Existe una canción del rock mexicano que en los años noventa me gustaba mucho, sin saber que se convertiría en una especie de mantra personal. No diré que, en una epifanía mística, eso sería exagerado, pero sí existe más de una conexión entre Sor Juana Inés de la Cruz, Café Tacvba, banda que la interpreta, y algunas reflexiones sobre ética profesional que he recordado esta semana en que regreso presencialmente la práctica profesional en la República Dominicana.
Para empezar, ambos, la Décima Musa y los músicos oriundos de la colonia Satélite, integran a su lírica nociones filosóficas de la rama deontológica aprendida de los pueblos originarios de México, que bien conviene considerar en estos tiempos de posmodernidad.
En 2008 escribí unas líneas en un papel impreso en Santo Domingo, en ocasión de una fiesta entre amigos, reunidos para honrar al Dr. Luis Heredia Bonetti en vida, que revisité en marzo de 2014, ante la triste noticia de su partida. Tributo al Dr. Luis Heredia Bonetti.
En estos días las volví a leer, a raíz de serie de conversaciones sostenidas con Georges Santoni Recio para mi reingreso a la firma Russin, Vecchi & Heredia Bonetti (RVHB) a partir de esta semana. En el marco de la más fina calidez y sin que faltaran algunas añoranzas de los tiempos cuando ingresé como asociada junior a la firma a finales de los años 80 del pasado siglo, en las pláticas con Georges, así como en el paso profesional en sí mismo, ha primado el compromiso de ética desde ese nuevo pero viejo asiento profesional, con el que sus miembros queremos honrar el legado de su socio fundador.
Curiosamente, desde mi subconsciente, ese mantra chilango cantado por Café Tacvba (que nada parecería tener que ver con el Dr. Heredia, que fue un caballero amante de la música clásica) regresó a dar vueltas sobre mi cabeza.
La banda de artistas formada por Rubén Albarrán (voz y guitarra rítmica), Memo del Real (teclados y coros), los hermanos Joselo y Quique Rangel (guitarra y bajo respectivamente), solía reunirse a componer en el Restaurante Café de Tacuba del centro colonial de la Ciudad de México, no muy lejos de donde Sor Juana, hace unos siglos, creaba también poesía encerrada en su claustro reflexivo.
Desde el ritmo de los simpáticos rockeros hasta mis oídos, ese mantra maravilloso que repite: la vida siempre vuelve a su forma circular, trata de decirme algo.
Nada más probable o acaso cierto. Eso que los músicos aprendieron de las tradiciones náhuatl (lengua en que también recitaba la musa) seguramente un hecho explorado por la astrofísica, que el universo tiene forma de elipse. Y estoy por creer, como Café Tacvba, que esa dinámica de giros no es fortuita, también a nivel del comportamiento humano.
La neurociencia nos revela en tiempos recientes, que somos animales con más patrones de conducta de lo que somos capaces de notar. Mantener un código de ética profesional para evitar inconsistencias en nuestro proceder, es algo que debe importarnos mientras trabajamos.
Cada vez el mundo se hace más pequeño, por lo que nos volvemos a reencontrar con frecuencia. Por lo tanto, las personas e instituciones deben ocuparse de construir su propia deontología o bien, la rama de la ética que trata de los deberes. Esa debe ser una misión interior y no el resultado de un respeto a leyes extrínsecas.
Como bien me observaba Santoni Recio hace par de días, décadas antes de que el Estado Dominicano se ocupara de dictar las leyes especiales que hoy regulan la actividad comercial y la práctica legal, en materia anticorrupción, el Dr. Heredia Bonetti insistía afanosamente en el celo de nuestra moral profesional. Su elocuencia era tanto verbal como de acción y cautela, a pesar de estar sometido, dado su éxito profesional, a toda clase de pruebas.
De aquellas líneas escritas en 2008, donde además aparecen anécdotas y otros detalles fraternos compartidos por los que estuvimos reunidos ese día en vida con don Luis, rescato los cuatro ejes básicos de su mentoría sobre la conducta de un abogado. Los describía así:
“El primero y más notorio rasgo del perfil de los profesionales que están o han pasado por esa escuela, es la macrovisión en el desempeño de sus tareas profesionales. Con inolvidable entusiasmo, don Luis me deleitaba en cualquier momento en su despacho siempre abierto, para responder a mis preguntas e inquietudes, como la de todos, con sus reflexiones sobre las noticias de actualidad y el impacto de novedades políticas y económicas en el devenir de los negocios de los clientes de la firma, cuyos asuntos teníamos asignados.
El ejercicio, además de harto entretenido, tenía un propósito de gestión humana específico, pues salíamos de allí con una adecuada recomendación técnica, pero, además, práctica y realista en provecho propio y en consecuencia del servicio a prestar al cliente en cuestión. Ese es don Luis, una persona que encanta, pero al tiempo motiva a la productividad. Asimismo, es imposible no recordar su exquisita elocuencia en cada reunión de staff para comentar diversos aspectos relacionados con la producción agrícola, industrial y agroindustrial, así como el suministro de servicios de turismo, telecomunicaciones, financiero, la institucionalidad y los temas del sector justicia, entre otros.
Confieso que, a través de esa facilitación de don Luis, aprendí más que a leer a comprender acerca de esos temas, quedando con gran apetito para entender mejor ese “derecho vivo” del que nos habla desde esa época. Su expresión se adelantó 20 años al debate actual, en que los sectores procuran que la Constitución y, en sentido general, toda la normativa sean instrumentos vivos para la sociedad en lugar de un tema calificado para complicadas discusiones entre abogados. Derecho vivo. A veces, lo más evidente requiere de una mentalidad más ágil y abierta, como la que Don Luis siempre ha exhibido como abogado.
