Crítica de arte, estudio sobre el artista latinoamericano y proceso de recepción del arte se enmarcan en la pluralidad y la diferencia. La relación entre obra de arte, artista y público son los ejes de estudio de la crítica entendida como proceso formativo e integrado de productividades y, diríamos hoy, artisticidades en contexto.

En Mirar en América, atinado título para esta selección de trabajos, observamos que el mirar y lo mirado por Marta Traba es todo un continente, un lenguaje plural, una geografía sociocultural y artística asumida como archivo, texto, lenguaje y visibilidad. Lo que como recorrido desoculta la autora son los signos, imágenes de mundos, vertientes, sueños, resistencias, planteamientos, versiones y espacios de la representación. En este sentido, los nacimientos, constelaciones artísticas, temporalidades, usos ideológicos, fluencias y espaciamientos, conforman mundos individuales y experiencias estéticas propias de la América continental.

Nombres de la crítica de arte en América Latina son puestos en páginaa y análisis desde una visión analítica particularizada. Así las cosas, Mirko Lauer, Aracy Amaral, Juan Acha, Carlos Rodríguez Saavedra, Jaime Concha, Federico de Morais, Néstor García Conclini, Ferreira Gullar, Damián Bayón, Jorge Alberto Manrique, Rita Eder de Blejer, Ida Rodríguez Prampolini, Teresa del Conde, Coelho Fola, Roberto Pontual, Emilio Adolfo Westphalen y otros, caminan en el trazado crítico de Marta Traba desde la actividad analítica y la escritura-cultura de la resistencia.

Lo que analizaba la crítica eran pintores y obras, autores visuales contextualizados en una visión o tendencia que particulariza lo figural y lo abstracto. La doxa crítica se tiende a un reconocimiento de tipo teórico-crítico:

“En 1960 la inmensa mayoría de la pintura latinoamericana es totalmente abstracta; abstracta con ciertas formas, como Damiani, Fernando García Ponce o Galdós Rivas, Testa o Morales; o figurativa vergonzante, como la de los panameños Dutary o Trujillo, el argentino García Uriburu, el mexicano Enrique Echeverría.” (p. 105)

Pero a propósito de las formas abstractas y su marco teórico general, Marta Traba refiere las ideas del historiador y crítico de arte italiano Giulio Carlo Argan (Ver, p. 106), a propósito de “la rebelión dirigida contra el arte” y sobre la llamada “descripción de la imagen”. Se hacía necesaria una visión del ver abstracto. Así, y según Marta Traba:

“El “ver” abstracto, pues, es un modo de ver que apunta a dos metas: primero, restaurar la existencia de la visión individual; segundo, darle a esta visión un poder de transmitirle las imágenes, pero sin valerse de ellas.” (Ver asterisco en p. 107, Edición citada).

Marta Traba insiste en su posición al respecto:

“El hacer espiritual de la pintura abstracta procedería, por consiguiente, de acuerdo con estas reflexiones, de un Individuo que rechaza la condición de hombre-masa que le intenta imponer la sociedad; pero, además, el producto resultante es distinto al que procede del juego geométrico practicado por el arte moderno después de la Segunda Guerra Mundial. La obra de arte abstracta, dice Argan, produce un impacto, algo inusitado, mientras que los juegos (actuales) provocan un “no-impacto”, algo que se da inmediatamente como habitual y familiar…” (Ibídem.)

“Por el contrario, el arte abstracto se mantuvo en el nivel de la estricta emisión individual de significados. Pero el mérito de un artista abstracto no está únicamente en el acto de destruir las imágenes y sus coordenadas históricas espacio-temporales  esto sería un acto revolucionario, pero no también un acto estético.” (p. 107, parag. cit.)

La cita anterior solicita indudablemente una lectura del contexto de producción teórico y crítico, no solamente en el ámbito latinoamericano, sino también en el ámbito universal. La adhesión al contenido establecido de las imágenes y a la destrucción de las mismas, actualiza la vieja polémica entre los espiritualistas y los realistas en el arte; entre los figurativistas y neofigurativistas, iconodulos e iconoclastas. Estos han marcado e influido en la tradición de las ideas y las imágenes como punto de diferencia en la historia, la teoría y la lectura de las imágenes.

Algo que se debe tomar en cuenta en esta edición de los escritos artísticos y culturales de Marta Traba, es la unidad temática de la selección. La disposición de los materiales hace viable, visible y comprensible la concepción estético-crítica de los trabajos, habida cuenta de que los mismos expresan la problemática de su momento histórico y el hilo conductor que unifica la visión del momento y la vida crítica que en el momento vivió su autora.

Es importante destacar como valor de la presente edición, el hecho de que en el orden disposicional adoptado, nuestra autora fijaba en cada intervención su posicionamiento teórico, y por tanto, de sus trabajos que permanecen con su propia fuerza, vida y sentido de realidad. La presente edición revela también a la animadora, gestora cultural que, en su trabajo y producción crítica, situó el arte de América como un proceso y una productividad contextualizados en la creación artístico-cultural.

La obra de Marta Traba representa un campo intelectual variado, pero a la vez coherente de análisis, comprensión y movimiento del arte producido en los diferentes ejes geográficos y artísticos del continente americano. Algo que se surge en la crítica propuesta en sus aportes es que la autora no abraza de manera dogmática o tendencial ningún “ismo” en especial, ni se aferra a uno o varios artistas representativos, ni privilegia tampoco un área o un país en particular. El criterio de independencia de la autora propicia apertura en el juicio crítico, toda vez que su modo de ver-mirar o estudiar un producto artístico-visual revela una tensión, una alternativa y una práctica estético-cultural.

De ahí la importancia en estos momentos de esta antología de trabajos de Marta Traba, en un encuadre donde la lectura posmoderna del arte parece apoderarse de todo el espacio de reflexión sobre el mismo, blandiendo el látigo del desencanto estético y desintegrando las visiones del mundo en el arte.

Lo que revela en este sentido Mirar en América es un espacio teórico, crítico e intelectual marcado por la diferencia de las visiones artísticas, culturales y estéticas de los años 30, 40, 50, 60, 70 y parte de los ochenta, pero además, revela una concepción de la vida artística, literaria e intelectual que va más allá de la época y cuya inscripción trascendente permite entender todo un trabajo histórico-crítico, sociodinámico y de fondo verdaderamente sociocultural, a partir de los diversos escenarios de la producción artística e intelectual de la América continental.