«Me alegra saber que has dado muestra de tener esa fuerza basada en la probidad, la diligencia y la renuncia al elogio y el reconocimiento a lo que aspira todo el que realiza algo.» Robert Wasler
El curso de los acontecimientos políticos y sociales en los que se involucra la gente, naturalmente pauta la ruta futura para la declaratoria cívica resultante de acciones que enmarcan el trajinar de los hombres públicos en el ejercicio del poder. Ha sido así desde que el mundo entendió la importancia de servir a otros, dejando un legado por el cual debamos ser recordados y que coadyuve a encauzar a muchos como fruto de la emulación continua, sin importar que sea intencional o no.
Gracias a eso podemos tomar como referentes a cientos de prohombres que, con su forma de ver e interpretar la vida, han trascendido las manecillas del reloj e impactaron el curso de la realidad en el espacio-tiempo que les tocó desempeñar el papel de servidores públicos o ciudadanos comunes. De esa manera podemos hoy aplaudir la trayectoria de Ulises Francisco Espaillat, padre de la Ética Ciudadana, definido por Luperón de la siguiente manera:
«Este hombre es un hombre bueno, que es más que ser honrado, que es más que ser inteligente, que es más que ser culto, y teniendo él todas esas juntas, la primera se hace eminentemente poderosa. Además, Espaillat es un patriota. Cuando llegó la hora de un conflicto supremo por la Nacionalidad Dominicana, si hubo alguien que la defendiera mejor que nuestra espada, fue Espaillat con su pluma».
Ciento veintisiete años posterior a su partida física, mediante decreto, se honró su memoria y se dedicó el 29 de abril como Día de la Ética Ciudadana, un gesto que se ciñe sobre el resultado a sus aportes en beneficio de la administración púbica con ribetes morales y el reconocimiento a una vida pulcra. La tarea no había concluido. Urgía la necesidad de ahondar en otros aspectos que tuvieran como respuesta una administración apegada y complementada con la ética.
Hoy, casi un siglo y medio después de haber ocupado la primera magistratura del Estado, un hombre, firme, comprometido y desapegado a las canonjías que ofrece el trono palaciego, da pasos concretos y acelerados en aras de realizar una administración que culmine el legado de nuestros fundadores y afiance el trabajo realizado por Espaillat. Para la encomienda autoimpuesta, ha desarrollado un conjunto de acciones encaminadas a la instauración de reformas profundas con el único fin de convertir el arte de gobernar en una carrera noble al servicio del pueblo.
Las pruebas son tan suficientes como los cambios realizados. El adecentamiento de la administración de justicia con la independencia de actuación, desvinculación de funcionarios señalados en la participación de actos que riñen contra las buenas practicas administrativas, la vocación de brindar informaciones oportunas en aras de despejar dudas en temas que preocupan al común, son el reflejo de lo que ha de reconocerle el tiempo a nuestro presidente.
Una pata floja de la mesa y aliado fiel de la corrupción y su hija predilecta la impunidad, en este sistema otrora manejado como feudo del presidente de turno, era sin dudas un régimen de escasa transparencia institucional. La búsqueda de un método efectivo que develara las actuaciones de los que, por decisión mayoritaria de la ciudadanía, fueron colocados en el servicio público, se hacía más que necesario.
Ahí, la virtud de Luis Abinader, quien ha hecho énfasis que no habrá más privilegio que el de realizar un cuatrienio de ejecutorias cónsonas con el interés colectivo. Tal vez por eso expresó con tanta fuerza: «El gobierno debe estar sometido a una fiscalización ciudadana permanente y transparente. Eso también es democracia y no sólo la emisión puntual de la expresión ciudadana que representa el depositar una boleta en una urna cada cuatro años» perfilándose desde ya como el padre de la transparencia.