Pero lo más atractivo, en ese contexto intelectual, para una joven profesional como era quien habla en ese momento, fue evidenciar la destreza de don Luis en la formación de tales tendencias de opinión en el debate público nacional y luego internacional, a través de la Semana Dominicana en Nueva York y otras ciudades. Así nos acostumbramos a ver ir y venir en la oficina a periodistas, altos representantes de las asociaciones empresariales y hasta ver nacer a una destacada organización de la sociedad civil como la Fundación Institucionalidad y Justicia, Inc. (FINJUS). Una tarde en Coloquios Jurídicos, sencillamente ocurrió la idea como una verdadera epifanía. Celebro el hecho de que tan temprano en mi carrera haya visto surgir algo así en primera fila, pudiendo asumir hoy la importancia del evento.
De ese modo elegante, el Dr. Heredia devino parte de las noticias. No había una semana que transcurriera sin que algún medio procurara su opinión sobre temas diversos. Un digno representante de la generación de cambio que transformó a nuestro país de una tradicional economía basada en el monocultivo, a una economía de servicios generadora de divisas, oportunidades de inversión, empleo y desarrollo, en sentido general.
Me confieso una afortunada testigo de excepción de ese momentum, que hoy una cuenta a alumnos y profesionales más jóvenes como parte de la historia institucional reciente de nuestra nación. Como asociada de RVHB, me encontraba sentada en un cómodo sillón de palco viendo la obra.”
La reflexión sobre ese eje es una cátedra deontológica de don Luis Heredia y concluía que: “… aprendimos que el éxito profesional no tiene ni debe impedir que el ejercicio de la profesión sirva para algo más que nuestra propia acumulación, sino que puede y debe servir para propósitos más nobles.”
La segunda lección ética de ese maestro del ejercicio profesional del derecho pone de relieve la índole activa del deber. Se refiere a la praxis humana, al obrar -activo o reactivo- que implica libertad, esto mucho antes de que las consultas públicas fueran regidas por una ley para asegurar la transparencia y la participación ciudadana.
“El segundo eje, y uno que se acerca mucho a mi interés y vocación, es la dinámica que redefinió RVHB en la difusión de la enseñanza jurídica y su educación continuada entre profesionales del derecho, empresarios y servidores públicos. Antes de que las academias de derecho salieran del ensueño decimonónico en que aún se encontraban, y previo a la existencia del ahora variado mundo editorial jurídico, oficial y privado que existe en el país, don Luis Heredia salió adelante (…) todos esos cambios, luego fueron traducidos en nuevas leyes. Estos temas los debatimos y lideramos desde RVHB entre dominicanos, con interesantes invitados extranjeros, con nuestros colegas de otras firmas, jueces y funcionarios públicos, antes y durante su ocurrencia.”
El texto prosigue:
“El tercero e innegociable atributo de aquel que presta servicios profesionales en RVHB, es el comportamiento y compromiso ético. La ética profesional de la firma no se limita únicamente a lo obvio, es decir, no participar de las actividades de corrupción. Eso entre personas con principios, sería muy sencillo acometer. Por lo que, además, en RVHB se definieron algunos valores agregados de la ética jurídica, ampliando así dicho concepto.
En el escrito original describo varios componentes de la impronta de Heredia Bonetti que conforman ese tercer eje. Luego de mi experiencia profesional en Baker McKenzie México admiro de manera particular uno de ellos:
“Un rasgo casi autóctono de la ética administrativa de RVHB, que luego más y más firmas [dominicanas] han ido adoptando, es el mecanismo de facturación por hora, que antes que el Sr. [Jonathan] Russin y don Luis la implementaran, ninguna otra firma dominicana utilizaba. Considero ese mecanismo eficiente y transparente para el cobro de los servicios ofrecidos, un indicador inequívoco de las mejores prácticas profesionales. Esa forma de competir en el mercado de servicios jurídicos sencillamente transformó el costo de la oferta, anticipándose RVHB a una demanda que iba a preferir la firma, por tan sólo ese elemento de seguridad en su inversión en el servicio.”
Por último, el legado del Dr. Heredia se manifiesta en la cuarta dimensión del estilo profesional que enseño día a día: “El cuarto eje del legado que recibí de RVHB, fue la construcción de un sentido de comunidad entre sus miembros”.
Ya no vivo en México, pero México vive en mí. Extrañaré ir a desayunar algún sábado luego de mis clases de escritura creativa en la Universidad del Claustro de Sor Juana de la zona colonial de CdMx, al restaurante de la calle Tacuba núm. 28, a pocas cuadras. Allí donde los Tacvbas se hicieron canción y leyenda.
Por eso la canción El ciclón de Café Tacvba suena como un Spotify natural en mi cabeza mientras recorro los pasillos de la oficina fundada por alguien que nos enseñó que la ética no es una normativa, sino una filosofía de vida. La pegajosa melodía rock me hace pensar que la vida en democracia no es otra cosa que un número continuo de giros concéntricos, que obliga a observar cómo actuamos, porque volveremos a cruzar por los mismos caminos y resulta elegante andarlos con los mismos pasos firmes y rectos.
Y quizás, además, de tanto repetir ese mantra de rock chilango, la vida siempre vuelve a su forma circular, esté de regreso donde felizmente me encuentro, en la oficina ubicada en la calle El Recodo núm. 2, intentando honrar con compañeros de ayer y hoy, el legado del Dr. Luis Heredia Bonetti. Gira y da vueltas y vueltas girando.