Poder, discurso y representación

Las prácticas discursivas  y las políticas de la representación constituyen dos instrumentos a los que se recurre en procesos de ejercicio de poder y arraigo de hegemonías. En República Dominicana dichos poderes y hegemonías, en la mayoría de los casos, se sustentan en discursos e ideologías de vieja data que se reactualizan y adquieren nuevas formas, aunque prácticamente sobre un mismo sustrato: la colonialidad, entendida como sistema de clasificación y jerarquización que mantiene la exclusión y la marginalidad de ciertos sujetos y comunidades mientras otorga a otros grupos la potestad para someterlos y ejercer el poder.

En el contexto de los análisis del discurso y las representaciones que confrontan la colonialidad, las frases que componen el título resultan problemáticas en sí mismas. Si se admite como válida la primera expresión  –“el mal comío no piensa”-, también habría que dar por sentada la segunda – “el bien comío, tampoco”-. Se trata de un caso en que las dos expresiones del título deben aceptarse ambas como ciertas o como falsas. No es posible afirmar o negar la una sin la otra.

En el habla cotidiana dominicana resulta común escuchar la expresión “el mal comío no piensa” como explicación a muchos de los males políticos que se viven en la actualidad en el país. Dado el contexto en que se emplea la frase y las connotaciones que adquiere, el acto de pensar remite implícitamente al ejercicio de un pensamiento crítico, que se retroalimenta de una consciencia política y del ejercicio ciudadano.

Quienes recurren a la frase, que pueden proceder de cualquier sector socioeconómico,  consideran que la existencia de este pensamiento crítico sería, entonces, proporcional a la porción de alimento que se ingiere, otorgándole esta facultad solo a las clases de ingresos medios y altos.  Dentro de esta concepción se ignora que pobreza no significa ausencia de consciencia política y ciudadana y que el accionar político de los diferentes grupos poblacionales no obedece a si se come o no se come, o cuánto se come o cuánto cuesta lo que se come, sino a fenómenos más complejos y de mayor alcance en el que intervienen múltiples variables.

En este proceso cobra relevancia la función de las representaciones como productoras de sentido en torno a las realidades, ordenándolas y jerarquizándolas. Mediante dichas representaciones las personas internalizan códigos y convenciones, convirtiéndose en sujetos “culturizados” aptos para integrarse al sistema.

Estigmatización y subalternización del “mal comío”

En el desarrollo de estas observaciones se continúa con el empleo de  los términos “mal comío” y  “bien comío” para mantener la referencia al habla coloquial, aunque es necesario reconocer que estas denominaciones aluden a la noción de “clases sociales” y a las dinámicas de poder que se suscitan entre estas. Análisis más amplios requerirían la inclusión de aspectos como género, color de piel, ancestros o lugar de origen pues la clase, por sí sola, resulta insuficiente para contextos como el dominicano y la problemática que nos ocupa.

Cada vez que alguien afirma que “el mal comío no piensa” recurre a una expresión peyorativa mediante la cual actualiza y perpetúa los discursos y las representaciones que afianzan las desigualdades históricas instauradas en el país. La frase  niega capacidades a las personas empobrecidas y las representa como alienadas, limitadas, fáciles de corromper, en minoría de edad o minusvalía mental. De este modo,  se contribuye a la subalternización de estos sectores, a su concepción como un “otro”,  estigmatizado y marginalizado, ubicado en un “afuera” social, moral, ético, económico, educativo y cultural.  La representación contribuye así a definir la posición de los diferentes sujetos.

La frase opera bajo el mismo principio de inferiorización de indígenas, africanos y afrodescendientes que ejercieron los sectores hegemónicos desde la época de la colonia, fueran estos españoles, criollos o élites nacionales. El sometimiento y la marginalidad se justificaban por colores de piel, fenotipos, así como en ciertas características y prácticas que se asociaban con estos grupos y se explicaban desde su naturaleza y biología.

Una versión actualizada de este racismo se encubre bajo  la estigmatización de los sectores empobrecidos por las falencias, vicios y taras que se le atribuyen como exclusivos y que sirven para responsabilizarlos por los problemas que afectan a la sociedad o la continuidad de gobiernos inoperantes.  En un grado mayor de estigmatización,  se procede a la criminalización de estos grupos y el consiguiente ejercicio de violencia física, represión y muerte, como ocurre con los asesinatos de jóvenes en las barriadas marginadas de las ciudades más pobladas y los ataques a emigrantes haitianos en territorio dominicano.

Los procesos de marginalización e inferiorización implicados en la frase analizada adquieren especial relevancia en el ámbito de la construcción de memoria y del relato histórico. El considerar que los sectores empobrecidos del país carecen de pensamiento crítico y de consciencia política opera como mecanismo para sustraer  a un amplio sector de la población dominicana su participación y relevancia en los acontecimientos de la historia del país, así como su papel activo en las transformaciones y cambios de la sociedad,  relegándoles a observadores pasivos, víctimas o culpables, más no como protagonistas.  Como contrapartida a estos silencios y vacíos interesados, lo que Silvio Torres-Saillant ha denominado “la construcción del olvido”, se le asigna un protagonismo excesivo y, prácticamente, único a las élites. La memoria colectiva de dichas élites se institucionaliza como histórica. Se procede, entonces, a afianzar la Historia con Mayúscula, aquella en que imperan los silencios y las exclusiones en torno a los diversos grupos subalternos.

Se garantiza de este modo el circuito de poder y de marginalización. Carentes de referentes positivos en los discursos y siendo escasos los registros de autorrepresentaciones, las comunidades excluidas tienden a asumir y a reproducir el discurso hegemónico que contribuye a la desigualdad que padecen.