Un mapa musical en un país tan sonoro como el nuestro resulta una tarea complicada. Podría pensarse que todo sería cómodamente establecido. No necesariamente este mapa musical tendría una separación física de ritmos y formas musicales dominicanas, pues por múltiples razones estas se entrecruzan.

Este mapa podría construirse desde perspectivas distintas, o bien por expresiones musicales muy presentes en determinadas regiones o por tipo de género y su presencia en la territorialidad nacional. Una u otra de estas maneras clasificatoria coinciden con la complejidad del tejido sociocultural en nuestro país.

Por género seguimos el desplazamiento de ritmos como el merengue que, si bien tiene modalidades como el llamado merengue liniero, ya poco presente en nuestra geografía musical, el perico ripiao más propio del Cibao central, pero al mismo tiempo aparecen grupos musicales en el este, en el sur y en la capital. Sin embargo, el llamado merengue clásico basado en una orquestación más amplia que el perico ripiao y con tonalidades musicales algo diferentes, ya este ritmo, o su manera de representación, es nacional.

Este sería su presencia en un mapa nacional, en el que el merengue tradicional aparece en todo el territorio y el perico ripiao, una modalidad regional cibaeña, aunque no solo allí se baila y se toca, también en otras zonas rurales y urbano-populares.

El bolero en su momento fue más urbano de la capital y otros sitios, que convirtieron al bolero en la expresión danzaría íntima de la clase media urbana y los sectores populares

La bachata, de su lado, sufre lo mismo que el merengue por su popularidad y su difundida presencia en rincones de todo tipo hoy. Se tiene a la bachata inicialmente como liniera, urbana marginal y demás sectores rurales. En un mapa musical, la bachata debe estar presente en todo el país, no hay manera de fragmentarla territorialmente.

Los atabales, más afroamericanos en su rítmica y más sagrado en su función social, está en todos los rincones del país, aún con las modalidades de toque particulares en muchos sitios del país, pero es el más nacional de todos los ritmos dominicanos, no necesariamente el más sonado en la radio, los espectáculos y presentaciones, pues su sacralidad, limita sus lugares a manifestaciones mayormente de la religiosidad popular, aunque en el sur se suele bailar en dimensión secular.

Como vemos estos ritmos son nacionales en su presencia, ejecución, demanda popular, bailes y hasta las modalidades de su toque. Por lo tanto, esto implica que en un mapa musical estos ritmos podrían presentarse de dos maneras, aquellas zonas cuando la modalidad genera una importante variante como el perico ripiao y por el otro, su representatividad en todo el territorio como una forma generalizada, esto se haría punteando/sombreando de una forma, la modalidad y de otra su generalización.

Otros ritmos son más regionales y locales como por ejemplo los guloyas de San Pedro de Macorís, relacionada la música y su baile a una representación escénica y por eso se conoce como teatro popular danzante por el desplazamiento de sus miembros en las calles de algunos sectores de la ciudad como el barrio Miramar y relacionado a una inmigración venida al desarrollo de la industria azucarera a finales del siglo XIX, procedentes de las islas caribeñas bajo dominio inglés. Este desplazamiento se hace acompañar de una teatralización del pleito bíblico entre David y Goliat, textos narrados o pasajes, acrobacias, danza y música, se entre cruzan en un espectáculo de sinigual significación declarado Patrimonio Inmaterial de la Humanidad por la UNESCO en el 2005. Es una música y una organología particular que acompaña su danza.

El Bambulá, es localmente de Samaná, con tradición de ritmos afroamericanos en su estructura musical y baile, de tradición familiar su mantenimiento y centro de agrupamiento de descendientes afroamericanos instalados en la zona. Por ser de gran apego familiar, la muerte de Bertilia, su mentora, ha afectado su continuidad, pues descansaba en una tradición de ella como portadora y no necesariamente en una expresión comunitaria o regional, lo cual afectó su proyección en el tiempo, aunque se hacen esfuerzo por revivir la tradición.

