El tema de la reanudación de relaciones diplomáticas entre Cuba y Estados Unidos sigue prevaleciendo en muchos medios en la Florida y otras regiones. En cuanto a una normalización que vaya más allá de una embajada y un embajador o encargado de negocios hay todavía mucho terreno que recorrer y ambos gobiernos continúan con su lista de puntos de vista y demandas, como ocurre generalmente en este tipo de negociaciones.

En la comunidad cubana de Estados Unidos y otros países, muchos ven lo que está sucediendo con esperanza, esperando que conduzca a cambios en Cuba. Empero, otros estiman que Washington está tratando de “apuntalar” a Cuba debido a la crisis económica casi permanente de ese país, agravada por la que se está produciendo en la vecina Venezuela, la mejor aliada del gobierno de La Habana. Se trata de factores que, sumados a muchos otros de carácter económico, inmigratorio, de escalada de la violencia, etc., pudieran llevar a una desestabilización regional con consecuencias impredecibles.

La política estadounidense hacia la América Latina se ha caracterizado por períodos de inacción y otros de reacción en torno a algún acontecimiento importante como la revolución castrista en los años sesenta, la rebelión constitucionalista dominicana en 1965 o el apoyo a los “contra” en los ochenta, por citar solo tres casos.

Después de algún enfrentamiento en particular, América Latina desaparece de la lista de prioridades principales. Se discute el intercambio comercial, los tratados de libre comercio, programas de asistencia, organismos interamericanos, las crisis del narcotráfico, guerrillas, derechos humanos, problemas inmigratorios, pero en las últimas décadas nada ha sido tan importante para el Departamento de Estado como el Medio Oriente, región ubicada casi en los antípodas.

Después de la crisis de los misiles de octubre de 1962 y sobre todo después de la muerte del presidente John Kennedy y su hermano Robert, muy interesado en asuntos cubanos, Estados Unidos centró su política hacia la vecina isla en el embargo, iniciado en 1960 e intensificado poco después. También se ocupó en recibir cientos de miles de refugiados cubanos y de favorecerles en el trato inmigratorio, mientras se ha intentado contener la influencia cubana en la región. Ese último objetivo no fue alcanzado plenamente y mucho menos se consiguió aislar internacionalmente al régimen cubano.

Al aceptar en su territorio a una cantidad sin precedentes de exiliados cubanos, sobre todo en 1959-1962, 1965-1974, 1980 y 1994 Estados Unidos contribuyó a  evitar gravísimos problemas al gobierno de Cuba. La llegada de exiliados se convertiría después en una corriente inmigratoria por razones económicas, sobre todo después de la caída del bloque socialista y la terminación de la ayuda soviética a la isla.

Alrededor de dos millones de cubanos y sus descendientes residen en Norteamérica, entre ellos un buen número de senadores y congresistas federales, algunos miembros del gabinete presidencial, muchos legisladores estatales, varios embajadores y  una larga lista de alcaldes de municipios. El pasado noviembre, un cubanoamericano fue elegido vicegobernador de la Florida.

Durante los 56 años del gobierno más prolongado en la historia de América, Estados Unidos ha promovido en Cuba la libertad de presos políticos y ha brindado cierto apoyo a los esfuerzos de liberalización de los disidentes y opositores, pero los planes de derrocamiento por medios violentos del comunismo en Cuba, por usar el lenguaje más conocido, fueron desapareciendo muy temprano. Se regresó en cierta forma parcial a una vieja política hacia ese país antillano.

En 1906, provocadas por una rebelión del mayoritario Partido Liberal, opuesto a la reelección del presidente Tomás Estrada Palma, se produjeron las renuncias del primer mandatario y de su vicepresidente Domingo Méndez Capote. El país estaba en medio de una guerra civil, conocida como “La Guerra de Agosto” y buena parte del establecimiento político y los círculos financieros de la joven república propiciaron otra intervención norteamericana, legalizada mediante la polémica Enmienda Platt que limitó hasta su abolición en 1934 la soberanía del flamante Estado. El presidente Theodore Roosevelt y su enviado especial, el futuro presidente William Taft, decidieron designar gobernador de la mayor de las Antillas a Charles Magoon, aunque sin abolir la República de Cuba en el período 1906-1909.

