Poseedor de una sólida preparación académica, con el antecedente de una exitosa y reconocida carrera empresarial y tras ocho años de activa experiencia legislativa en la Cámara Baja, en cuyo segundo período resultó reelecto con la mayor votación obtenida por un diputado, David Collado fue llevado al gobierno del Distrito Nacional con el respaldo de más de 277 mil ciudadanos que depositaron en el sus esperanzas de rescatar la Ciudad Primada.
Ha sido la más alta cantidad de sufragios obtenida por un aspirante a la sindicatura capitaleña, al cabo de una campaña que representó un nuevo estilo de hacer política, donde toda crítica a la larga gestión de su derrotado contendor cedió espacio a un bien elaborado proyecto de gobierno basado en las reales necesidades de la urbe, tanto de los sectores de clases alta y media como en los barrios donde habitan los núcleos de más bajos ingresos.
Ocioso recapitular en detalle los resultados de su gestión, para lo cual sería preciso disponer de mucho mayor espacio. Ha sido la consecuencia de un intenso trabajo continuo, sin días ni horas de reposo, siguiendo una hoja de ruta sustentada en un serio trabajo profesional ausente de gestos de artificio y destinado a hacer de la capital una urbe más acogedora, limpia, ordenada, vivible y segura.
Los resultados están a la vista, a beneficio y disfrute del vecindario de las tres circunscripciones que abarca el territorio de su gestión, donde resalta el escrupuloso y transparente manejo de los fondos públicos, el cual retribuye la misma con índices de respaldo mostrado a través de diferentes encuestas, que superan la cifra también sin precedentes del 87 por ciento.
Más aún, sin haberlo propuesto, trascendiendo los precisos límites municipales de su obra de gobierno, el resultado de esta ha trascendido a nivel nacional haciéndolo figurar de manera espontánea entre las figuras políticas que despierta mayores simpatías en la ciudadanía llegando a otorgarle categoría presidencial.
Con todo este aval de respaldo, David Collado dispone de sobrados méritos para ser considerado como un inapreciable activo político. Como tal debiera ser valorado en el seno de su propio partido, aprovechando su potencial como posible compañero de fórmula de su candidato presidencial, y posible pieza de relevo y continuidad de gobierno en el supuesto caso de que el PRM pudiera alzarse con la victoria en las elecciones generales del 2020.
Una tarea nada fácil frente a un fogueado PLD, con un experimentado y exitoso equipo político probado en cuatro sucesivas campañas que le han permitido mantenerse en el poder de manera ininterrumpida por espacio de dieciséis años. Y con un candidato presidencial que a falta de un discurso florido dispone en cambio del aval de una eficiente gestión al frente del ministerio de Obras Públicas. Quien piense lo contrario pecaría de iluso y arrogante y posiblemente quedaría abocado a un estrepitoso fracaso.
De ahí la necesidad de que el PRM pueda presentar un frente sólido contando, entre otros muchos recursos que tendrá que movilizar, con un discurso de propuestas atractivas y convincentes y… ¿que mejor argumento y elemento de apoyo a sus promesas de hacer un buen gobierno que tomar como ejemplo palpable la gestión eficiente y transparente llevada a cabo por Collado al frente de la Alcaldía de la capital?
¿Son esas las razones por las cuales algunos compañeros de militancia y posibles aspirantes a la candidatura vicepresidencial han estado tratando de crearle a éste un mar de fondo con críticas infundadas y sin la menor justificación ante el temor de que pueda ser el escogido?
Es lógico y saludable que en el seno de un partido político se manifieste interés por parte de sus miembros en tratar de escalar posiciones cimeras y lograr espacio en las candidaturas. De hecho el PRM está nutrido de una gran cantidad de figuras, veteranas y jóvenes, de gran valía. Pero no lo es en modo alguno que esas aspiraciones no se sustenten en méritos propios, sino en tratar de restar y poner en tela de juicio las cualidades de los restantes competidores. Es la negativa práctica del serrucho (la clásica “serruchadera de palo”). Tal parece estar ocurriendo en este caso.
Ambiciones desmedidas y mal orientadas que contribuyeron a crear divisiones en su seno fue el germen que llevó a la desaparición del PRD como uno de los partidos políticos mayoritarios del país, y que después de las sendas victorias electorales alcanzadas por Antonio Guzmán en 1978 y de Salvador Jorge Blanco en el 1982 y los distintos desprendimientos posteriores a que dieron lugar, le vedaron la posibilidad de volver al poder hasta el 2000 en forma efímera por un solo período con el triunfo de Hipólito Mejía y su frustrado intento de lograr la reelección en el 2004.
Toca ahora al PRM, y en especial al propio Luis Abinader, como principal interesado, aprovechar esas amargas experiencias para impedir que las mismas prácticas divisionistas se entronicen en su seno. La campaña solapada contra Collado debiera servirle de aviso.