ACABO DE ver la nueva película “Mandela”, y estoy tan lleno de impresiones que no puedo abstenerme de escribirlas.
Es un filme muy bueno, con muy buenos actores. Pero eso no es lo principal. Es un filme muy preciso, que reproduce lo que realmente e ocurrió en Sudáfrica, y no podemos dejar de pensar en eso una y otra vez.
¿En qué estoy pensando?
EN QUE si alguien le hubiera preguntado a un sudafricano, negro o blanco, 35 años atrás, cómo iba a terminar el conflicto, la respuesta más probable hubiera sido: “No se va a acabar. No tiene solución”. Esa es exactamente la respuesta que uno recibe hoy en Israel y Palestina.
No podría haber solución. La mayoría de los negros sudafricanos querían la libertad y un régimen negro. La gran mayoría de los blancos, tanto boers como británicos, sabían que una vez que los negros llegaran al poder, los blancos serían eliminados o desterrados. Ninguna de las partes podría dar marcha atrás.
Sin embargo, lo increíble, lo inimaginable, ocurrió. Los negros ganaron. El presidente negro asumió el poder. Los blancos no fueron sacrificados ni desalojados. Algunos dicen que hoy en día los blancos son, de muchas formas, más poderosos que los negros.
Nos hemos acostumbrado a esto de tal manera que ya no somos conscientes de lo que es un milagro.
Cuando Argelia fue liberada, después de una larga y brutal guerra de liberación, más de un millón de colonos huyeron para salvar su vida. El éxodo gigantesco no fue algo impuesto. El presidente Charles de Gaulle sólo dejó saber que el ejército francés se iría en una fecha determinada, y todos los colones salieron en estampida. Un número enorme de colaboradores locales (con el gobierno colonial) fue masacrado.
Ese es el curso normal de los acontecimientos cuando un gobierno colonial llega a su fin, después de un largo período de opresión brutal. Como escribió Federico Schiller al comienzo de la era colonial: “¡Teme al esclavo que rompe sus cadenas!”.
¿SON LOS negros sudafricanos un tipo diferente tipo de personas? ¿Son más humanos? ¿Más delicados? ¿Menos vengativos?
No. En absoluto.
Como muestra claramente la película, estaban sedientos de venganza. Habían sufrido indignidades indescriptibles durante muchas décadas. Y no de las abstractas. Habían sufrido la humillación diaria en la calle, en los parques, en las estaciones de ferrocarril, en todas partes. No se les había permitido olvidar por un momento que eran negros e inferiores; sin duda alguna, subhumanos. Muchos habían pasado tiempo en las inhumanas prisiones.
Por eso era natural que, el día de la liberación, ellos irían tras sus torturadores; quemarían, matarían, destruirían. La propia esposa de Mandela, Winnie, lideró la demanda de venganza; incitó a las masas.
Y sólo un hombre se puso de pie entre una orgía de sangre y un traspaso ordenado del poder.
La película muestra cómo Nelson Mandela, completamente solo, se lanzó contra la ola creciente. En el momento crítico, cuando todo estaba en juego, cuando la historia contuvo el aliento, se dirigió a las masas en la televisión, diciéndoles claramente: “¡Si yo soy tu líder, ustedes deberán seguirme! De lo contrario, ¡búsquense otro líder!”.
Su punto de vista era racional. La violencia haría pedazos al país, quizás más allá de la salvación, como ha ocurrido en otros países africanos. Los negros habrían vivido en el terror, tal como los blancos habían vivido durante toda la era del apartheid.
Y, aunque parezca increíble, el pueblo lo siguió.
SIN EMBARGO, Mandela no era un superhombre; era una persona normal, con instintos normales. Había sido un terrorista sincero, que había enviado a la gente a matar y a morir. Sufrió años de tratamientos brutales, tanto físicos como mentales; años de prisión en aislamiento que podrían haberlo llevado a la locura.
Aún estando en la cárcel, y contra la voluntad de sus camaradas más cercanos, comenzó a negociar con los líderes del régimen de apartheid.
