A raíz de mi artículo sobre la inmediatez un buen amigo me recomendó la lectura de uno de los filósofos culturales más importantes de la actualidad. Me refiero al surcoreano Byung-Chul Han. Formado en Alemania ha adoptado esta lengua como su instrumento de comunicación y su herramienta de pensamiento, pero su espíritu sigue apegado a la larga tradición de la sabiduría oriental. Aunque reformula problemáticas actuales como el trabajo, el capitalismo, la falsa sensación de la prisa en las vivencias y en las tecnologías, de este filósofo me ha impresionado su concepción del tiempo ya que se opone a la concepción narrativa de Paul Ricoeur.

En el texto del 2009 Aroma del tiempo, traducido al castellano en 2015 por la editorial Herder, Byun-Chul Han expone que “la crisis temporal de hoy no pasa por la aceleración” (p.9), sino que “la crisis de hoy remite a la disincronía, que conduce a diversas alteraciones temporales y a la parestesia” (ibid.). Esto porque “el tiempo carece de un ritmo ordenador” (ídem).

Para el filósofo surcoreano, en diálogo con la filosofía alemana contemporánea, la atomización del tiempo es el factor que genera la disincronía, esto es, la vivencia del tiempo sin un orden que le dé sentido. Esta atomización no permite darle duración a nuestra experiencia temporal, sino que vivimos en una constante dispersión de los instantes. De ahí la imagen de la atomización del tiempo: los instantes puntuales no se perciben como parte de algo mayor, con duración y sentido, sino como una desconexión fugas de lo vivido en el presente. A esta vivencia fugaz del instante, sin norte y dispersa, es lo que el autor llama de disincronía, de ruptura o resquebrajamiento de las nociones de espacio y de tiempo y, más aún, de la noción de identidad personal.

Lo que nosotros hemos llamado de inmediatez de nuestra experiencia del tiempo se inscribe en lo que el filósofo surcoreano describe como síntomas de la atomización del tiempo. En este sentido, el malestar es la atomización y no la inmediatez. Esta última es efecto de la primera. Ello porque la inmediatez es la vivencia del presente desconectado del pasado y del futuro. En la inmediatez no hay tradición ni hay proyecto, la memoria es vacía de contenido y el proyecto ni siquiera es una quimera inalcanzable. Es la inmediatez de las vivencias la sobresignificación del sinsentido de la vida, aquí es cuando la muerte despliega su dimensión aterradora: “comamos y bebamos que mañana moriremos”.

La atomización del tiempo se da cuando no hay espacio para la vita contemplativa y permanecemos esclavos de la vita activa. El ritmo del trabajo y el consumo del mercado capitalista declara que todos los tiempos son iguales entre sí ya que son tiempos o para la producción o para el consumo; pero nunca para la demora.

El arte de demorarse, subtítulo del libro, es ajena a la concepción actual de que la plenitud de la vida está en la rápida acumulación de instantes eufóricos, de vivir el límite cada día en la creencia de que cada día podría ser el último. Acumulación y plenitud no se corresponden porque la cantidad no es sinónimo de intensidad (p. 29). Como cantidad e intensidad de la vida no coinciden vivimos el presente de modo tal que cerramos la posibilidad de un corte significativo, de una conclusión con sentido (p. 26) en la que direccionar nuestra temporalidad. Solo en la demora es posible darle sostén al tiempo fugaz.

Entiéndase bien que la alerta de Byung-Chul Han no es a favor de un estilo de vida sobre el otro, sino por la resignificación de la fuerza ordenadora del tiempo que es, igualmente, reordenar nuestra comprensión del cuerpo, de la salud, de las experiencias significativas del pasado, la tradición y encaminarnos significativamente hacia la construcción del futuro en armonía con el mundo, los demás y nosotros mismos.

La inmediatez que se deriva de la atomización del tiempo es un síntoma más de la desorientación temporal actual en la que vemos desgraciadamente cómo el mercado nos pone en Adviento en octubre, destruyendo el corte significativo de las festividades navideñas por un espacio más de consumo y olvido.