Mucho se ha hablado del sacrificio que conlleva ser maestro. No importa la rama, nivel, lugar, época, el maestro es visto como modelo a seguir por cada uno de su discípulos y/o alumnos. Las horas dedicadas al aprendizaje de algún oficio, para luego transferir conocimientos a muchas personas. Largas horas de escuchar, observar, corregir, malpasar. Ser maestro es un privilegio.

Pero el verdadero sacrificio de todo aquel que ejerza esta actividad, ya sea por vocación o porque el destino lo llevó a esto, sin importar qué se enseña, es el guardar un comportamiento digno y sobre todo decente. Es privarse muchas veces de algunos placeres, porque te pueden ver o te están viendo a quienes tú educas.

Es por eso que se debe tener mucho cuidado cuando se escoge o se contrata a cualquier persona para estos fines. No es posible que alguien que esté ejerciendo la profesión de profesor, tenga un comportamiento indebido o se dedique a promocionar en las redes sociales conductas y/o actividades que lesionen la moral. Es un deber de las autoridades, sean éstas públicas o privadas, velar por el buen desarrollo de su alumnado.

El maestro pregona con su ejemplo, su accionar dentro y fuera de las aulas, porque una acción dice más que un millón de palabras.