El dualismo podría tratarse hoy día como un esquema mental desde el cual filtramos nuestra relación con el mundo, con los demás y con nosotros mismos. Los esquemas mentales, hemos hablado de ellos en otras ocasiones, son los cedazos que permiten aprehender la realidad, se depositan en nuestras cabezas de modo inconsciente o lo vamos desarrollando a través de la formación académica. Miramos el mundo, a los demás y a nosotros mismos de manera dual. Hay cientos de expresiones y circunstancias que delatan la presencia del dualismo en nuestra cultura occidental.
El dualismo es proponer dos principios fundantes de la realidad, irreductibles uno al otro, por tanto, coexistentes. Regularmente se asocia el dualismo con el maniqueísmo, pero creo que este último fue una aplicación a la fe del dualismo reinante en el mundo griego cuyo origen es rastreable a las religiones órficas que influenciaron el nacimiento de la filosofía. En la historia de las religiones el concepto es aplicado a las religiones antiguas como la persa y sus creencias en Ahura Mazda (dios del bien) y Ahrimán (dios del mal).
El mundo griego no conoció el término dualismo, sino que el concepto se le atribuye a Thomas Hyde en el siglo XVIII quien lo utilizó en sus estudios sobre las religiones antiguas. Por nuestra parte rastreamos el dualismo reinante en la cultura occidental en las ideas de Parménides (540-470 a C.) al distinguir entre la razón y los sentidos en el camino al ser verdadero. Del filósofo de Elea tenemos un poema en el que se expresa su dualismo gnoseológico, la verdad (episteme) se opone a la falsedad (doxa) que, igualmente, sustenta un dualismo ontológico al identificar el ser con lo verdadero y el no-ser con lo no-verdadero (lo falso) que percibimos a través de los sentidos. Necesariamente ambos dualismos resultan en un dualismo antropológico ya que la razón se opone a los sentidos lo que en la antropología griega equivale a decir el alma se opone al cuerpo.
Es Platón quien lleva a su máxima expresión estos tres dualismos y llena los baches que habían dejado los presocráticos en términos de explicación del cambio y lo permanente en el mundo. Recordemos su mencionada Alegoría de la Caverna cuyo texto no solo busca ejemplificar la Teoría de las Ideas, sino que también busca dar cuenta de modo más convincente la permanencia de lo verdadero frente a la apariencia del cambio. En este sentido, el ser de Parménides se identifica con el mundo de las ideas, el hiperuranio de Platón en oposición al mundo sensible, sujeto al cambio.
Aristóteles, en su afán de corregir al maestro, se esforzó por alejarse de este dualismo de Platón al sostener su teoría de la sustancia y su convicción de que el ser se dice de muchas maneras. Sin embargo, la teoría hilemórfica está atada aún al dualismo al considerar que todo cuerpo es una unidad compuesta tanto de materia como de forma.
Con el cristianismo el dualismo griego se perpetúa en nuestra percepción de la realidad y, en buena medida, radicalizándose en la separación entre el poder espiritual y el poder temporal. El ascetismo medieval se explica en la convicción radical de que frente a lo carnal, temporal y mundano se debe elegir y seguir lo espiritual, lo intemporal y trascendente que lleva hasta Dios. De este modo, pasamos por este “valle de lágrimas” purificando nuestras inmortales almas de los pecados (el original y todos los que desgraciadamente hemos cometido animados por el demonio o el reino de las tinieblas).
Acostumbrarse a pensar que todo lo real se compone de dos principios opuestos es problemático porque nuestro cerebro no observa todo lo que hay, sino que se acostumbra a inferir a partir de un elemento la existencia opuesta del otro. Así frente el frío opongo calor, a la luz la sombra, al bien el mal, al hombre la mujer, a lo masculino lo femenino, a Dios el diablo. Seguir esta lógica dualista equipara realidades que no están al mismo nivel y no permite ver el tono claroscuro ni la multiplicidad de colores del arcoíris. Pero, sobre todo, oculta el dualismo vertical que se disimula tras el dualismo horizontal.