El diagnóstico médico fue septicemia. Le habían perforado el útero.
A sus trece años, María pasa los días haciendo los oficios de la casa y atendiendo a sus hermanos más pequeños. Este año no pudo asistir a la escuela, la pandemia no se lo permitió.
Siempre quiso ser enfermera. Su cuerpecito espigado le permite moverse con soltura entre los pocos muebles que tiene la casa de techo de palma y piso de tierra que comparte con sus hermanos y José, su padrastro. Juana, la madre, pasa la semana fuera trabajando como servicio doméstico con dormida.
A la vuelta de Juana, porque la habían despedido del trabajo como consecuencia de la pandemia, la encontró tímida y distante. Con mareos y vómitos, pasando mucho tiempo en cama.
Después de interminables discusiones, finalmente pudo conocer la causa de la tristeza que le embargaba. No podía creer lo que escuchó, se resistía a aceptar las palabras de su hija. Su primera reacción fue de dudas, buscar otro culpable. No podía ser.
José había desaparecido, nadie lo había visto en el último mes. Se cree que se fue al Este, donde tiene familia. Durante un año vivió abusando de María, acosándola y amenazándola con quitarle la vida si revelaba lo que estaba ocurriendo.
Juana no sabía qué hacer, su hija estaba embarazada de José, el padre de su último hijo. Quién la podría ayudar en esta situación, con quién podía hablar del tema en busca de orientación. No sabía si podía recurrir a la justicia. Había conocido historias de adolescentes que quedando embarazadas por adultos las obligaban a casarse con ellos. En el caso de María, era casar a su hija con el padre de su hermano menor.
Decidida fue a visitar al fiscal, quien después de escuchar lo que estaba sucediendo, procedió a poner una querella contra José Gómez, con paradero desconocido. Al preguntarle qué hacía con el embarazo, el abogado le contesto que no sabía, que fuera donde un médico.
No le quedaba otro remedio que ir a la maternidad del pueblo, allí conversó con el obstetra que va los miércoles al hospital. El médico le dijo que solo podía atender el embarazo; que él, María y Juana, no tenían derecho para hacer otra cosa, que la interrupción del embarazo en el país estaba prohibida por las leyes del hombre y las leyes divinas.
Pero Juana, mujer resuelta, no se quedaría con los brazos cruzados. Fue entonces cuando resolvió ir donde doña Isabel, mujer recomendada por su experiencia para resolver la situación. Todo ocurrió muy rápido, después de acordar los honorarios, María fue sometida a varios procedimientos en una cama colombina usando una varilla de paraguas con punta de gancho para extraer el producto que llevaba en su útero.
Ahora, María está muy enferma, desde ayer le empezaron las fiebres, luce pálida y tiene fuertes dolores en todo el vientre. Apenas puede incorporarse de la colchoneta donde su madre la acostó hace tres días luego de traerla de Arroyo Blanco, la comunidad vecina donde la llevó para interrumpir el embarazo.
Historia novelada, reconstruida con pedazos historias similares.