Nota de la redacción de Acento: El movimiento cívico Participación Ciudadana realizó un encuentro en memoria de Manuel Ortega, uno de sus fundadores, quien falleciera la pasada semana. Juan Bolívar Díaz pronunció las palabras centrales del homenaje. El acto fue el viernes en la tarde. Estas fueron las palabras de recordación, en presencia de su viuda y de su único hijo:

Estimados amigos y amigas, compañeras y compañeros:

Nos convoca hoy la celebración de una vida extraordinaria, de un ser humano excepcional, militante en valores, coherente en el sostenimiento de principios, tanto en el orden social, como religioso y político. 

Manuel Ortega Soto, nuestro querido Manolo, transcurrió por este mundo sembrando fe en los más altos valores de la convivencia humana, en el amor, la fraternidad y la solidaridad, dejando una estela inmensa de cariño entre quienes tuvimos el privilegio de cruzarnos en su camino.

Nació en Cuba el 8 de marzo de 1932, de padre y madre acendradamente católicos, que con orgullo entregaron al seminario de los jesuitas a su único hijo varón, quedándose con tres hijas, dos de ellas gemelas.

Cursó las humanidades en La Habana, y filosofía, teología y pastoral social en centros de altos estudios de España, Alemania, Austria y en Estados Unidos, donde alcanzaría el doctorado en ciencias políticas. Se especializó en asuntos poblacionales y durante muchos años fue consultor en la materia, de Profamilia y dirigente de la Federación Internacional de Planificación Familiar

Manolo nos llegó de regalo en 1964. Ya ordenado sacerdote, no pudo regresar a Cuba, porque la Compañía de Jesús había chocado frontalmente con la revolución de su antiguo alumno Fidel Castro. Decenas de los jesuitas expulsados por el régimen habían sido destinados a la República Dominicana. Y para acá fue también enviado Manolo, quien no vivió los traumas de aquellos y tuvo mayor capacidad para vincularse a las juventudes que en los sesenta querían transformar el mundo, sobre todo en la República Dominicana que anhelaba dejar atrás las décadas de tiranía.

Así, mientras el arzobispo Octavio Beras y la mayoría de los sacerdotes que ejercían en la zona colonial y ciudad nueva salieron huyéndole a la revolución constitucionalista de 1965, Manolo hizo el recorrido inverso, y desde su sede en el Politécnico Loyola, donde era consejero espiritual, arrancó para la candelada y, junto a los también jesuitas José Antonio Moreno y Tomás Marrero, echaron anclas en la Iglesia de San Miguel.

Manuel Ortega Soto, miembro fundador de Participación Ciudadana

Allí nos refugiaríamos también una buena parte de la dirección de los movimientos juveniles católicos, que respaldábamos el intento de restablecer el régimen democrático y constitucional, y rechazábamos firmemente la intervención militar norteamericana que frustraría aquella epopeya histórica.

En San Miguel y San Lázaro, organizábamos el reparto de alimentos que con contribución de Estados Unidos auspiciaba Cáritas Internacional. Asistíamos a los heridos y ofrecíamos charlas sobre doctrina social de la iglesia en los comandos constitucionalistas. Hasta llegamos a celebrar dos o tres sesiones del diálogo con los marxistas que se desprendió del Concilio Vaticano Segundo, en el comando del MPD establecido en el liceo Argentina. También editamos el semanario Diálogo, y sostuvimos un programa nocturno, de media hora diaria, en la radioemisora constitucionalista. con definida posición de rechazo a la imposición y a la guerra, y en defensa de los derechos humanos y políticos, incluyendo el de auto-determinación.

Aunque hacíamos de todo, los tres jesuitas se dividieron el trabajo. Marrero era el párroco y director de los repartos de alimentos, Moreno, sociólogo que escribiría “Barrios en Armas”, era como el canciller, comandaba las relaciones con el alto mando constitucionalista y Manolo el vínculo con los jóvenes, a los que daba aliento y sustento en las jornadas duras de sangre, miedos, angustias y desesperanzas. De mi llegó a decir que siempre era pesimista, pero que no me dejaba paralizar por ello.

Es que el padre Manuel Ortega, el sacerdote de vocación científico-social, había asumido coherentemente el aggiornamento del Concilio Vaticano II, y los compromisos de las encíclicas, desde la Rerum Novarum, de 1891, a la cuadragésimo anno, a la Mater et Magistra del Papa Juan XXIII, hasta la Gaudium et Spes, de Paulo VI en el 1965.

