien”. Paso a paso articuló y a la vez ensambló su discurso con hechos y temáticas favorables entintadas de aristas insinuantes de prematura campana reeleccionista hacia el 2020.

Aunque por su estilo y contenido fue un discurso vigoroso y prometedor, según su sesgo y auto imagen de gobernante exitoso, sólo fue interrumpido con entusiasmo adulador una vez por sus adláteres que colmaron el salón. Qué pasó ahí no lo sé, pero juro a Dios que aquello podría asumirse como sintomático…aunque ignoro de qué y en cuál dirección a futuro.

Al hablar disfrutaba de su victoria reciente, seguro de que su historial indudable de éxitos se reflejaba en su entusiasmo discursivo, con un resultado mayúsculo de un 62 % reconocido de la boca para afuera por el truchimanero de la JCE-aunque ciertamente nadie se atreve a regatearle el haber ganado.

Los medios de comunicación social escritos, radiales y televisuales  formales, y hasta los de internet formales y los informales, lo celebraron de inmediato y hasta el día siguiente, de modo y manera que Danilo Medina disfrutó del efecto de la Primacía en mayúscula, esto es, que quien llega primero bebe agua limpia, y poco asunto le prestaron a la deserción de los legisladores oposicionistas y a la declaración guerrerista del vigorizado Partido Revolucionario Moderno (PRM).

Pero no. En la Recencia –polo opuesto a la Primacía- le ha ido en mayor grado peor que en lo mejor de su Primacía. Le han dado hasta con el cubo del agua, lleno de piedras. Han sido impiadosos con él y le han desflecado el discurso. Desde la misma noche del miércoles, el jueves ni se diga, se lo desarticularon y desencajaron, lo tildaron de mentiroso, de incumplidor, de demagogo asaz; de haber presentado un país idílico probablemente invitando así a los presidentes asistentes a las ceremonias de traspaso y continuación de mando a quedarse a vivir aquí, en el reinado de lo posible bueno y de las abundancias de bienestares.

Como que el jefe comunicacional presidencial Roberto Rodríguez Marchena, su equipo y todos los periodistas fieles seguidores y los alabarderos y lambones de todos los gobiernos que aceitan, no antevieron la formidable avalancha que ha desdibujado aquel discurso exitoso.

Tal vez Andrés L. Mateo, con su artículo mal titulado Fulgurazos –en vez de ¡Ramalazos!- exactamente irreverente y más que efectivo (en Hoy y Acento.com.do el jueves pasado), haya sido quien reflejara con mayor crudeza los efectos catastróficos de la Recencia en la comunicación del anti discurso, como parte de la ola de muchos otros comentarios, cual ese día en ese diario el de Marien Aristy Capitán, titulado Danilo Medina o ese sueño que quiere vender.

Me parece que el problema central del propagandístico e impactante discurso –ni cuenteo, ni me aceitan- residió en que lo pronunciara un martes: ni te cases, ni te embarques, ni de tu familia de apartes…

Ni mucho menos te juramentes:

“Juro ante Dios y ante el pueblo, por la Patria y por mi honor, cumplir y hacer cumplir la Constitución y las leyes de la República, proteger y defender su independencia, respetar los derechos y las libertades de los ciudadanos y ciudadanas y cumplir fielmente los deberes de mi cargo”.