No se necesita conocerla ni hablar su idioma para admirar a Francia, cuna de la libertad y la solidaridad humana. Su himno nacional, La Marsellesa, escrito  por Rouget Lisle, el 14 de julio de 1795, día de la toma de la Bastilla, que dio inicio a la Revolución, ha servido para levantar a los franceses cuando la adversidad y la intolerancia han querido quebrar su espíritu libertario. Se le prohibió durante el imperio y la Restauración y no volvió a cantarse hasta la Tercera República. Los nazis lo proscribieron durante la ocupación entre 1940 y 1945, pero su canto ha inspirado siempre su compromiso con los ideales de confraternidad y libertad que guiaron la revuelta contra la esclavitud y la monarquía.

Quién no vibra de emoción al escuchar a la inmensa Edith Piaf cantar, con su melódica voz de contralto, esas notas que bien podrían haber sido escritas para estos tiempos  en que el terror  ha tocado toca sus puertas con un legado de sangre y muerte:

“Marchemos hijos de la patria, que ha llegado el día de la gloria. El sangriento estandarte de la tiranía está ya levantado contra vosotros (bis)/ ¿No veis bramar por las campiñas a esos feroces soldados? Pues vienen a degollar a nuestros hijos y a nuestras esposas/ ¡ A las armas ciudadanos!¡Formad vuestros batallones!/ Marchemos, marchemos. Que una sangre impura empape nuestro suelos! / ¿Qué pretende esa horda de esclavos, de traidores, de reyes conjurados?/ ¿Para quién son esas innobles trabas y esas cadenas tiempo ha preparadas (bis)?/ ¡Para nosotros franceses! Oh, que ultraje (bis) ¡Qué arrebato nos debe excitar! / Es a nosotros a quienes pretenden sumir de nuevo en la antigua esclavitud.

No es solo un himno. Es el alma del pueblo francés, que ha librado intensas batallas por la libertad del género humano, objetivo hoy de quienes pretenden imponerle  al mundo las cadenas de la esclavitud y la ignorancia mediante acciones terroristas.