Un colega amante de la pesca y genuino representante de lo puertoplateño llamado Rafo Lora, a sabiendas de mi interés por todo lo que se escribe referente a su ciudad natal, ofreció prestarme un libro de reciente aparición escrito por el ingeniero civil Manuel Andrés Brugal Kunhardt- en lo adelante será BK- a quién conocía de vista por residir en la vecindad de mis primos Rojas Franco en la calle 12 de Julio de Puerto Plata.

Conocí al autor a finales de los años cincuenta y principios del sesenta de la pasada centuria, y desde esos lejanos tiempos recordaba de su persona dos cosas: su ictíneo sobrenombre, quizá por el perfil de su rostro o por notorias aptitudes natatorias y además por la rebeldía de su pelo desobediente a todo intento de aquietamiento con brillantinas o gelatinas, no cumpliéndose en su indocilidad capilar aquello que antes decíamos: tan buen pelo pero tan mala cabeza.

Durante décadas lo tuve fuera de pantalla o del radar de mis preocupaciones ordinarias hasta verle hace unos pocos años en el funeral de mi primo Jacobito Joubert. Ocasionalmente le veía aquí en Santo Domingo y mucho me impresionó cuando el citado profesional del agro me comunicó que el pasado mes de abril se había editado una obra de su autoría recreada en la nostálgica ciudad norteña.

Suspendí de inmediato la lectura de "Las últimas tardes con Teresa" de Juan Marsé y al tener el ejemplar prestado en mis manos resultó de mi agrado no únicamente  su metafórico y simbólico titulo "Lo que vieron las casas victorianas" sino también el uso como portada de la visión difuminada de una vivienda de dos niveles mostrando el estilo antes aludido, la cual parece estar velada por una fina llovizna.

Aunque se bautizan los hijos como a uno le da la gana, consideré un desliz onomástico que el autor- en la dedicatoria- empleara el nombre de Vania para una de sus hijas pues este es el equivalente ruso de Iván es decir, que el mismo solo se aplica para designar varones, siendo dicho apelativo muy del gusto de Chejov, Dostoiewski, Gogol y otros  clásicos de la literatura rusa. Vania en Rusia es siempre un hombre, jamás una mujer.

Desde el inicio hasta el final de la lectura tuve la sensación de que BK, a pesar de ser su primera incursión en este género literario era ya un novelista consumado, un experimentado narrador tanto por los métodos y el procedimiento adoptado como por la economía, escogencia e idoneidad de las palabras y frases para comentar las más variadas acciones. Se transparentaba una maestría impropia en los extraños al arte literario.

Expresar que Antonio J. del Atta llegó a Puerto Plata "con una maleta totalmente vacía de escrúpulos" para denotar su insensibilidad y desconsideración hacia los demás; y cuando dice de  alguien "habló con su cuñado con economía de palabras y reflexión de emociones" sintetiza y resume con acierto lo que a un principiante se le haría cuesta arriba describir. Sólo los elegidos saben decir mucho con pocas palabras.

Me encantó cómo el novelista refiere el encuentro ocurrido después de varios años entre el Dr. Montilla con Antonia, la criada con la cual de adolescente descubrió el sexo.  Dice entre otras cosas esto: “se preocupaba de que ella recibiera su risa como una respuesta educada y no un abrir de puertas a su coquetería provocadora”.    Me parece genial esta aguda advertencia que sólo un novelista de fuste puede resaltar cuando se presenta una situación embarazosa entre ex amantes.

Advertencias de esta naturaleza reveladoras de la posesión en un novelista de extensos conocimientos en los dominios de la psicología, sociología  y la literatura son frecuentes en su narrativa, destacándose también esta obra por no ser un relato lineal, progresivo, ya que en un determinado momento BK suelta un personaje para rescatarlo mas adelante una y otra vez a conveniencia de la trama que desarrolla.

Esta técnica asumida en múltiples oportunidades por escritores veteranos presenta dificultades insuperables para los novelistas debutantes, y en el caso de ser asumida por estos últimos notamos un mal manejo del tiempo, incongruencias, incoherencias y falta de armonía en el conjunto que desmeritan el esfuerzo realizado.  En la prosa de BK no constatamos en ningún instante estas disonancias.

La estancia en Francia del autor y su familiarización con varias facetas de la realidad de ese país son evidentes, como la clásica cita del peruano César Vallejo “Me moriré en París con aguacero /un día del cual tengo ya el recuerdo”, y además cuando cita a Maurice Papon el prefecto de la Policía de París del cual se supo que durante la ocupación nazi entregó mas de mil judíos para su deportación a los campos de exterminio.

Ahora bien son los comentarios históricos de BK- atribuidos a sus personajes – lo más significativo de este trabajo, no solamente los directamente vinculados a las peripecias del protagonista durante y después de la dictadura trujillista, sino las relatados por otras figuras de la novela demostrativos de que el autor realizó una larga, paciente y minuciosa labor de investigación para conocer la verdad.

Luego de leer esta obra me pregunto: cómo fue posible que en 1949 doce combatientes decidieran amarizar en Luperón desafiando un ejército de miles de hombres bien armados? Cómo fue posible que uno de ellos y tío del autor fuera admitido en el grupo a sabiendas de que estaba prácticamente ciego? Cómo fue posible que incurrieran en esta aventura si el Frente Interno de Liberación estaba desarticulado por completo?