La zarandunga, es localmente banileja, ligada a una tradición religiosa, se distingue en su organología, toques y formas danzarías que la hacen particularmente atractiva. La ritualidad norma y pauta el ritmo, pues en las dimensiones sagradas, la música está condicionada por lo sagrado, lo cual no implica la ausencia de su rítmica, danza e improvisación de sus ejecutorias, en estos casos más bien, la danza se ciñe más a un patrón danzario establecido, los músicos siguen pautas musicales, pero se hacen acompañar de la polirritmia y la improvisación de sus ejecutantes. Tes modalidades existen en la tradición: Pueblo Nuevo de Baní, la Vereda y Fundación. Estructurada en tres piezas: bomba, capitana y jacana. Se llama, a la forma danzaría, Jacana y a los cánticos, Morano y su festividad se relaciona a la celebración de San Juan Bautista.

Los congos, es un complejo socio religioso, cultural y musical de la llamada Sabana del Espíritu Santo, que geográficamente involucra la parte norte de la capital dominicana y pobladores del este del país entorno a la ciudad, involucrados en ese complejo sistema de creencias. El ritmo de congo es muy particular a Villa Mella y algunos de sus comunidades como Mata Los Indios, aunque no exclusivo. El toque, la organología, y la litúrgica en la que se relaciona, está ligado a las honras fúnebres y despedida de sus cofrades y allegados y la celebración de la santa patrona, la Virgen del Rosario.

El carabiné, presente en el sur lejano, sobre todo Las Matas de Farfán y otros poblados de San Juan de la Maguana, es hoy menos regional, y más local a estas zonas. Inicialmente era un ritmo secular del sur del país, basado en una estructura de cuadrilla comandada por un guía que conduce el rimo y los cambios haciéndolo más militar en su coreografía. Se baila en pareja, dando vueltas y con brincos en su danza.

Hoy el carabiné logra sobrevivir porque pudo mutarse con el vudú de la zona rural del sur lejano y pervive como acompañante del culto, aunque se toca igual, se danza casi igual con pequeños cambios y, sobre todo, desde su danza y su toque se producen posesiones en las deidades del culto. Toda esa transmutación le ha permitido perdurar en el tiempo. Antes estuvo presente en Azua, Baní, la línea fronteriza, y otros pueblos del sur, tocado por las orquestas nacionales y sitios de bailes en otros lugares fuera de su fuero territorial, y como parte del repertorio musical. En el mapa hoy se queda en las comunidades locales de San Juan de la Maguana.

El pri-prí es muy local a la zona norte de la capital y sus pueblos aledaños, como Villa Mella y otras comunidades, siendo fundamentalmente secular, aunque a veces se presenta en demarcaciones de la religiosidad popular para alegrar el momento. Su organología, es una extraña mezcla del acordeón, la güira, y el palo echao o tambor acostado, donde se produce una rítmica a contrapelo y cuya danza resulta muy complicada.

El son, aunque de procedencia cubana y divulgado en la región por la radio y las velloneras, llega al país en los años 40 del siglo XX y se difundió desde las ciudades porteñas como Santo Domingo y Puerto Plata a todo el territorio nacional, sobre todo, en las zonas populares de las grandes ciudades y semi rurales y de profunda conexión con asentamientos afrodominicanos como San Pedro de Macorís, la capital, Villa Mella y zonas del sur, como palenque, Nigua, Nizao y otras. También, Puerto Plata en el norte, pero extrañamente el ritmo y su danza figurativa y cadenciosa, también tiene adherentes en ciudades con otras expresiones socio-raciales como Santiago, la Vega, Mao, Valverde, y si seguimos contando y así logramos un sombreado nacional.

El bolero en su momento fue más urbano de la capital y otros sitios, que convirtieron al bolero en la expresión danzaría íntima de la clase media urbana y los sectores populares, mientras otros sectores se acompañaban de la bachata, con influencia a veces, de estos ritmos familiares o parientes.

