Representación y hegemonía del “bien comío”

En el estudio de las representaciones la atención suele centrarse en el análisis de los contextos en que estas surgen, en los usos y significaciones que adquieren, los juegos de poder y conflictos que expresan y las narrativas que estructuran. Como producción socio-cultural, las representaciones contienen los discursos, estereotipos, valores y prejuicios de la sociedad que las produce, lo que incluye los procesos de afianzamiento del status quo y la eternización de las diferencias como desigualdades. Es por esto que las indagaciones   trascienden el hecho de si existen o no representaciones o si estas son verdaderas o falsas, y se ocupan en cómo se representa, quiénes las producen y los propósitos e intereses involucrados.

Por lo general, cuando se afirma que “el mal comío no piensa”, se deja de lado la pregunta de qué ocurre, entonces, con “el bien comío” o se da por supuesto que éste sí piensa. Quienes detentan el poder imponen así las imágenes que ellos producen sobre sí mismos –las autorrepresentaciones- y que los legitiman como el “nosotros” de referencia y validez. De este modo, queda en evidencia  la desigualdad existente en la producción de imágenes, los sentidos que se construyen en torno a estas y en el intercambio simbólico.

Lo anterior remite a las manifestaciones de la colonialidad en tanto construcción de jerarquías en los diferentes ámbitos de la existencia humana. Simultáneamente  al proceso de “naturalización” de aspectos negativos para describir a “los otros”, ocurre la “naturalización” de aspectos positivos en las representaciones de los colectivos hegemónicos. Mediante este procedimiento, dichos colectivos se eximen de responsabilidades en el conflictivo devenir económico, político, social y cultural del país. 

Por otro lado, es necesario reconocer que el accionar de los grupos de poder se despliega en una dirección vertical, que afecta a los sectores subalternos, y también se desarrolla de forma horizontal, hacia y entre quienes gozan del mismo estado o similar. Es así como a las prácticas discursivas y de la representación se integran mecanismos de autorregulación y control, de modo que permanezca el status quo y éste continúe prácticamente impermeable a las posibilidades de cambio en lo social e ideológico.

Enumero, a continuación, tres procesos representativos de estas dinámicas.  Un primer escenario remite al hecho que en República Dominicana el Estado se instaura como el principal contratista y empleador del país, directa o indirectamente. La mayoría de los cargos públicos se obtiene por libre nombramiento, por lo que el sustento económico de un importante  número de familias depende de asalariados gubernamentales.  A estos se suman los de muchas empresas privadas beneficiarias de lo estatal. El ejercicio del voto pierde su independencia y se convierte en una especie de renovación contractual, al parecer, sin conflicto para los ciudadanos por la práctica hecha norma.

Una consecuencia de esta realidad es que el ejercicio ciudadano y las expresiones de pensamiento crítico de un amplio sector de las clases medias y altas resultan condicionados o anulados. Los cuestionamientos y críticas se manifiestan en la estricta intimidad, instaurándose así una especie de autocensura. En este contexto, la permanencia del sistema-régimen está garantizada.

El espacio intelectual, en el que se da por hecho el ejercicio crítico y analítico, representa otro de los ámbitos de ejercicio del control y de la autorregulación. Nos remitimos aquí, específicamente, a quienes ejercen su capacidad crítica e independencia de pensamiento, difundiendo y poniendo estas al servicio del bien común. Por lo general, los grupos de poder que resultan cuestionados y que, por lo tanto, se declaran afectados o amenazados, se ocupan de aislar y condenar casi al ostracismo a dichos pensadores, sean hombres o mujeres.

Se procede, en muchos casos, a la estigmatización y a la descalificación,  con la respectiva sanción social y laboral.  Algunos ceden a la presión, son cooptados y, de alguna forma, silenciados, renunciando a las causas y principios que le movían. Para los que deciden no claudicar, si no cuentan con el respaldo de una institución u organización, el resultado es una especie de exilio, que puede ser interno o externo, en el que la censura y el acoso son continuos.

Un tercer caso conecta con el campo educativo. No es casual que en el contexto dominicano el grueso de la educación básica y superior esté a cargo de instituciones de carácter privado y que sea allí donde se garantice la formación de niños y jóvenes de los sectores con ingresos medios y altos.  En la mayor parte de estos centros tienen lugar múltiples procesos que se proponen moldear y encauzar en los más jóvenes las manifestaciones de ese pensar crítico y arraigar una concepción de la ciudadanía de acuerdo a los intereses de clase, que resulta, por lo general, excluyente, sesgada, y como garantía de privilegios.

Esto genera que apenas una delgada línea, que por momentos desaparece, distinga educación de adoctrinamiento; respeto, de obediencia; libertad, de privilegio; diferencia, de consumo; conocimiento, de tecnología. Aunque habría que señalar que esto sucede en múltiples ámbitos del sistema educativo dominicano y de la sociedad, en general.

Las  dinámicas y realidades anteriores ponen en evidencia un “modus operandi” de reafirmación de poderes que, comúnmente, excluye el cuestionamiento y  los cambios que posibiliten el derecho a la igualdad, la libertad, el respeto y el reconocimiento de las diferencias para el conjunto de los habitantes del país.