En momentos críticos que vive la humanidad es bueno prestar atención a uno de los más carismáticos y conocidos diplomáticos profesionales de todos los tiempos: Henry Kissinger (96 años), comparable en muchos aspectos, allá en el bando contrario del período de posguerra, con Anatoly Dobrynin (1919-2010), embajador de Moscú ante seis presidentes norteamericanos de la Guerra Fría (1962-1986), y Andréi A. Gromiko (1909-1989), ministro de Asuntos Exteriores de la URSS durante veinticinco años.

El renombrado diplomático norteamericano ha dicho en una reciente entrega en su columna del The Wall Street Journal (3 de abril) que, en estos meses de pandemia, existe una diferencia fundamental entre la Batalla de las Ardenas en 1944 -Francia, Bélgica y Luxemburgo-, en la que fue participante activo, y lo que ocurre hoy en su país con el covid-19.

De acuerdo con Kissinger aquella batalla fue movida por “un propósito nacional”, mientras que el actual momento, en una nación que él entiende dividida, demanda un Gobierno eficiente y con visión de futuro para superar los obstáculos sin precedentes en magnitud y alcance global.  Para el veterano diplomático mantener la confianza pública es primordial para “la solidaridad social, para la relación de las sociedades entre sí y para la paz y estabilidad internacionales”.

Superada la crisis sanitaria-apunta-, se pondrán en evidencia los fallos de las instituciones y “el mundo nunca será el mismo”. Sibila en el horizonte una ruina económica mundial. Y es categórico cuando afirma que la pandemia del coronavirus "alterará el orden mundial para siempre".

Estos vaticinios cuentan ya con sorprendentes y desconcertantes  evidencias. El distanciamiento social, las cuarentenas y las empresas y establecimientos comerciales cerrados, salvo algunas excepciones para garantizar la alimentación de la población, llevan inexorablemente a la economía mundial a una gran recesión, por no decir a un desastre. Si, ya las pérdidas en sectores clave de la economía moderna son impresionantes.

El turismo es uno de ellos, una actividad literalmente paralizada a nivel mundial con mermas financieras que se estiman en 70,000 mil millones de dólares (UNWTO, 2020), un 10.4% del PIB mundial. Para tener una idea de la gravedad de este impacto, recordemos que el turismo es el mayor generador mundial de empleos, habiendo aportado el 20% del incremento observado en esta variable en los últimos diez años.

Al mismo tiempo, de prolongarse y expandirse los contagios, el sector aéreo, según IATA, acumularía pérdidas por unos 113 mil millones de dólares.  Rebajas superiores al 60% en los billetes más una jamás vista cantidad de cancelaciones de vuelos, conducen a la industria aérea a la bancarrota, a menos que los gobiernos, con sus importantes restricciones actuales, implementen un plan de salvación en el corto plazo.

Imaginemos el efecto de estas enormes contracciones en los multiplicadores de estas actividades, es decir, en su demanda de empleos calificados, bienes agropecuarios y manufacturados, servicios de energía y agua, transporte y servicios financieros, entre otros. En el caso dominicano, solamente en bienes alimenticios, están en juego aproximadamente 50 mil millones de pesos.

¿Y qué está pasando con el comercio? La OMC, destaca que la reducción del comercio entre países ha tenido ya un impacto directo aproximado de unos 50 mil millones. Aunque no disponemos en este momento de cifras actualizadas sobre las pérdidas de la industria, cabe suponer que son más cuantiosas que las de las dos ramas mencionadas, especialmente por la abrupta y conocida interrupción de suministros.

Grandes corporaciones (Seat, Nissan, Renault, Mercedes, Michelin) anuncian la parada de su producción y lanzan a las calles a miles de sus empleados.  Solo en los Estados Unidos más de 6.6 millones de personas presentaron la petición de ayudas tras haber perdido el trabajo en la semana que terminó el 28 de marzo.

Esta situación  es totalmente extensiva a las medianas y pequeñas empresas de decenas de países afectados por la actual pandemia. Ellas  se han visto forzadas a paralizar sus actividades productivas, incrementando así las tasas de desempleo nacionales en apenas un mes y medio. Como la dominicana es esencialmente una economía informal, todavía no sabemos, de prolongarse la crisis un par de meses, qué pasará con los cientos de miles de dominicanos que viven del picoteo diario.

Vistas algunas dimensiones del problema que estamos enfrentando, y reconociendo que el programa del Gobierno es pertinente y en cierto sentido audaz, volvemos a Kissinger. Es tiempo de unidad nacional, de una fundada en un propósito nacional: sobrevivir estos meses solidariamente bajo las orientaciones y directrices del Gobierno.

La misión de salvaguardar los intereses de todos debe excluir las trampas, las malas intenciones, el aprovechamiento criminal de la situación por parte de los más ricos.

En efecto, la principal exigencia que se hace ahora a los más acaudalados, especialmente a la poderosa oligarquía criolla, es esencialmente ética, en tanto el programa diseñado para solventar parte de sus apremios presentes (FASE), no habla “de filantropía, ni siquiera de caridad.  Está llamando a la justicia y a la solidaridad” (Acento, 4 de abril).

Pongamos nuevamente atención a Kissinger cuando nos habla de la necesidad de un Gobierno eficiente y con visión de futuro. Aquí debemos recordar que del lado gubernamental jamás permitiríamos la intermitencia del dolo o del enriquecimiento criminal a expensas del sufrimiento del pueblo y de su dinero;  tampoco actores virulentos y escenarios brumosos de adjudicación de miles de millones de pesos en condiciones amañadas o sospechosas. ¡Mantener la confianza pública es primordial!