Existen, pues dos violencias. La que está oprimiendo de arriba, políticamente, económicamente, y la que reacciona contra esa violencia. «Los dos aspectos -continua el Vaticano diciendo- pueden ser difíciles de separar, y la injusticia puede ser recíproca». En las dos puede haber injusticia. Evidentemente, -son palabras del Vaticano- hay injusticia en la primera violencia». O sea, que aquí el documento de la Santa Sede llama injusta a esa situación de opresión, de represión, de querer tener más, de querer ser poderosos aún reprimiendo a los débiles. «Evidentemente en el primer caso vale, pero también con frecuencia en el segundo». Nunca voy a defender yo, ni nadie católico puede defender, la injusta violencia, aunque proceda del más oprimido. Siempre será una injusticia si traspasa los límites de la ley de Dios.
Monseñor Romero, Homilía 13 de noviembre de 1977.
La sociología jurídico-penal ha hecho suyo el término populismo penal para calificar aquellas iniciativas políticas que tienen como vocación facilitar respuestas "inmediatas" y "efectivas" a los desafíos de seguridad del colectivo social. Esta tendencia se caracteriza porque incluye discursos que dividen la sociedad en buenos y malos, donde los últimos no son reconocidos como humanos (aunque el voto no disgusta) y dibujan una línea tipo Pizarro: o con nosotros, o con los delincuentes.
El populismo penal es un desatino, entendible en el contexto de la inseguridad que nos agobia, pero un desatino. No funcionó en El Salvador con sus famosos programas de "Mano Dura" y "Súper Mano Dura". Tampoco funcionó en Honduras por solo citar dos casos del vecindario continental. ¿Qué es lo que nos lleva a pensar que a nosotros nos espera un destino diferente al fracaso si usamos precisamente los mismos discursos, recursos e iniciativas que nuestros hermanos centroamericanos ya ensayaron con resultados muy cuestionables?
El problema de la inseguridad tiene que ser abordado con racionalidad y realismo. Hace falta evitar los seudo pragmatismos. La ausencia de una "mejor idea" no tendría que llevarnos necesariamente a elegir una demostradamente mala. Ningún ciudadano está en la posición ni en la capacidad de ofrecer de manera especulativa y unilateralmente soluciones. Sin embargo, uno tiene que ver con recelo cualquier propuesta que parezca demasiado buena. Las soluciones siempre serán el producto de un esfuerzo colectivo entre oficiales y ciudadanos comunes con el indispensable sustento del rigor técnico y científico.
Pongámoslo de este modo: Cada uno de nosotros ha tenido que enfrentar en nuestras vidas dificultades que en algún momento parecieron imposibles. De algunas hemos salido mejor parados que de otras. Me atrevo a apostar que las mejores salidas para nuestras situaciones personales han sido las que son producto de la ponderación, la consulta, el dialogo, la transparencia, visión y la generosidad. Entonces, ¿por qué nos dejamos convencer tan fácilmente de que para el tema de la inseguridad en su sentido más amplio el asunto es diferente?
Los cantos de mano dura son como un bobito, nos entretienen un rato pero no resuelven el hambre que provoca el llanto.