¿Podría haber habido un Mandela sin un Frederik Willem de Klerk? Esta es una buena pregunta. La película no se detiene en la personalidad de De Klerk. Pero ahí estaba el hombre que comprendía la situación, que accedió a lo que equivalía a una rendición casi completa ante los despreciados “kaffirs”, y que hizo sin derramar una gota de sangre. Al igual que Mikhail Gorbachev, en diferentes circunstancias, supervisó una histórica revolución incruenta. (Curiosamente, "kaffir" el término racista blanco para referirse a los negros, se deriva del término árabe y hebreo para los infieles.)
Mandela y De Klerk se conjugaron perfectamente, aunque difícilmente uno pudiera imaginar a dos individuos más distintos.
¿QUÉ CAUSÓ que el abominable apartheid se viniera abajo?
En todo el mundo, incluyendo Israel, la lección aprendida es que fue el boicot mundial impuesto al Estado de apartheid lo que le quebró los huesos del régimen. En docenas de países, gente decente se negó a tocar los productos sudafricanos o a participar en eventos deportivos con equipos sudafricanos, lo que convirtió a Sudáfrica en un estado paria.
Todo esto es cierto y admirable. Todo el que participó en esta marea mundial de conciencia merece respeto. Pero creer que este fue el elemento decisivo de la lucha misma es un síntoma de condescendencia occidental, una especie de colonialismo moral.
La película le dedica a estas protestas en todo el mundo y al boicot sólo algunos. No más.
Fue la lucha heroica de las masas sudafricanas, sobre todo los negros, pero también los descendientes de indios (descendientes de inmigrantes de la India) y “de color” (los mestizos), los que alcanzaron la victoria. Los medios fueron la lucha armada fueron (siempre la llaman “terrorismo” por el opresor), las acciones de masas no violentas y las huelgas masivas. El apoyo externo sirvió, principalmente, para elevar la moral.
Mandela no sólo fue uno de los líderes principales de esta lucha, sino también un participante activo, hasta que lo enviaron a cárcel de por vida.
De la película se podría tener la impresión de que había dos Mandela: el líder de la lucha armada, que derraman sangre, y el hacedor de la paz, quien se convirtió en el símbolo mundial de la tolerancia y el perdón.
Sin embargo estos dos Mandela son uno solo: la personalidad de un hombre que estuvo dispuesto a sacrificar su vida por la libertad de su país, pero que también fue magnánimo en la victoria y el perdón.
Él encarna plenamente el antiguo refrán judío: “¿Qué es un héroe? El que convierte a su enemigo en el que lo ama”.
UN ISRAELÍ se ve obligado a hacer esta pregunta inevitable: ¿Qué nos dice la película sobre las similitudes y diferencias entre la situación de Sudáfrica y la de Israel y los palestinos?
La primera impresión es que las situaciones son casi totalmente diferentes. Los antecedentes políticos y demográficos son polos opuestos. Las similitudes son en su mayoría superficiales.
Pero, en particular, las diferencias más obvias son que no hay un líder palestino a la vista, y mucho menos un De Klerk israelí.
El propio Mandela fue un partidario apasionado de la causa palestina. Vio en Yasser Arafat su alma gemela. De hecho, existe una similitud: al igual que Mandela, Arafat comenzó una lucha revolucionaria violenta de liberación (“terrorismo”), y decidió hacer las paces con su enemigo (en Oslo). Si Arafat hubiera sido alto y guapo como Mandela, tal vez el mundo lo hubiera acogido de otra manera.
En su actitud antisionista, Mandela se parecía a Mahatma Gandhi, cuyas ideas tomaron forma durante los 21 años que pasó en Sudáfrica y padeció allí el racismo (antes de que el apartheid se promulgara oficialmente). Gandhi tenía un primer nombre musulmán (“Mohandas, “ingeniero”, en árabe y en hebreo). Sin embargo, mientras que el credo de Mandela del perdón ganó, el credo de la no violencia de Gandhi fracasó. La liberación de la India estuvo acompañada de una violencia indescriptible, con no menos de medio millón de musulmanes e hindúes muertos, incluyendo al propio Gandhi.
La película termina con la elección de Mandela como presidente, siendo aclamado por negros y blancos.