Un buen día se crearon las palabras, y en ese entonces, el uso de muchas de estas era negado a las mujeres y permitido a los hombres. En la actualidad la situación es distinta, aunque quedan vestigios de censura en el uso de algunas de ellas por parte de las mujeres. Por eso hay palabras que no deberían estar en los labios de una mujer, si esta se considera una dama. No deberían usarlas y mucho menos frente a un hombre. ¿O sí?
Yo conversaba con mi amigo sobre un tema de esos que apasionan a cualquier corazón inquieto. Recuerdo que el tema era de corte social. De repente exclamé ¡Cojones…! Lo dije con energía, inclusive más de la que suelo emplear cuando uso la palabra mierda –una de mis favoritas–. Mi amigo me mira y dice: –Esa palabra es muy fuerte para una dama–. Y aquí vamos, porque yo tengo un serio problema con las cosas que son solo porque sí.
¿De dónde viene eso de que una mujer no pueda o deba usar ciertas expresiones? ¿Por qué el uso de malas palabras supone en la mujer que las dice la condición de vulgaridad, ser corriente o de mala educación?, cuando esas mismas palabras parecen potenciar al macho. Sin ánimos de sonar reiterativa, me parece que no es más que otra forma de machismo.
Ahora bien, más allá del trasfondo sexista que pueda suponer para la mujer la restricción de estas bellezas del lenguaje, existen consideraciones de importancia a tomar en cuenta: Maldecir, o decir malas palabras o groserías puede resultar liberador para el espíritu. Recordemos el cuasi mítico “¡Entren to’ coooño!” de Ramón Alburquerque, aquella liosa mañana frente a la Liga Municipal. Cuando estás muy molesto, por la razón que sea, una que otra grosería te pueden ayudar a lidiar con el sentimiento de ira y frustración. Eventualmente llegarás a la calma mucho más rápido que si te modularas expresando con buenas maneras el humor que te ocupa.
Las groserías generan una sensación de fuerza y poder en quien las dice, y hay circunstancias en las que lanzar una maldición al viento se hace de rigor. Una idea muy generalizada relaciona el uso de malas palabras con la mala educación y la poca cultura, y puede que sea cierto en algunas circunstancias, pero no necesariamente es una regla. En esa misma línea se asocian la buena educación y el estatus económico. No pocas veces he escuchado decir: –Tú la ves así, ¡pero tiene la boca bien sucia!–, en alusión a una persona que tiene dinero, pero que de vez en cuando deja salir su parte más básica y echa unos cuantos “San Antonios” (*).
Todo parece indicar que pronunciar malas palabras nos conecta con una parte elemental y primaria de nuestro temperamento, produce placer, alivio, e incluso risa. De hecho, en la página de psicología, Psicology Today, el psicoterapeuta y doctor en medicina Neel Burton, presenta una serie de beneficios asociados al uso de las malas palabras.
En el mismo artículo se mencionan los resultados de un estudio realizado en la Universidad Keele, de Inglaterra. Dicho estudio sugiere que decir malas palabras cuando nos damos un golpe atenúa el dolor, por tanto, tiene cualidades analgésicas. Si lo duda, le invito a recordar la última vez que literalmente "se llevó" una pata del comedor con su dedo meñique izquierdo… ¡Mierda, qué dolor!
Ahora bien, hay contextos y contextos. No podrás dar rienda suelta a tu lengua en todo lugar. Y aunque las groserías nos permiten expresar con mayor énfasis lo que queremos decir, hay que tener el tacto necesario para saber cuándo, dónde, cómo y con quién o quiénes salirnos del contexto de las buenas formas. Igual, ser grosero y decir groserías son dos cosas distintas, de la misma forma que decir una mentira no te vuelve un mentiroso. En este punto, cada quien deberá hacer uso de su buen juicio y criterio para no llevarse del gusto y buscarse un problema.
Sin embargo y retomando el punto inicial, en nuestra cultura profundamente patriarcal y machista, que una chica, mujer, dama o lo que fuera con pechos, diga una mala palabra, maldición o grosería, es muy mal visto. Parece ser una práctica que solo es aprobada a los varones. Y no se limita a nuestra cultura. En una ocasión publiqué un comentario en mi página de Facebook y usé la palabra “carajo” y un contacto argentino me comentó, a modo de pregunta, que si esa palabra no era muy fuerte para yo usarla, que sería mal visto.
Los estereotipos de delicadeza, belleza, gracilidad y/o fragilidad están culturalmente vinculados a la mujer, de ahí que sea mal visto que estas utilicen palabras que contengan una connotación violenta, fuerte o grosera. E inclusive las propias mujeres tienen esa concepción, pero por suerte las cosas van cambiando. Cuando digo malas palabras delante de mi niña y ella pregunta qué estoy diciendo, solo le respondo: Son palabras de adultos, mi niña; no te preocupes, cuando crezcas las podrás usar todas, si quieres.
(*) Expresión usada como sinónimo de las malas palabras.