Viernes en la noche, calle Núñez de Cáceres casi con Kennedy. Sentada en la acera estaba ella, con la mirada perdida en el horizonte. Apenas podía balbucear unas palabras tenues y tristes. Describir el sentimiento era imposible, una mezcla de indignación, ira, impotencia. En sus ojos el azul del mar se había posado pero las lágrimas que corrían por sus mejillas les inundaban las pestañas bien delineadas y se deslizaban hasta desembocar en sus labios o ser limpiadas por sus manos delicadas y bien cuidadas.

Me acerqué temeroso y no por ella, sino por las miles de historias que pululan en el ambiente de personas que fingen una situación para que alguien, tentado por esa sensación de hacer el bien, se acerque y hacerlo víctima de eso que se ha llamado percepción. Le hablé con voz temerosa y a mis palabras le siguió un silencio breve, pero que parecía eterno.

Esa joven, que sentada en la acera desahogaba la impotencia, había sido asaltada momentos antes dejándole el único valor que agradecía: La VIDA. En esta Sociedad de la Nada, donde solo importa el dinero, la seguridad ciudadana será una quimera. Y así vamos caminando por las calles con el mismo temor, la misma indignación, la misma esquiva que nos hace dudar de todo y de todos.

Vivimos encerrados en nuestras propias jaulas mal llamadas casa, pues una percepción maldita nos ha robado la paz. Esa noche fue ella, mañana quizás usted, mientras el que circula por las mismas calles con una escolta hasta para agenciarle el paso más rápido sigue encerrado, no en las jaulas nuestras, sino en su penthouse, obtenido quien sabe cómo y desde donde divisa una pena que desgarra al pueblo, pero que él entiende es percepción, y yo digo: Maldita Percepción.