Con Manolo los jóvenes católicos oímos hablar de los teólogos progresistas de aquella década, Hans Kung, Karl Rahner, Ives Congar, y sobre todo de Pierre Teilhard de Chardin, quien llegó a cuestionar hasta el dogma del pecado original y escandalizó los ámbitos tradicionales, generando entusiasmo en las nuevas expresiones del cristianismo con sus teorías sobre la materia, la vida y el pensamiento en constante movimiento. El Punto Omega de Teilhard de Chardin planteaba una colectividad armonizada de super conciencias en una tierra cubriéndose de granos de pensamiento por miríadas, a escala sideral.

De esos vuelos siderales estaba armándose la madurez intelectual de Manolo cuando chocó con el tremendo atraso de su Iglesia y sus escasas luces para interpretar lo que significó el estallido político-social de 1965 en la República Dominicana.

Al finalizar la guerra del 65, y antes de que los líderes de los movimientos juveniles católicos pudiéramos ser víctimas de la más rigurosa ortodoxia conservadora, Manolo se dedicó a buscarnos becas en universidades católicas, para que estudiáramos en el exterior, incentivado además porque la Universidad estaba cerrada. Así que Martha Olga García y Miguel Angel Heredia, se fueron a Lovaina, Vivian Mota a la Universidad Católica de Chile, Naya Pereyra y Cholo Brenes a la complutense de Madrid, y Juan Bolivar viajó a México, con una beca, que resultó a medias, en la Universidad Iberoamericana, como la de Lovaina y Chile, también regenteada por los jesuitas.

En México me tocó conocer la familia de Manolo, y de qué manera. Don Manolo Ortega González y Manuel Soto, me recibieron en el aeropuerto, me instalaron y me asumieron como si fuera Manolito, porque él les había encargado que me ayudaran. Su generosidad no tenía límites, pero sí un problema, que doña Manuela me quería tratar  como el Manolito que se fue a los 14 años, y no me querían dejar libre ni un solo domingo. Nos quisimos hasta sus muertes, muchos años después, a pesar de las discusiones que sosteníamos don Manolo y yo, que ella mediaba amorosa, protegiendo a su Manolito de los recitales ultra conservadores del padre, que había sido de los primeros en huir de Cuba, siendo ejecutivo de una empresa naviera que aportaría uno de los barcos hundidos en la invasión de Bahía de Cochinos.

Manolo fue extrañado del país y trasladado a Miami por la Compañía de Jesús al concluir el 1965, y allí siguió resistiendo las estigmatizaciones de algunos de sus compañeros religiosos, que lo consideraban tonto útil del comunismo, hasta 1969 cuando pidió dispensa de sus votos y optó por la vida laica y luego el matrimonio.

En uno de mis viajes a México me tocó ablandar a doña Manuela para que entendiera que una vez salido del regazo de la Compañía de Jesús, donde fue incomprendido, lo más natural y hasta beneficioso para él, era que no anduviera solitario y penando.

Casado con Vivian Mota, vivieron muchos años en Chile, pero Manolo nunca rompió sus lazos emocionales con RD. A su retorno por el 1983 vivió algunos meses en mi apartamento. Yo disfrutaba de su inquebrantable capacidad para charlar, por horas hasta por teléfono, y para compartir música y poesía. El buen humor lo acompañó hasta el final, pues ya en cama y sin poder articular muchas palabras reíamos a carcajadas. Cuando vivíamos juntos en la Urbanización Fernández teníamos unos jóvenes vecinos aficionados a la música popular de alto volumen. Y una mañana sabatina Manolo disfrutó cuando acordamos competir con ellos. Yo tenía un super equipo, con el cual le dimos un bethovenazo con la novena sinfonía, que no pudieron resistir y enmendaron por siempre su afición.

En esos años se desempeñó como director ejecutivo del Centro Dominicano de Organizaciones de Interés Social, lo que contribuyó a echar raíces con la sociedad civil. Contribuiría también su labor docente en la UASD, INTEC y UNPHU.     

Una etapa crucial de Manolo fue la de sus dos décadas en la Agencia Internacional para el Desarrollo,  de los Estados Unidos, en República Dominicana, donde llegó a dirigir su área de promoción democrática. Sus profundas convicciones contribuyeron a que la USAID se comprometiera con las reformas políticas y la promoción de la institucionalidad democrática.

