Con la muerte de Nelson Mandela, la prensa internacional hizo relucir el papel del padre de la Sudáfrica moderna como figura de la reconciliación en una sociedad dividida por el odio racial.

La palabra reconciliar proviene del latín “reconciliare”. Desde el punto de vista etimológico, significa pues, “volver al concilio”, retornar a la asamblea de la que uno ha estado separado, reparar el estado de desunión en el que se encuentra una persona.

Precisamente, esto último es lo que acontece en colectividades que experimentan sistemas de opresión en el que la vida cotidiana de cientos o miles de personas se ve trastocada por la irrupción violenta del terror político y se laceran los estados de ánimo de la ciudadanía con la tortura, la desaparición y la muerte.

Aunque con sus características particulares desde el punto de vista social e histórico, lo anteriormente descrito es la experiencia de los procesos de sociedades como: La República Dominicana post-Trujillo y la posterior a la de “los doce años”, la Nicaragua posterior al régimen de Somoza, la Unión Soviética post-Stalin, la Alemania posterior a Hitler, la España post-franquista y por supuesto, la Sudáfrica posterior al “apartheid”.

La profunda fisura social que estos regímenes dejaron tras su desaparición amenazó las formas básicas de relación social necesarias para una convivencia ciudadana saludable, así como para la realización de los proyectos institucionales requeridos para el desarrollo sostenible de un país. Una sociedad dividida es la amenaza latente del estallido social con todas sus secuelas.

No es por tanto exagerado valorar la figura de Nelson Mandela como héroe de la reconciliación sudafricana. Pero el proceso reconciliador no significa practicar el olvido de lo acontecido o el ocultamiento de las atrocidades cometidas contra la dignidad humana durante una dictadura. Por ello, el mismo hombre que encarnó el símbolo del perdón también apadrinó la “Comisión para la Verdad y la Reconciliación”.

La mencionada comisión fue una instancia oficial creada por el gobierno de Mandela y dirigida por el arzobispo anglicano Desmond Tutu, con dos objetivos fundamentales: En primer lugar, hacer de conocimiento público las violaciones de los derechos humanos cometidas durante el apartheid y en segundo lugar, proporcionar una cierta reparación a las víctimas que sufrieron dichas violaciones.

El fundamento filosófico de la comisión sudafricana de la verdad fue el concepto de “Ubuntu”, un término proveniente de lenguas tradicionales africanas como el zulú que entre sus múltiples connotaciones significa: empatía, la identificación con el próximo, con su situación y su sufrimiento. Desde la perspectiva filosófica del “ubuntu”, la reafirmación personal está íntimamente relacionada con la de los demás, lesionar la dignidad de los otros constituye un daño al universo del que formamos parte y por tanto, un acto de degradación a cada uno de nosotros de modo individual.

La base de la nueva Sudáfrica fue un proceso de reconciliación basado en el reconocimiento y exposición de los agravios, no en su ocultamiento. Ocultar los crímenes y los delitos de una sociedad impiden el restablecimiento del orden roto por dichas acciones y tarde o temprano generarán apatía ciudadana, cinismo o un resentimiento colectivo que desembocará en diversas modalidades de violencia.