En Constanza en 1959 las posibilidades de éxito también fueron mínimas pues como aseguraba Pablito Mirabal a su arribo los dos grupos quedaron aislados por quedarse en el avión los equipos de comunicación; no llegó comida  ni los pertrechos prometidos por vía aérea; fueron ubicados y bombardeados rápidamente; no había resistencia interna real y los que venían en apoyo por el mar llegaron demasiado tarde.

Los que fuimos niños o jóvenes en los dos años antes mencionados concebimos grandes esperanzas con respecto a los efectos desestabilizadores que estas invasiones provocarían en el régimen imperante pero en base a los testimonios aportados por “Lo que vieron las casas victorianas” las probabilidades de triunfo eran casi nulas, teniendo las dos tentativas las características propias de un sacrificio, de una inmolación, en fin de un suicidio.

Por lo que siempre recordaré este trabajo es por el hecho de ser el primero en convencerme de lo maquiavélico y malvado que podía ser el denominado por Ramón Marrero Aristy como el andrógino de Navarrete – el Dr. Balaguer- ya que lo relevado por BK desde la página  191 hasta la 202 de su obra – o sea todo el capítulo XX- es para que el lector crea estar leyendo algo relacionado a un individuo cuya motivación en la vida sea la perfidia.

Que el antiguo inquilino de la avenida Máximo Gómez 25 desde el año 1966 hasta el 1974 eliminara a valiosos  jóvenes que se oponían a su gobierno, si en verdad no se justificaba pero al menos me lo explicaba porque los mismos trataban de derrocarle.  Si éstos contaban con el apoyo logístico y estratégico de Cuba, Balaguer con el apoyo de Washington luchaba por el afianzamiento de su poder.

Como sabemos, luego de iniciado el período llamado de los 12 años un sector de la juventud alentado por partidos políticos de izquierda combatían tenaz y sistemáticamente el régimen mediante acciones indirectas, asaltos bancarios, secuestros y otros métodos subversivos, y cualquiera que estuviese al frente del Estado tenía que responderle de igual manera- la violencia- si deseaba sobrevivir a la confrontación prevaleciente.

Esa era la cruel y evidente realidad pero algo muy diferente fue que a la intolerancia política se asociara la burla, el ultraje a sus opositores y a los funcionarios de su mismo gobierno, siendo la lectura de lo sucedido al Dr. Montilla cuando fue invitado por Balaguer para acompañarle en el palco presidencial para dar inicio al grupo de apartamentos a construirse frente al malecón en Puerto Plata, lo que me resultó insultante, despreciable.

De este cruel agravio no hablaré en este artículo para que los interesados tengan que remitirse a las páginas antes evocadas, pero sí puedo avanzarles que se requería la posesión de un armamento viril colgante muy bien puesto y conformado para no responderle de inmediato a las insolentes insinuaciones del presidente y del servil  botafumeiro  que le cortejaba. Cualquier persona con menos serenidad que el citado galeno hubiera al menos escupido o abofeteado a los dos  personajes.

Al enterarme de esta inconducta presidencial – no albergo dudas en relación a la fidelidad de la fuente informativa – la imagen que tenía del único varón de la prima hermana de Lilis o sea de Carmen Celia Ricardo Heureaux de haber sido un estadista interesado por el progreso material de su pueblo pero ajeno a la venganza fríamente calculada ha rodado por los suelos, permaneciendo a su favor en mi mente solo el tono elegíaco de su oratoria y las dramáticas palabras iniciales del panegírico que leyó ante el cadáver del déspota en la iglesia de San Cristóbal .

Al igual que en la dedicatoria inicial  – el affaire Vania – no estuve de acuerdo con la “Nota del autor” de la página 247 donde señala que una parte de la obra proviene del testimonio inédito que la familia Puig Miller le facilitó del médico e historiador puertoplateño José Augusto Puig Ortíz inspirador del personaje central del libro el Dr. Ignacio Montilla Alonso.

Este desacuerdo no compromete en nada la calidad literaria de lo reseñado, sino que al confesar BK que en su libro los personajes y  hechos reales están disfrazados –modalidad de novelar que los franceses denominan roman a clefs- corre el riesgo de no poderse tomar muchas licencias que siempre son del agrado de todo novelista.  También se corre el peligro de que el lector criollo, no familiarizado con este tipo de narración, le impute excesos o falacias.

Quienes conocían de cerca al Dr. Puig alegarán por ejemplo que nunca dije esto o aquello; que no murió así etc. ya que ignoran totalmente las permisividades que se toman los novelistas en su trabajo.  Argucias de este tipo me recuerdan el caso de la novela de Vargas Llosa “La fiesta del Chivo” (su obra más vendida en Francia) que aquí fue cuestionada por Font Bernard y un grupo de nostálgicos del trujillismo por presuntas faltas a la verdad.

A mi juicio debió ahorrarse una parte de su “Nota” previendo futuros malentendidos con un público no acostumbrado a la ficción, pero quiero dejar bien claro que la lectura de “Lo que vieron las casas victorianas” constituyó para el autor de este artículo su mejor regalo de cumpleaños -19 de mayo – esperando que sea cierto lo asegurado en la solapa de la portada del libro en el sentido de que en la actualidad trabaja en la redacción de su segunda novela.  En el caso de haber sobrevivido luego de casi cincuenta años, mucho me placería leer una copia o ejemplar de su cuento “Los tiburones y las personalidades”.  Muchos éxitos BK.