Como en Brasil con ODEBRECHT, parecería que las acusaciones contra el Gobierno dominicano tienen un sesgo fundamental al tirar por la borda la historia de más de cinco decenios de malversación de fondos públicos en todas sus modalidades conocidas.

Este es un elemento indispensable del sistema clientelista populista dominicano desde al año 1966, para incluir solo la época más reciente de la historia republicana. Desde entonces, miles de millones de los contribuyentes impotentes enriquecen, mediante diferentes sofisticados mecanismos, a funcionarios civiles y militares que hoy no sabrían explicar sus grandiosas fortunas. Igual, el progreso y consolidación de decenas de empresas privadas descansan invisiblemente en la firma de contratos onerosos al interés nacional y en arreglos para adjudicaciones discriminatorias y otras anomalías ilícitas.

Los excesivamente altos costos de importantes obras, las cuales se fiscalizan ocasionalmente y de manera muy cuestionable, son un tema tan viejo como las mismas instancias que construyen obras. Por lo demás, el enorme caudal de dinero recaudado por diferentes vías ilícitas financia campañas electorales, sustenta candidaturas individuales y forja nuevas “figuras públicas”.

De este modo la impunidad no viene con ODEBRECHT ni esta empresa es la causa de la impunidad. Sus operaciones solo han servido para poner en crudo relieve coyuntural un mal que nos azota desde hace mucho tiempo.

  • El perjudicial anonimato de las “donaciones”

Es una tradición conocida el “aporte” de las grandes fortunas nacionales a las campañas electorales. Cada cuatro años ellas cubren de manera sustantiva los gastos electorales de candidatos preferidos o propios, y de partidos. Este dinero, que suma cientos de millones en cada torneo electoral -en una campaña mucho más que los casi 900 millones que en 2017 concederá la JCE (más de 24 millones de USD, aproximadamente)-  llega a los partidos, comúnmente, por la vía de sus jefes de campaña.

Ese dinero “legal” se mezcla con otras importantísimas sumas de obscuro y siniestro linaje, que ahora nadie menciona, pero que ha sido claramente el soporte financiero decisivo de ciertos actuales y pasados funcionarios (legisladores, alcaldes y hasta regidores), algunos de ellos con expedientes judiciales inexplicablemente archivados por asuntos de narcotráfico.

¿Cuál es la diferencia de ODEBRECHT con las grandes empresas dominicanas legalmente establecidas que todo el mundo sabe que siempre han hecho cuantiosos aportes a las campañas electorales? ¿Cuál la diferencia con el financiamiento proveniente de ciertos prodigiosos personajes subterráneos del narcotráfico?

La diferencia podría establecerse con los últimos, pero no con las primeras.

Esta convivencia de la política con dinero ajeno y cada vez más con dinero sucio, supone las peores complicidades políticas y los mayores peligros para la democracia que todos los que podamos imaginarnos derivados del caso excepcional que protagoniza la corporación brasileña. Al margen, todo ello tiene una connotación esencialmente maléfica, que ataca directamente la salud de la nación: la fracción moralmente decadente de la humanidad dominicana es la que mayores posibilidades tiene de alcanzar los más altos puestos de la Administración Pública, sin cedazos, sin filtros, solo enarbolando a diestra y siniestra papeletas de las más altas denominaciones.

Los sobornos, las donaciones anónimas sin trabas ni límites de campañas electorales y los multiplicadores políticos de los precios de las obras, han sido y siguen siendo características inherentes y constantes de ese modelo clientelista populista que hemos apoyado en silencio durante los últimos cincuenta años.

Entonces no es ODEBRECHT, es un modus operandi, una funcionalidad esencial, una dinámica que a veces es bueno y políticamente provechoso revelarla desde el terreno abonado con las mismas prácticas dolosas y teniendo como fiscales “populares” a unos personajes que difícilmente pasen la prueba de la pulcritud moral que proviene de la probidad.

  • Resultados, no espectáculos transitorios

El destape coyuntural del caso ODEBRECHT es muy saludable para la nación en momentos en que hemos logrado cierta independencia del Poder Judicial y esperamos exhaustos que se castigue ejemplarmente, sobre la base de pruebas irrefutables, no por las rezongas de delincuentes camuflados que aparecen en las filas de las aleccionadoras olas verdes indignadas.

Que la justica no se amedrente ante las mafias políticas pero tampoco ante quienes solo buscan protagonismo.

Que la prioridad mediática del tema no merme el indispensable rigor que ameritan estos casos.

Que los medios cuiden menos la redacción de los títulos de las noticias y pongan más atención en la sustentación del material sobre el que se asientan las denuncias.

Que no suceda como en Perú donde una divertida procuradora, partiendo de un titular periodístico y sin indicios consistentes, abrió una injusta investigación contra el presidente Kuczinski, logrando al final solo muchas horas de entrevistas en los medios y un show público sin resultados (nos recuerda mucho a un tal Felucho).

En fin, que el Procurador se ponga a la altura de los acontecimientos y busque ayuda especializada, que creemos la necesita urgentemente.

No terminemos alimentando sentimientos muy irracionales en la población y cosechando lo mismo de siempre: ecos de clamores de justicia sin ningún paso serio contra la corrupción.

Tampoco debemos conducir las cosas por el cauce peligroso que alimenta el ya perceptible sentimiento ciudadano de que “todos son iguales”.

Generalización tan absoluta como peligrosa.

Como señala Diego García-Sayan en su columna “Abriendo Trocha”, en el periódico El País, en el sector gubernamental hay gente honesta y otra también proba que actúa en política, siendo ello parte consustancial de la realidad y legitimidad del Estado de Derecho. El autor puntualiza lo siguiente: “En ese proceso de interacción de simplismo e intolerancia, entre autoridades irresponsables con individuos irascibles, se está hoy. La lucha contra la corrupción es algo muy complejo que requiere mucha firmeza, rigor y solidez. Ojalá eso no se pierda de vista y que no se entre en una espiral de banalidad en la acción oficial con irracionalidad en la conducta social, combo que anuncia lo peor”.