El 20 de abril de 1964, Nelson Rolihlahla Mandela se presentó ante el Tribunal Supremo de Pretoria, Sudáfrica, para enfrentar cargos de sedición. Condenado a cadena perpetua, Mandela sufrió las restricciones de un encarcelamiento cuyas condiciones físicas y psicológicas  habrían doblegado a cualquier ser humano convencional. Sin embargo, para él se convirtió en un espacio para modelar el carácter y obtener una perspectiva de los acontecimientos que terminaron proyectándolo como emblema de líder y sabio.

En su alegato ante el juez que le condenó en el juicio señalado, Mandela concluyó diciendo:

“He anhelado el ideal de una sociedad libre y democrática en la que todas las personas vivan juntas en armonía y con igualad de oportunidades. Es un ideal por el que espero vivir y que espero lograr. Pero si es necesario, es un ideal por el que estoy dispuesto a morir”.

Tener la actitud de morir por la defensa de unos principios es reconocido hoy en Occidente como sinónimo de heroísmo. No siempre fue así. Antes de la conformación de las ciudades-estado, donde nació el pensamiento occidental (antes del siglo VII previo a la era cristiana), Grecia era un conjunto de comunidades tribales reflejadas en los relatos clásicos de la mitología griega donde los dioses realizan hazañas extraordinarias recurriendo a la astucia, el engaño y al asesinato para cumplir sus propósitos.

La estructura moral de dichas sociedades eran: la fama, el linaje y la gloria. El sentido del bien estaba marcado por el hecho de pertenecer a una familia noble o por realizar acciones heroicas como la destrucción de los enemigos.

Con la decadencia de estas comunidades, también sus valores entraron en declive. La nueva sociedad que comenzó a forjarse a partir del siglo VII requería una nueva escala de valores y de heroísmo: Individuos capaces de discutir racionalmente sobre los asuntos del Estado, sobre las leyes y sobre el modo de llevar a cabo la economía en medio de las nuevas relaciones mercantiles.

Esta nueva sociedad requería leyes y normas estables en vez de dioses personales que actuaran por capricho. Sócrates constituye el emblema de este nuevo tipo de heroísmo dispuesto a morir por la defensa de unos principios abstractos aún a costa de la autodestrucción personal.

Aunque no es el producto exclusivo de una educación occidental, Mandela, al igual que Sócrates, pertenece a esta nueva tradición de heroísmo en Occidente, que representa un nuevo tipo de ideal social y metafísico: Su vigencia es la muestra de que las necesidades que lo exigen todavía persisten y de que existe la conciencia de la necesidad de satisfacerlas.

Ojalá entonces, que algún día este tipo de heroísmo sea innecesario y podamos, como expresó el filósofo Karl Popper, vivir en una sociedad donde no tengamos que morir por nuestras ideas, sino que sean estas las que mueran por nosotros.