Es difícil encontrar un personaje mas veleidoso y contradictorio, más inestable y exhibicionista que Curzio Malaparte. El apellido inventado lo dice un poco todo. Malaparte es lo contrario de Bonaparte, un personaje al que admiraba, en cierto modo, si acaso admiraba a alguien, aparte de si mismo. Malaparte era italiano, de origen alemán, hijo de un padre al que odiaba. Su verdadero nombre era Kurt Erich Suckert.
Malaparte fue siempre una vedette, un personaje a la moda que ejerció varias oficios y abrazó todas las causas posibles en sus casi sesenta años de vida (1898-1957). Fue periodista, novelista, poeta, ensayista, dramaturgo, cineasta, diplomático. Era también un dandy, una persona extremadamente refinada en el vestir, eso que hoy se llamaría metrosexual. Amaba a los perros más que a las mujeres, aunque en general sólo se amaba a sí mismo, y cultivó con esmero el arte de la esgrima y de batirse en duelo por cualquier nadería. En muchos aspectos era un ser despreciable, un narcisista, un mitómano, un payaso. Pero era un hombre valiente.
Malaparte era, además de escritor visceral, un hombre de acción, un aventurero. En 1914, cuando apenas tenía 16 años, escapó del colegio y se alistó en el ejército francés y tomó parte en la primera guerra o carnicería mundial, sufrió graves lesiones pulmonares por exposición a gases venenosos, alcanzó el grado de capitán y se hizo merecedor de varias condecoraciones al valor.
En 1920 debutó en política como fascista y en 1922 participó (o dijo que participó) en la famosa marcha sobre Roma, con la que Benito Mussolini se hizo dueño del poder en Italia. Se convierte en brillante periodista y un intelectual orgánico del régimen, un colaborador a toda prueba. Uno que no sólo acompaña a Mussolini y los camisas negras en la marcha sobre Roma, sino que también de alguna manera se involucra, en 1924, en el asesinato de Giacomo Matteotti, el líder socialista de la oposición.
Malaparte fue, sin duda, un intelectual y una vedette del fascismo, pero era también un tipo incómodo que se tomaba libertades que a otro no le hubieran permitido y que no dejaron de tener consecuencias.
Así, en 1931, tuvo la insana ocurrencia de publicar “Técnica del golpe de estado”, una obra maestra que habría dado envidia a Maquiavelo y que según se dice era uno de los libros de cabecera de Ernesto Che Guevara. La obra contrapone la supuesta genialidad y carencia de escrúpulos de Trotski a una supuesta cobardía e ineptitud de Lenin. El mismo Lenin del cual se burla en incontables ocasiones. Un Lenin al que define como un vulgar agente al servicio del Káiser, que lo utilizó como caballo de Troya para sacar a Rusia de la contienda bélica.
Mussolini tampoco sale bien parado ni se dio por satisfecho con el papel que le fue asignado por Malaparte en el polémico texto, pero lo verdaderamente intolerable fueron los juicios sobre Hitler. Al pobre Hitler lo define Malaparte como un político fracasado, un mal imitador de Mussolini, y hasta ese momento, hasta el año 1931, parcialmente lo era. Lo peor es que también lo calificó de mujerzuela con los ovarios dañados o algo parecido.
Mussolini se ofendió, desde luego, tenía que ofenderse y prohibió el libro, Malaparte fue expulsado deshonrosamente del Partido Nacional Fascista y lo mandaron al exilio, un exilio más o menos dorado en la pequeña isla italiana de Lipari, al norte de Sicilia, donde recibía la visita de grandes intelectuales de la época. Allí estuvo desde 1933 hasta 1938, pero después de su liberación visitó varias veces la cárcel.
A pesar de su aversión a Hitler, durante la segunda guerra mundial, justamente al comienzo de la ofensiva alemana contra Rusia, Malaparte fue enviado a cubrir las incidencias de la guerra como corresponsal de el “Corriere de la Sera”. Muchos de los artículos que escribió fueron objeto de censura y regresaría con el rabo entre las piernas, acusado de haber mostrado admiración por el heroísmo de los combatientes eslavos y la misma Unión Soviética. De esa experiencia en el frente oriental, concretamente Ucrania, dejaría un amargo testimonio en la novela “Kaputt” (1944).
Lo que piensa el propio Malaparte de ese libro es digno de antología:
“Kaputt es un libro cruel. Su crueldad es la experiencia más extraordinaria que he logrado extraer del espectáculo de la Europa durante estos años de guerra. Con todo, entre los protagonistas de este libro, la guerra no es más que un personaje secundario. Podríamos decir que tiene valor tan sólo como pretexto, si los pretextos inevitables no pertenecieran al orden de la fatalidad. En Kaputt la guerra tiene importancia, pues, en tanto que fatalidad. No aparece de ninguna otra forma. Diría que no aparece como protagonista, sino como espectadora, en el mismo sentido en que es espectador un paisaje. La guerra es el paisaje objetivo de este libro.
“El protagonista principal es Kaputt, este monstruo alegre y cruel. Ninguna palabra si no la dura y casi misteriosa palabra alemana kaputt, que literalmente significa «roto, acabado, hecho añicos, malogrado», podría reflejar lo que somos, lo que Europa es hoy día: un montón de chatarra. Y vaya por delante que yo prefiero esta Europa kaputt a la Europa de ayer y a la de hace veinte, treinta años. Prefiero que esté todo por hacer a tener que aceptarlo todo como una herencia inmutable.
“Esperemos ahora que vengan tiempos realmente nuevos y que no escatimen en respeto y libertad hacia los escritores; porque la literatura italiana tiene necesidad de respeto tanto como de libertad. He dicho «esperemos», y no porque yo no crea en la libertad y en sus beneficios (permítaseme recordar que yo pertenezco al grupo de quienes han pagado con la cárcel y con la deportación a la isla de Lipari su libertad de espíritu y su contribución a la causa de la libertad), sino porque conozco, y es de dominio público, cuán difícil es en Italia, y en buena parte de Europa, la condición humana, y cuán peligrosa la condición de escritor”.
“Kaputt” es, desde luego, algo más que eso. Un pantano de horrores, un escenario sobrecogedor, demoníaco, dantesco, en el que, sin embargo, apenas se expone una muestra de la grotesca degeneración y crueldad de que son capaces los seres humanos de los países más civilizados, en especial los alemanes que representaban la punta del más elevado desarrollo tecnológico y cultural.
Después de la segunda guerra, Malaparte da un giro a la izquierda, coquetea con la social democracia y se instala con cierta holgura en el Partido Comunista Italiano con el beneplácito de sus principales dirigentes históricos. Es decir, regresa un poco como quien al pasado, pues al decir de Palmiro Togliatti, máximo líder del PCI, ciertos fascistas provenían del socialismo (incluso Mussolini si se quiete, el mismo Mussolini, por ejemplo, había sido prominente militante del Partido Socialista Italiano). En esta época Malaparte se inventa o da a conocer una glamorosa biografía sobre sus falsos orígenes proletarios y se radicaliza hasta convertirse al estalinismo y posteriormente al maoísmo. En la etapa final de su vida pasará del protestantismo al catolicismo.