Se le había dado a ese funcionario la misión de “Mantener a Cuba tranquila” (“To keep Cuba quiet”). Esas palabras han sido utilizadas hasta para identificar capítulos enteros de textos de historia de Cuba. Para realizar el trabajo que le fue encomendado desde Washington, el gobernador que encabezó el gobierno de La Habana en esa segunda intervención, personaje conocido en la patria de José Martí como “Mister Magoon”, contentó a los liberales y a otros cubanos entregándoles cargos públicos y haciendo concesiones.

Además de pacificar el país, “Mister Magoon” realizó funciones que asociaron su nombre con la historia del país. Por ejemplo, reanudó la entrega de fondos del tesoro nacional a la Iglesia Católica como compensación por las deudas contraídas con ella por la administración colonial española en la primera mitad del siglo XIX. También construyó más carreteras que cualquier otro gobernante desde los inicios de la colonización española hasta la construcción de la Carretera Central por el presidente Machado a fines de la década de 1920.  Magoon continuó abriendo infinidad de escuelas como su predecesor, el maestro cuáquero Estrada Palma, pero su mayor fama consistió en repartir cargos públicos con liberalidad increíble a tirios y troyanos, liberales o no liberales, y sin exigir demasiado trabajo a los beneficiados.

Su gestión fue criticada por los historiadores cubanos, pero el funcionario norteamericano salió de Cuba condecorado con la Orden de San Gregorio Magno, que le concedió el Vaticano a pesar de ser protestante.  Como ya se señaló, “Mister Magoon” continuó con la tarea de ayudar económicamente a la Iglesia Católica, tarea iniciada por su predecesor el gobernador Leonard Wood, un episcopaliano (anglicano) que recibió no sólo la misión de organizar el Estado cubano en 1899-1902 sino también la encomienda de no dejar perecer a la Iglesia tradicional, despojada de su anterior relación con el Estado en el período colonial español, a la vez que mantenía la estricta separación de Iglesia y Estado establecida tanto por la legislación estadounidense como por los libertadores cubanos y el recién fundado Estado que le correspondió a Wood poner en funcionamiento.

Detrás de las inversiones norteamericanas que había que proteger, del mantenimiento de la zona de influencia estadounidense en toda la región y de razones estratégicas como el mantenimiento de la base naval en Guantánamo, la protección del Canal de Panamá y la cooperación en esfuerzos militares en las guerras mundiales y en el llamado panamericanismo, la cercanía de Cuba y los lazos muy especiales establecidos con ese país desde épocas que ya podemos considerar remotas, exigía mantener cierto grado de estabilidad en su territorio.

Sería absurdo reducir la política actual a defender ese tipo de estabilidad en Cuba, pero mientras se consideran otros factores, el anunciado restablecimiento y la pretendida “normalización” de las relaciones entre ambos países, sería necesario reflexionar un poco sobre lo que significaría en aspectos inmigratorios la desestabilización de Cuba y de una región en la cual se experimentan problemas que se extienden, mucho más allá de lo puramente político, al narcotráfico, la violencia y la crisis económica, como la que va tomando forma en la vecina Venezuela. La ausencia de controles estrictos en Cuba, como pudiera suceder en caso de producirse una desestabilización, preocupa a las autoridades estadounidenses.

Cuando se consideren todos los factores y no sólo los que llaman con mayor intensidad la atención, no debe olvidarse aquella vieja misión encomendada en su momento a gobernadores norteamericanos de Cuba como “Mister Magoon” y a enviados diplomáticos regulares o especiales, como William Elliot González (hijo de cubano y norteamericana, embajador o ministro estadounidense conocido en Cuba como “Míster González”) en la década de 1910, y sus colegas Enoch Crowder en la del veinte y Benjamin Sumner Welles en los años treinta. Todos ellos se enfrentaron a crisis que podían conducir a la desestabilización. Las misiones de ayer no son necesariamente equivalentes a la de hoy, ni tampoco esta última debe considerarse como la meta final de las negociaciones. Sin embargo, una mirada hacia la historia pudiera hacernos recordar aquello de “mantener a Cuba tranquila”.