El gagá es de origen haitiano que se dominicanizó, en la zona de los bateyes. Su regionalización está muy relacionado a los bateyes de toda la zona vinculada con la producción azucarera más reciente. No obstante, su desplazamiento desde su lugar de origen, el batey los Viernes Santo, hacia comunidades vecinas, hacen de este ritmo un baile de calle o rodante, que se desplaza contagiando a quienes encuentra en sus caminos, senderos y ciudades, con una gama inmensa organológica, sobre todo, una rítmica muy pegajosa.

Aunque ritual, es también el gagá una manifestación socio-religiosa donde haitianos y dominicanos y dominicanos de origen haitiano, disfrutan tres días de la Semana Mayor, en toques muy ritmicos, danzas de la más erótica y sensual del país y el Domingo Santo de resurrección, cuando se despiden luego de devolver el espíritu protector del gagá y el lunes…a los campos de caña a seguir la faena.

Finalmente, el merengue de calle, los colmados y colmadones, de los ritmos urbanos, son los más dominantes en las nuevas generaciones. Más urbanos en sus inicios, generalizados en todo el país hoy, tanto el dembow, el merengue de calle, como otros llamados ritmos urbanos, copan la atención de las nuevas generaciones, y los más viejitos, y su geografía se ha hecho presente en todo el territorio nacional por el contagio que produce, sobre todo, su danza y rítmica, la lírica no alcanza el nivel de limpieza creativa esperada, pero sin dudas son ritmos que han logado colocarse en el gusto popular y de gran presencia nacional.

Otras manifestaciones musicales y vocales como la salve, esta última, aunque no está separada de su dimensión musical-vocal, casi nunca se danza y está muy relacionada al mundo sagrado, haciéndose acompañar de los panderos, las manos, pero, sobre todo, el canto responsorial y vocal, donde radica su fuerza de entonación.

La más católica de estas salves se hace acompañar de las manos y el canto a capela coral y las más rítmicas de ascendencia o mezcla afroamericanas, llevan percusión en su base rítmica. Es de presencia nacional con modalidades.

Las Tonadas del Cristo de Bayaguana, es fundamentalmente de la región este y presente hacia algunas provincias vecinas como María Trinidad Sánchez del norte, donde existen algunos adeptos. Es un canto de desafío, con una décima improvisada y que se relaciona a temas de la cotidianidad, aunque su convocatoria está presente en distintas manifestaciones religiosas o no, como nueve días, fiestas patronales, velación de santo, entre otras. Muy presente y acompañante de las romerías del Cristo de Bayaguana, que culmina en la celebración del 28 de diciembre en la iglesia del Cristo de Bayaguana.

Los chuineros de Baní, son locales en algunos campos de la provincia Peravia, zona dominante mente canaria en sus primeros asentamientos y cuyo canto de porfía, como el del Cristo de Bayaguana, acompaña a diferentes momentos de sus comunidades desde festividades seculares, celebraciones comunitarias, fiestas patronales y despedida de difuntos.

Hoy se ha ido creando un interés por la generación de relevo, pues la tradición descansa en personas muy adultas y siendo un patrimonio local de sinigual valor, debe hacerse un esfuerzo por crear los continuadores que dan vida y presencia a esta importante tradición vocal, no se hace acompañar de instrumentos musicales, y su cualidad descansa en la capacidad e ingenio de quienes improvisan y logran montarse en la escala de sus tonos.

Esta caracterización presentada, nos construye un mapa musical entrecruzado, y a la vez, especializa determinadas expresiones vocales y musicales por región o provincias. Lo cierto es que de todas maneras, estamos ante un territorio marcado por una musicalidad territorialmente extendida, diversa, con matices sincréticos marcadamente visibles, en sus danzas o coreografía y en su base rítmica, que tiene en la percusión el corazón de África y en las cuerdas, su cántico y el acordeón, el alma europea que, sintetizando en esta geografía isleña compartida con la República de Haití, la construcción como conglomerado, de sus vivencias, su historicidad y sus procesos socioculturales confluyentes, que se expresa en un rostro sonoro, dancístico y vocal.