Al formularle un reconocimiento en el 2008, Rafael Toribio dijo que “cuando se escriba la historia de la democracia, de la sociedad civil y de los partidos en nuestro país, se tendrá, necesariamente, que hacer mención especial de Manolo Ortega y a los esfuerzos que realizó, durante muchos años, para la consolidación de la primera, el fortalecimiento de la segunda, y la recuperación de la legitimidad y credibilidad de los terceros”.

Su influencia fue clave en los esfuerzos que se hicieron por la limpieza electoral en 1994, y cuando eso no fue posible, en la documentación y la resistencia al fraude electoral. Influiría en el papel de la USAID, y de la embajada de Estados Unidos, y en el esfuerzo de los expertos de la Fundación Internacional para Sistemas Electorales (IFES), durante la intensa y extensa crisis postelectoral. Su ayuda fue también extraordinaria para la documentación del fraude que yo dejé patente en el libro “Trauma Electoral”.   

Y aquí estamos hoy recontando girones de una vida productiva y estelar de un ser humano humilde, que expresamente rechazó salones de funerarias y celebraciones religiosas. Sin embargo, aceptó que lo despidiéramos en esta casa, albergue de sus últimas realizaciones sociales. A decir verdad, estuvo presente desde el acto fundacional en 1993, aunque en bajo relieve por sus responsabilidades de entonces en USAID.

Con la complicidad de su esposa Flérida del Castillo, que con tanta abnegación y sublime entrega le acompañó durante casi 4 años de penalidades físicas, logramos que aceptara este acto de celebración de su vida.

Tuve oportunidad de despedirme de él, cuando ya le había pedido a Flérida que lo dejaran ir en paz. Respondió a mi apretón de mano, cuando le dije que su vida nos había iluminado a muchos, que siempre la celebraríamos, y que descansara para siempre en el mundo de los justos.

Manolo emigra profundamente insatisfecho con su Iglesia. No podía entender que a estas alturas de la ciencia y con la revolución cultural del último medio siglo, su iglesia siguiera estigmatizando el divorcio y los anticonceptivos, excluyendo en gran medida a las mujeres y desconociendo sus derechos, sosteniendo el celibato para el sacerdocio como un dogma y aferrada al rancio autoritarismo y falso providencialismo que niega la mínima democracia interna, pero la predica a los demás.

Se ilusionó con el Papa Francisco, pero advertía que las fuerzas del pasado le consumirían muchas de sus energías y la rueda conservadora seguiría pautando las decisiones del Vaticano hasta que el Espíritu Santo se manifestara estrepitosamente. .

La degeneración de la política, nacional e internacional, con fenómenos como Trump, y las incertidumbres de una época de escasos paradigmas, lo desconcertaron y apenaron en sus últimos años.

Pero como un ser humano con sentido cósmico, Manolo era consciente de que la lucha por el mundo mejor, por la fraternidad, la solidaridad y la justicia no están al alcance de nuestras vidas efímeras y leves. Y que las reformas culturales y estructurales viajan mucho más lentas que nuestros sueños. Por eso tenía en su escritorio estas máximas del escritor universal  William Rivers Pitt que dice: “No cuento con que aquello por lo que lucho llegue a ser realidad en el transcurso de mi vida. En la actualidad, el estado de cosas ha llegado demasiado lejos. Acepto la posibilidad de fracasar y morir derrotado, pero eso no me preocupa. Vale la pena emprender la lucha porque nuestra causa lo merece. Pretendo dedicar los años que me restan de vida a esta lucha, sin esperar resultados. Más tarde o más temprano nuestra causa prevalecerá. Pueden ponerlo por escrito, como lo acabo yo de hacer. Probablemente no estaré aquí para verla convertida en realidad. Pero la victoria es su propio premio porque un mundo mejor es posible y eso es a fin de cuentas, lo único que importa”.

Celebremos, junto a su eterna compañera Flérida, y su único hijo Michel, la inconmensurable vida de entrega y generosidad de Manolo Ortega, que ha emprendido vuelo convertida su materia en polvo, por expresa voluntad propia. Pero no polvo del que arrastra el viento, sino polvo de estrellas, de la raza cósmica, sideral.-        

7 de febrero del  2020.- 06