“No hay nada más difícil de llevar, ni más peligroso de conducir, ni con más incertidumbres sobre el éxito que el dirigir la introducción de un nuevo orden de cosas. Porque el innovador tiene como enemigos a todos aquellos que se beneficiaban con la situación anterior, y como tibios defensores a todos aquellos que pueden beneficiarse bajo la nueva… “ El Príncipe, Nicolás Maquiavelo.
Es muy difícil desaprender las malas mañas, sobre todo si son mañas compartidas por la colectividad y transmitidas de generación en generación por la lengua y la cultura. Poca o ninguna posibilidad hay de perder las viejas mañas espontáneamente y sin hacer un gran esfuerzo: es igual o más difícil que borrar el acento de la lengua materna después de adulto.
La intención no es insistir en lo difícil que resulta suprimir las malas mañas, sino afirmar que sí es posible, aunque difícil, modificar la herencia cultural negativa. Al menos señalaremos la dirección que es preciso emprender para deshacernos del lastre cultural que significan las idiosincrasias negativas y catalizar ese “nuevo orden de cosas”.
Negar verse en el espejo para descubrir los tics culturales que nos aquejan es el primer escollo que hay que superar. No hay cura sin diagnóstico. No hay reforma en el comportamiento social sin primero identificar las idiosincrasias negativas que permean la colectividad. Tapar o romper el cristal- dizque porque es distorsionante y malintencionado- no induce a la mejora. Solo si nos reconocemos en el espejo tal como somos (y no como pensamos o decimos que somos), podremos abrir las puertas de un largo camino hacia el cambio cultural que elimina de raíz las malas mañas heredadas a través de generaciones. Reflejos codificados en nuestro ADN cultural, que quizás en la era cavernaria jugaron un papel importante en permitir nuestra supervivencia como única especie del género Homo aun existente, hoy son un estorbo para la paz y el progreso. Pero nos aferramos a ellos, negando su existencia o- quizás peor- proclamando que esos tics culturales son parte esencial de nuestra identidad como pueblo y nación.
El primer paso es reconocer nuestras mañas, sin recriminaciones ni excusas, pues no son nuestra esencia. Abandonar ciertas costumbres nocivas, no nos hace menos nosotros. Todo lo contrario, pues nos purifica, permitiendo que nuestra verdadera naturaleza resplandezca. Si no damos ese trascendental salto, dejamos el cambio cultural a su natural ritmo evolutivo que durará lo que en términos de una vida humana es una eternidad. No ser proactivos en propiciar la transformación cultural, es ser parte del problema, y no aportar a la solución. La acción trascendental es identificar las viejas mañas heredadas con sinceridad y disponernos con entusiasmo al cambio que no se hace solo legislando sino formando sobre todo a los jóvenes en nuevas actitudes.
Una vieja maña de la humanidad, pero particularmente extendida entre los quisqueyanos, es la proclividad a los juegos de azar. Aunque es una arraigada costumbre que viene siendo observada por nuestros intelectuales al menos desde los tiempos de Ulises Francisco Espaillat (el prócer se mofaba en la voz de “María” de la plaga de galleras en nuestros campos y pueblos, tildándolas de “Academias”), su incidencia sobre el destino de la nación dominicana aun no es ponderada en toda su magnitud. En definitiva que poco hacemos en la actualidad para contrarrestar esta antiquísima maña, hoy simbolizada por las bancas de apuestas que contaminan nuestro paisaje urbano y rural con su nefasta presencia. Ya no solo apostamos a los gallos y a las bolitas de la lotería, sino que jugamos, con dinero que no nos sobra, a prácticamente todos los eventos deportivos y hasta a jugadas individuales de deportes que ni practicamos ni conocemos. Ya no precisamos de una excusa para botar dinero sin ton ni son, convirtiéndose la apuesta en un verdadero tic cultural que precisa ser exorcizado para el bien colectivo. Hablamos del flagelo de la droga, pero los juegos de azar son mucho más extendidos y mueven tanto o más dinero en efectivo. Sin embargo, a pesar de las miles de vidas que arruina en silencio, chupando cual sanguijuela los escasos ingresos familiares, no hacemos nada por combatir esta vieja maña, sobre todo entre los jóvenes. Ni el estado, ni las iglesias, ni los sindicatos, ni el sector empresarial tienen en su agenda los juegos de azar como un flagelo de la sociedad a ser combatido agresivamente.
¿Por qué rifamos tanto? Comercios, instituciones financieras, iglesias, clubes, organizaciones sin fines de lucro y hasta instituciones educativas recurren reiteradamente al artificio de la rifa para atraer clientes o recaudar fondos con motivos legítimos, siempre reforzando nuestra propensión a los juegos de azar. Incluso ponemos a niños y jóvenes a vender boletas de rifas entre amigos y familiares, entrenando desde temprano a las nuevas generaciones en esta actividad. Preferimos la rifa a prácticamente cualquier otra forma de promoción o descuento comercial. Los dominicanos rendimos culto a la diosa Chepa. Hasta en la tradicional forma de ahorrar que conocemos como “san” se mezcla un elemento de suerte para satisfacer el gusto criollo por el azar.
De una actividad originalmente “recreativa” de los “machos” en domingos y días feriados en cotos cerrados (galleras, billares, etc.), hoy la apuesta es un quehacer diario en cada esquina tanto de mujeres como de hombres. ¡Cuánto hemos progresado en democratizar los juegos de azar! Aventajamos a las naciones más progresistas en masificar la apuesta diaria, aunque en realidad es un fenómeno en muchas sociedades incluyendo líderes en desarrollo humano.
¿Nos preocupa la proliferación de los juegos de azar y su incidencia en la vida diaria de muchos dominicanos?
En nuestras instituciones educativas, en las parroquias, en los clubes culturales y deportivos no se explica lo peligroso que pueden ser los juegos de azar y el riesgo de adicción que representan. Los medios de comunicación tampoco abundan sobre el tema, y los padres y las madres jugadores evidentemente tampoco hacen esfuerzos en este sentido en el seno de muchas familias.
La realidad es que si como sociedad no actuamos proactivamente al respecto, seguiremos padeciendo los estragos causados por la mala maña de apostar a todo, que tarde o nunca perderemos. Empecemos por reconocer el carácter nocivo que tienen los juegos de azar en la sociedad dominicana, para entonces trazar un plan que disminuya su incidencia en el futuro. No tener esta maña en lo individual, no debe ser óbice para identificar la necesidad de modificar este comportamiento social tan destructivo.
Lecturas:
http://www.elcaribe.com.do/2016/11/08/una-familia-atada-los-juegos-azar-relata-historia
http://www.elcaribe.com.do/2016/11/07/peligro-juegos-azar
http://elnacional.com.do/juegos-azar-rd-mueven-100-millones-diarios/
https://www.problemgambling.ca/gambling-help/es/gambling-information/