La razón de ser del sujeto en el marco de un “contrato social” permite, además, pensar o pensarse desde Yo el Otro a partir de sus estados y cardinales de sentido:
“La necesidad de pensarse, recordémoslo, terminó convirtiéndose en un problema occidental por efecto de una prolongada tradición de relecturas practicadas por numerosos pensadores, filósofos y escritores, a lo largo de la historia” (ibídem. pp. 13-14).
El aserto de Manuel García Cartagena no deja de aludir a cierta línea “voluntariosa” de cierta filosofía de lo dominicano en cuyos usos críticos advertimos los obstáculos propios de la intrahistoria dominicana marcada por un concepto contaminado de identidad que a ratos funciona como “necesidad de ser” y en su proceso-progreso olvida el proyecto llamado “nacional” y “cultural”.
Aparte de las referencias eurocéntricas que proporciona Cartagena, existe en este libro una direccionalidad ética “negativa” en el sentido adorniano del concepto. Es precisamente en el enmarque crítico de estos ensayos donde podemos leer “lo histórico” de la historia, lo social de la sociedad, lo cultural de la cultura y lo literario de la literatura, desde la alteridad, la otredad y la mismidad. El sí-mismo pelea con la negatividad del sujeto en la tensión pensamiento-cultura y cuerpo-lenguaje.
Se trata de que “la necesidad de” rebasa su estatuto bio-social para adquirir el derecho a “existir como” sujeto-en-libertad de ser, crear, decir, reconocer y dudar de “lo real”. Indudablemente, el “Verse, pensarse y saberse dominicanos” conduce a una filosofía crítica que va más allá del “pro-onto” identitario concebido muchas veces en el “dictado” de intelectuales que a menudo reflexionan sobre “el ser dominicano”.
Es justamente en la página 17 de esta obra donde encontramos como argumento crítico la intención de “la necesidad de”, que de manera explícita, “habla” desde su reflexión crítica:
“… la necesidad de pensarse tampoco es compatible con ninguno de los modelos edulcorados con los que, hasta el final de la década de 1980, se mantuvo engatusada a mi generación bajo la promesa de que el estudio y el trabajo tesonero nos ayudarían a granjearnos el público reconocimiento, mientras una cohorte de figurones semianalfabetos se dedicaban a pillar el erario público y a vender a corporaciones extranjeras la mayor parte del patrimonio nacional dominicano” (ver, op. cit. p. 17).
La crítica a los usos ideológicos y a la tradición de un sujeto reconocido como signo de apariencia y cuerpo-recursivo de una biografía contaminada y atravesada por los mismos vicios de un “parecer” político, histórico y cultural, resume el mundo de las políticas locales en un enmarque de políticas de la interpretación marcadas por la fórmula de la figuración del Estado de bienestar y la prosperidad.
Manuel García Cartagena asegura mediante la doxa crítica que fundamenta su argumento intelectual, mediante el cual “habla” su episteme crítica y por lo mismo su confrontación con el modelo de cierta “epojé” dominicana en cuya práctica neoconservadora se ha ido construyendo la negación del sujeto crítico cultural de nuestros días. Este actor de “la mala consciencia” vive parasitariamente de la política de su propia mismidad “figurada” convirtiéndose en la base del obstáculo del “verse”, “saberse” y “pensarse” dominicano.
Como de manera procesual y crítica se lee en la organización cardinal de esta obra (véase toda la primera sección, desarrollada como cuerpo dialéctico de un pensar inductivo y deconstructivo), las tramas de un tejido crítico del llamado ser cultural, intelectual y productor de gestos, usos, vínculos e imposturas sugieren un escenario de la persona-personalidad cultural cuyo modelo es la crisis misma de su representación social, cultural y sobre todo intelectual.
El arquetipo que subyace en el discurso intelectual dominicano es el de la figura mítica dominante y por lo mismo figural del poder. La alegoría del crecimiento intelectual reproduce un plexo que sigue siendo pliegue, colgadura, maquillaje y “ganas”, muchas “ganas” de ser, pensarse y saberse exitoso y poderoso para su opción obsesiva y personalizante (véase para una crítica del marco en cuestión, pp. 18-29; pp. 30-33 y passim.)
Así pues, dos ideas que se presentan en esta obra, orgánicamente crítica, son enunciadas a quemarropa por su autor:
“Todo el mundo conoce el procedimiento: primero se nombra al pueblo para poder describirlo, luego se le describe para poder juzgarlo, pero solo se nombra, solo se describe y solo se juzga al pueblo para poder someterlo. El nombre del pueblo opera así, para el imaginario como una señal de su propia figuración, catalizando, y por lo tanto, precediendo la formación del conjunto de conocimientos más o menos objetivos o mitificados que se pueden acumular sobre su historia, su modelo sociocultural, su composición étnica, etc.” (vid. p. 39)
Esta afirmación abre sus “implícitos” críticos para formular otro argumento más directo y explícito, en tanto vertiente crítica para una demostración más puntual:
“El cuerpo popular se revela así como lo que es: una metáfora política dotada de una amplia productividad, ya que se halla en la base de todas las figuraciones del pueblo como una masa, como una multitud, como un ‘organismo’” (ibídem. pp. 39-40).
Tal aseveración se desprende de la anterior como consecuencia de una exacerbación, un estremecimiento, un “remeneo”, del árbol cultural dominicano. La explicitación crítica se funda a la vez en una filosofía y una “clínica” del llamado ser dominicano “encarcelado”, contaminado, utilizado y re-presentado por el Estado dominicano en toda su historia contemporánea.
En efecto, ese mundo, ese ser, ese pensar, ese saber(se) dominicanos se ha fragmentado abiertamente en todo su enmarque político y estratégico de sus políticas de la interpretación.
El autor de esta obra quiere, necesita agrietar ese sujeto de la crisis, esa crisis del sujeto y la memoria para acentuar más su crisis de representatividad:
“Podemos, pues, fundar nuestro proceder, aquí y ahora, sobre el postulado de que todo lo que se refiere al cuerpo popular, al pueblo cuerpo, se funda sobre una construcción ideológica que tiene en su base una formulación del pueblo-como, del pueblo figurado. Esto explica tal vez por qué otorgamos aquí una importancia capital tanto al nombre del pueblo como a las diferentes formulaciones gentilicias con las que se le asocia” (ibídem).
Nuestro autor produce otro acento y otro ritmo crítico en la siguiente estimación crítica:
“Para nosotros, es casi imposible concebir la vida cultural sin considerar la manera en que esta parece apoyarse sobre una serie de actos históricos y antropológicos de designación (o de apropiación por el lenguaje), actos que se encuentran en la base de cada sacralización, de cada poder, de cada derecho, de cada propiedad. Toda tentativa de acceder a los fundamentos sensibles y/o imaginarios de una lógica sociocultural supone, pues, necesariamente, proceder en contra o dentro de una lógica nominalista” (ibídem. loc. cit.).