Encuentro a mi amiga con una cara de turbación y pena reflejada en el rostro, tan evidente que obvié el obligado saludo para preguntar  qué le pasaba?  “He recibido unas de las peores noticias que una madre puede imaginarse en la vida” –contestó apesadumbrada.  Me corrió un frio por el estómago y sentí una corriente en toda mi espina dorsal.  Cuando te anticipan algo malo, y no sabes aun qué, es increíble la cantidad de ideas que pasan por tu cabeza en cuestión de micro segundos.  Sabía que a ninguno de sus tres hijos les había pasado nada, pues estaba ahí, comiendo en la mesa.

“Qué pasó mujer, de qué hablas?” Pregunté con más miedo a la respuesta que curiosidad.  Por dentro oraba pidiendo a Dios que no fuera un mal diagnóstico.  “No digas cáncer, no digas cáncer”!Gritaba mi alma, mientras disimulaba mis emociones ante mi amiga.

A la mujer se les aguan los ojos antes de empezarme a dar un preámbulo de eventos pasados.  Me cuenta de una hermana cristiana, una amiga de la iglesia que solía frecuentar; mujer de mucha fe y que crio como madre soltera a sus dos hijas, con muchos valores y principios.  Dice que estas chicas habían sido muy unidas con sus hijas y que, a pesar de que no se veían con frecuencia, existía aún mucho cariño entre ellas.

La historia me va desesperando, porque quiero llegar al sujeto de mi preocupación.  Y es que las mujeres por lo general hablamos mucho, lo reconozco, yo también lo hago.  En fin que, mi angustia es tal, que comienzo a adivinarle la mala noticia.  Le dieron un mal diagnóstico a la madre? Pregunto aun gritando por dentro, “no digas cáncer, no digas cáncer”  Y es que tan sólo en esa semana, me habían dicho de por lo menos cuatro personas diagnosticadas con ese mal, por el cual pedían oraciones, cada caso más desgarrador que el otro.

No mi hija, peor, mucho peor!¿Peor? Pienso convencida de que era necesario hacer uso de alguna anestesia emocional, porque ya me iban a dar el desenlace.  Más a ella le quedaba cuento aún por decir.  Gira la conversación para decirme las edades de las hijas de la mujer, lo buenas estudiantes que han sido, lo bien portadas.  Resignada a tener que esperar, proceso cada detalle del cuento, hasta el momento en que me dice, abraza a tus hijos, bésalos, rodéalos de amor, deja a un lado las preocupaciones y los reproches de lo que han hecho o dejado de hacer, porque nunca sabes el momento en que los vas a perder.

Y tendemos a pensar que nunca nos va a ocurrir a nosotros, y hay quienes maliciosamente se atreven a decir que es la consecuencia de algún pecado o deuda con la vida que le están cobrando.   No me permito semejante bajeza

A ese punto ya sabía que una o las dos hijas de aquella citada mujer habían muerto.  Es peor que el cáncer, me convencí.  Entonces me dijo, que la mayor de las hijas se entró a bañar, se resbaló en la bañera y con el golpe, perdió la vida.  Hasta ahí sabía lo ocurrido.  Me dijo que iría al funeral y que le dolía desde ya el tener que ver el rostro destrozado de aquella madre, cuando le toque estar frente a ella.

Pasados unos días, llega el momento de asistir.  Cuando le pregunto cómo estuvo, me dice que fue peor, mucho peor de lo que se imaginó.  Yo elaboré en mi mente que había presenciado escenas de desgarradores momentos de angustia.  Es entonces cuando dice, que al momento de acercarse al féretro apenas vio el rostro de la difunta, pues había allí personas tomándole fotos sin cesar.  Eso le pareció un tanto imprudente, pero prefirió no juzgar e irse a su lugar, pero, cuando está a punto de retirarse alcanza a ver lo que ella creyó era una muñeca.  Y era en eso que las personas se enfocaban para tomar las fotos.  Confundida mi amiga, le pregunta a una de las presentes el por qué hay una muñeca junto a la difunta?  A lo cual la mujer le aclara que no es una muñeca, sino una bebé.  Resulta que por la distancia y los años que habían pasado, ella no sabía que la joven había contraído matrimonio y estaba en su octavo mes de embarazo.  Estando sola en su apartamento, tuvo el accidente y es horas más tarde, cuando el esposo regresa del trabajo cuando él la encuentra.  Para entonces tanto ella como la criatura habían fallecido.

Por si fuera poco, empieza a decirme el estado penoso de aquel hombre, y la historia desgarradora  que presenciaron quienes fueron al hospital, al verlo aferrarse al cuerpecito sin vida de la pequeñita que murió dos semanas antes de la fecha programada para nacer.  Para cuando dice esto, yo estoy que tiemblo toda por dentro y me corren lágrimas por los ojos.

¡Dios mío! Quiere decir que ella no sólo perdió a su hija, sino también a la nieta! Reflexioné con verdadero pesar por aquella mujer.  “Ah pero tienes que verla” –dice mi amiga esta vez con expresión de admiración-   “¡Esa mujer dio un discurso hablando de su hija, y de todo lo ocurrido, con una fortaleza y certeza de que Dios está en control, que resulta verdaderamente admirable”.  Citando el discurso me cuenta: “Así como dijo Job cuando lo perdió todo, digo hoy yo: Jehová dio y Jehová quitó.  Bendito sea el Nombre de Jehová”

“…y te estoy diciendo que esta mujer, es de las que vive de rodillas, orando e intercediendo, porque es de las meras-meras en el Ministerio de Oración de su iglesia” –me dice para que entienda cómo esta madre, a pesar de que semejante tragedia tocó a su puerta, se mantiene firme en su fe, y encuentra consuelo en la esperanza que la Palabra de Dios le impregna.  Cerró su discurso diciendo: “Yo tenía dos hijas por las cuales oraba, ahora me queda una, y la vida de esta la voy a guerrear en oración aún más, con más ganas que nunca!” Dijo para concluir,  quedando anudadas las gargantas de todos los presentes.

Jesús mismo nos advirtió que en el mundo tendríamos aflicciones, más que confiásemos –perseveremos y  consolemos- pues Él ha vencido al mundo.  Una pérdida como esta sólo puede ser llenada con el consuelo Divino.  Ciertamente que estamos en tiempos en que oímos de garrafales noticias alrededor del mundo.  Y tendemos a pensar que nunca nos va a ocurrir a nosotros, y hay quienes maliciosamente se atreven a decir que es la consecuencia de algún pecado o deuda con la vida que le están cobrando.   No me permito semejante bajeza, prefiero interceder para que el vacío no haga que su firmeza sucumbe y por supuesto, pido, gimo e imploro que Dios mismo nos reserve de vivir una experiencia semejante.  Para rodos aquellos que lloran un ser querido, he aquí unos versículos:

Salmo 147:3

“Él sana a los quebrantados de corazón, y venda sus heridas”.

Isaías 40:1

“Consolaos, consolaos, pueblo mío, dice vuestro Dios”.

Mateo 5:4

“Bienaventurados los que lloran; porque ellos serán consolados”.

Mateo 11:28

“Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar”.

Romanos 15:4

“Porque las cosas que antes fueron escritas, para nuestra enseñanza fueron escritas; para que por la paciencia y consolación de las Escrituras, tengamos esperanza”.

2 Corintios 1:3

“Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, el Padre de misericordias, y el Dios de toda consolación”.

Bendiciones!