Conducir un vehículo en un país organizado, donde se respetan las leyes, representa una extraordinaria experiencia, especialmente cuando usted compara lo que significa desplazarse en un automóvil en Republica Dominicana, país que tiene el lamentable privilegio de ocupar el primer lugar mundial en materia de muertes por accidentes de tránsito.

La República Dominicana, de acuerdo a un estudio realizado por la Organización Mundial de la Salud, ocupa el primer lugar mundial en número de muertes por accidentes de tránsito (41.7 muertes por cada 100,000 habitantes) superando por mucho a países de África, como Nigeria, Guinea-Bissau y South África; o países de AL como Venezuela; o del medio-oriente como Irak, Omán y Chad; o del oriente como Tailandia, para citar los países del “top ten driving deaths”.

Hace unos meses The Washington Post se hizo eco de este estudio en un artículo titulado “A map of the Countries with the most dangerous roads”, destacando nuestro trágico primer lugar y la realidad de que cada Dominicano tiene la probabilidad de uno en 2,398 de morir en un accidente de tránsito y  ello se debe, de acuerdo al artículo, a que no se usan cascos protectores en las motocicletas, y poca aplicación de las leyes por exceso de velocidad o conducción de vehículos en estado de ebriedad.

Me encuentro en la ciudad Houston, en el estado de Texas, en un viaje de salud de mi esposa Ivelisse, acompañado por nuestro hijo menor Alfredo, quien está a cargo de conducir el vehículo, en una ciudad muy grande, con mucho congestionamiento vehicular(no existe un metro y solo 10% de la población usa el transporte público), sin embargo llama la atención el orden, el respeto a las leyes de tránsito en una ciudad con un 43.8% de población de origen Hispano, especialmente Mejicana; y en esos largos trayectos he aprovechado para hacer comparaciones con la forma de conducir en nuestro país.

Nos desplazamos por la I-610 Norte (una especie de anillo en cuyo interior se encuentra la zona metropolitana de Houston) a las 5 y 30 de la tarde, hora pico, con un kilométrico tapón, y a pesar de disponer de un paseo pavimentado y con ancho igual a un carril, ningún automovilista osa salirse de la fila y escabullirse provechando el amplio paseo. Mi memoria se traslada a la Autopista de Las Américas, cuando se produce un tapón inmediatamente un atropellado tropel de vehículos pasa al polvoriento paseo lleno de hoyos, provocando molestias a los peatones  y a los automovilistas que respetuosos esperan pacientemente en su carril.

Arribamos a una intersección sin semáforo y los conductores gentilmente nos permiten pasar. Aquí cuando usted arriba a una intersección sin semáforo, deberá luchar para penetrar poco a poco, con el riesgo de que lo choquen, pues la cortesía es una pieza rara en nuestras calles. Hemos llegado al extremo de irrespetar los semáforos y por eso les recomiendo a mis hijos nunca cruzar en verde sin antes verificar a todos lados si un conductor temerario va a violar la luz roja.

¿Acaso los conductores de países organizados son más educados y preparados que los de RD?

No, aquí vemos esos comportamientos temerarios y la ausencia de cortesía en personas bien educadas, de formación académica e incluso en cultas damas. La diferencia radica en que los países organizados las personas son respetuosas de las leyes, porque existe un sistema de sanciones con multas elevadas e incluso prisión, y además disponen de una policía ¨que no se la está buscando¨.

Las muertes por accidentes de tránsito en el país representan el doble de las muertes por  criminalidad, por eso todo proyecto de seguridad ciudadana debe contener el capítulo de poner el orden en el transito caótico para reducir las pérdidas de vida, heridos, pérdidas materiales, de tiempo y combustible.

Es necesario aprobar las modificaciones a la ley de transito, es necesario una AMET con agentes conocedores de la ley y dispuestos aplicarla sin miramientos. Se requerirá voluntad política de las autoridades, pero no podemos seguir viviendo en este desorden del tránsito que nos retrata como una sociedad atrasada.