El año 2012 cerró con un episodio de violencia de género espeluznante. Un hombre mató tres mujeres y una menor supuestamente porque una de ellas, su ex pareja, no quería mantener relación con él.
Esta lamentable tragedia es un episodio más en la secuencia de feminicidios que plagan el país (en los últimos seis años se han registrado unos 1,200 casos); y una vez más, el victimario había sido reportado con antelación a las autoridades pero seguía libre. La tragedia culminó, al igual que en algunos otros incidentes, con el suicidio del victimario.
El año 2013 comenzó con otro episodio de un macho cabreado que intentó matar su ex pareja con sus niños en un incendio provocado. Por suerte no hubo muertos porque los encerrados escaparon al fuego. Muchas horas después, sin embargo, el hombre no había sido capturado por las autoridades.
La violencia intra-familiar y de género ha adquirido connotaciones epidémicas en la República Dominicana por su frecuencia y magnitud. El país se coloca entre los que más feminicidios registra en América Latina. Las causas en este y otros países son diversas y las soluciones difíciles, pero en el sustrato del problema hay mucho machismo perturbado y perturbador.
Una de las transformaciones más importantes de los últimos 50 años es la inserción de las mujeres al sistema educativo y al mercado de trabajo. Esto ha permitido a muchas liberarse del confinamiento y la explotación de género a que fueron sometidas.
Mientras las mujeres cambiaron, muchos hombres han permanecido acomodados en sus roles tradicionales, con la firme creencia de que las mujeres son de su dominio. Enfrentar un cuestionamiento a ese poder de manera explícita o implícita ha desestabilizado el poder asumido históricamente por los hombres, y algunos andan muy cabreados.
Ahora, el proceso de transformación en las relaciones de género coincide con el deterioro del rol hegemónico de los hombres en el plano económico. Más mujeres que hombres asisten a las universidades y obtienen mejores calificaciones en éste y otros países. Por otro lado, la economía de servicios iguala a hombres y mujeres porque desaparece la idea de que la fuerza física es esencial para obtener empleo y ejercer las funciones.
Además, para muchos empleadores en las nuevas industrias y comercios, las mujeres son más confiables y eficientes; y para la sociedad, el ingreso de las mujeres tiene mayor retorno en el hogar porque, en general, las mujeres destinan mayor proporción del ingreso a cubrir necesidades familiares.
Ojo, no es que las mujeres hayan alcanzado igualdad laboral ni política. Los hombres siguen ganando más por el mismo trabajo, ocupan las principales posiciones de dirección en las empresas y el gobierno, y muchas mujeres siguen siendo víctimas de acoso laboral y sexual. Pero comparado con la situación de hace 50 años, hay cambios favorables para las mujeres que han generado una crisis de la masculinidad machista.
Muchos hombres, rezagados en la educación y el mercado laboral, tienen que competir ahora con las mujeres por trabajos que en el pasado eran de su dominio. A la vez, los hombres son más propensos que las mujeres a tomar alcohol, emborracharse, usar drogas y portar armas, condiciones todas que aumentan la probabilidad de acciones violentas.
La sociedad dominicana no se preparó institucionalmente para enfrentar la crisis actual de la masculinidad machista y contempla despavorida los efectos violentos. Ante esta situación, hay que apresurar el paso para contener este flagelo que atenta contra la vida, degrada a las mujeres y a los hombres, y deja muchos niños perturbados y desamparados.
Artículo originalmente publicado en el periódico HOY