Reviso a Maquiavelo nuevamente. Para él, los soldados mercenarios eran inútiles y peligrosos. En política, el uso de esas tropas que pelean por botín no es menos peligroso: sus desmanes pueden acabar con la reputación de un líder o el trabajo de un partido en poco tiempo.
Debemos insistir en el tema, o en el drama, ahora cuando el país vuelve a escandalizarse sabiendo de funcionarios depredadores. Le ha tocado el turno a Juan Sánchez, pareja perfecta de Josefa Castillo. El dirigente Sánchez – cuyos desmanes fueron denunciados con anterioridad por los medios sin que nadie intentara suspenderlo – conducía al desastre una de nuestras joyas educativas, el ITSC.
Convertía a un instituto técnico de primera categoría en una “escuelota”. El desalmado, tuvo el descaro de colocar allí – rompiendo el récord de Josefa – a quince (15) familiares directos y, a conveniencia propia y de “su gente”, escupir las normativas de excelencia que rigen esos planteles.
Como pirata desalmado, aparte de saquear (porque llenar de botellas cualquier institución gubernamental es saqueo), intentaba aprovecharse sexualmente de subalternas (al parecer, viejo vicio de ese “Trucutú”). Para más escarnio a la población, dicen que pudo dejar a su parentela chupando cheques del Estado. Y todo ocurrió sin que escuchásemos el puñetazo en la mesa del presidente Abinader.
Quienes dicen conocer de plagas, afirman que donde hay una cucaracha, un alacrán, o cualquier insecto dañino, hay dos. Andan en parejas. Si matamos uno debemos matar al otro, de lo contrario, todo queda infectado. Ante una plaga, no caben titubeos.
No se puede complacer a toda una militancia, mucho menos emplearla a diestra y siniestra, sin correr el riesgo de volver al clientelismo burdo que tanto se le critica al PLD. Es un dilema continuo al que se enfrentan los líderes que escalan el poder en coaliciones o arrastrando cuadros ya corrompidos y acostumbrados a servirse de los dineros públicos. Entendemos que esta administración no la tiene nada fácil, rodeada como está de busca cheques.
Vuelvo a Maquiavelo, ese que nuestros políticos apenas entienden. Citan eso de que “el fin justifica a los medios” a conveniencia, sin asimilar que, para el florentino, el último fin del poder es servir al pueblo. Ese es el fin que justifica los medios. Lo demás puede ser desgobierno.
Asegura el filósofo del poder que “los ejércitos mercenarios durante la paz despojan a su príncipe tanto como a los enemigos durante la guerra, pues no tienen otro amor ni otro motivo que los lleve a la batalla que la paga del príncipe…” En nuestro caso, la guerra sería la campaña y la paz el gobernar; el príncipe Luis Abinader y los mercenarios, esos militantes como Josefa y Juan, que empañan la imagen de cualquier gobernante.
Conociendo el daño profundo que la clase política ha infligido a esta nación, consciente de que muchos ejercieron como bandas al margen de la ley, nunca he pretendido – ni aconsejo que nadie lo pretenda – que en un solo período de gobierno pudiera recomponerse aquí el quehacer político. ¡Es imposible!
Sin embargo, es atinado y razonable esperar que se hagan realidad algunos cambios impostergables; aspirar a que no se cometan desatinos ni se caigan en debilidades innecesarias; a pedir una rígida intolerancia y determinación a la hora de reprender viejas y dañinas costumbres del pasado.
Son otros tiempos, ya nadie quiere ver funcionarios como Josefa y Juan. Este pueblo asegura que cada vez que el presidente expulse de su lado a uno de esos mercaderes tendrá mayor seguimiento y simpatías. Si los deja, perderá tantos votos como quisiera verle perder la oposición.
“El príncipe que tuvo como primera acción deshacerse del viejo ejército mercenario y crear uno nuevo, coloca los cimientos sobre los que puede construir cuanto edificio quiera”.