Hace unas semanas, al regresar de su viaje por Rusia, mi querido maestro Alfredo Freites me obsequió una matrioshka, la famosa creación artesanal de los rusos, que consiste en un conjunto de muñecas que se contienen una dentro de la otra, y que se presume tuvo su origen a finales del siglo antepasado.

Mientras colocaba en mis estanterías este apreciado regalo, concluí en que el tema de la violencia en nuestro país tiene en la matrioshka la mejor imagen para explicarlo y entenderlo, puesto que este tema trae contenido en el otros problemas cada cual más difícil.

Desde el 2005, la violencia es el principal problema que deben enfrentar las autoridades y que más preocupa a los dominicanos.  En la suerte de matrioshka que es la inseguridad ciudadana, uno de sus componentes más complejos, complicados y sensibles lo representa, indudablemente, el asesinato a las mujeres.

En los últimos años la violencia de género se ha incrementado de forma significativa en nuestro país: República Dominicana tiene la cuarta tasa más alta de muerte a mujeres de forma violenta y la vigésimo quinta en todo el mundo.

La repulsa social que causan los asesinatos a mujeres conmueve y moviliza cada vez a más ciudadanos.  Desde entidades de la sociedad civil, artistas, intelectuales hasta dirigentes políticos y candidatos presidenciales intentan proponer soluciones para con la violencia contra las mujeres, pero esta se recrudece.

El problema nos desborda.  Aunque el tema tiene tantas aristas que lo complejizan y nos obliga a buscar soluciones de alta sofisticación, pienso que la clave está en empezar a ver la violencia de género como consecuencia y así ponernos en condiciones de encontrar sus causas.

Me explico: el asesinato a la mujer es el último eslabón de una cadena de maltrato y, en muchos casos, la muerte es el elemento que visibiliza una violencia que para el común de la gente y, aún más para las autoridades, es invisible hasta que sucede lo irremediable.

En ese orden tenemos que revisarnos todos: ciudadanía, partidos y autoridades para construir un nuevo enfoque que haga segura y confiable la vida de las mujeres.

Todo ha de comenzar dejando atrás lugares comunes como llamar a las mujeres mariposas o tratarlas como seres especiales a quienes hay que privilegiar por una fragilidad que no es tal, en vez de crear las condiciones para que sus oportunidades de progreso, bienestar y prosperidad les sean dadas no por ser mujeres, sino por ser humanas.