Sin dudas el optimismo y la longevidad son viejos compañeros de camino, prácticamente inseparables aliados en la búsqueda de la sabiduría, antesala de la felicidad.

El cerebro humano tiene una capacidad asombrosa de cambiar y debemos aprovechar ese potencial para ser más optimistas. Siendo el optimismo un factor esencial en la salud y el equilibrio emocional, ¿por qué no es cultivado con mayor intencionalidad en la familia y en la escuela? Sobre todo, en vista de que los avances de la ciencia y la medicina nos proveen las herramientas requeridas para intencionalmente formar en el optimismo y desarrollar un pensamiento critico y comprometido con sesgo positivo desde muy temprana edad.

Según el hospital estadounidense Mayo Clinic, los beneficios del pensamiento positivo y del optimismo para la salud comprenden, entre otros:

  • Aumento de la expectativa de vida
  • Menores tasas de depresión
  • Disminución de los niveles de sufrimiento
  • Mayor resistencia al resfriado común
  • Mejor bienestar psicológico y físico
  • Mejor salud cardiovascular y disminución del riesgo de muerte por enfermedad cardiovascular
  • Mayor capacidad de afrontar una situación difícil durante los momentos duros y las situaciones de estrés

Nada despreciable este catálogo parcial de beneficios del optimismo en la salud del individuo; ni hablar del favorable impacto del optimismo colectivo en la armonía del cuerpo social. El optimismo compartido estrecha las relaciones interpersonales y fomenta la paz intergrupal.

El pensamiento positivo también es un factor clave en el aprendizaje efectivo, pues la actitud optimista impulsa el éxito en todos los órdenes del saber. Existen técnicas y prácticas comprobadas para desarrollar una actitud positiva, y la evaluación del progreso en el tránsito hacia el optimismo es bien factible, quizás con más precisión que para muchas de las demás habilidades blandas. Los maestros de excelencia dominan técnicas para fomentar el pensamiento positivo y valoran el efecto del optimismo en el progreso de sus discípulos, pero en general es un producto espontáneo y no el resultado intencional de los programas de formación docente.

Además de sus efectos en la salud y el aprendizaje, la actitud positiva en el trabajo es un factor clave para el cambiante futuro  y debe ser altamente valorada en el mercado laboral porque potencia la productividad del colaborador en la organización. El optimismo es prácticamente un prerrequisito para la innovación.

La única desventaja de ser optimista es que los pesimistas piensan que uno es idealista, iluso, quijotesco. Pero el verdadero optimista se conoce a sí mismo y sabe que ese es un efecto de la visión distorsionada del pesimista que ve todo oscuro. El verdadero optimista sabe que ese estado pesimista no durará cien años.

Como optimista empedernido, no puedo imaginar vivir infectado del virus del pesimismo, pues en los pocos momentos que me he sido amenazado por ese malestar, he pensado estar en el umbral del infierno mirando hacia adentro. Por suerte, ha sido solo para conocer la insensatez de pensar que todo tiene necesariamente que salir mal, y entonces coger impulso para seguir adelante con renovadas energías.

Es tiempo de dedicar mayores esfuerzos a innovar en la propagación del pensamiento positivo en todos los espacios, y sobre todo en nuestros hogares y escuelas. Pensar positivamente para aprender a vivir mejor durante más tiempo es tarea de todos.