El revolú se veía venir, vino, y no ha terminado. Todo apuntaba a ello. Nuestra historia sufragista está repleta de anomalías. Desconfiamos antes, durante, y después de cada comicio. Y no se puede atribuir esa desconfianza a esa paranoia dominicana de la que escribió el Dr. Antonio Zaglul, sino que surge de hechos que se remontan a esas chistosas elecciones de la dictadura, pasando por militares enarbolando trapos rojos en sus fusiles en tiempos de Balaguer, hasta esos equipos inservibles adquiridos por Roberto Rosario. De ahí, que muchos presidentes de este país lleven manchas de ilegitimidad en la banda presidencial.
En esta ocasión, la contaminación electoral comenzó al endilgársele vinculación y parcialidad con el danilismo a la Junta Central Electoral, y el haber concedido impunidad a quien dilapidara cuarenta millones de dólares en equipos inoperantes. Siguieron señalamientos de permisividad y lenidad con el oficialismo durante la pre-campaña y de permitir irregularidades; incluyéndose la ausencia de transparencia al rechazar, según argumentan, la auditoria del software del sistema electrónico.
Entonces, fundamentándose en lo anterior, el perdedor Leonel Fernández sigue la tradición y rechaza la derrota. Aguerrido, se dispone a defender la “voluntad popular”, impugnando las elecciones. “Voluntad popular” que no es tal, puesto que fueron primarias al interno de su partido con votos preponderantemente peledeistas. Estaría más acertado si se refiriese al pueblo peledeista, no a todos los dominicanos.
Ahora bien, ni teorías ni especulaciones – mucho menos un anecdotario sin contabilizar – llegan a ser pruebas irrefutables. Esa irrefutabilidad es la que debe intentar demostrar el expresidente y sus seguidores. De no hacerlo, tendrá que aceptar que no pudo imponerse, y, de no hacerlo, seguir en perpetua rebeldía hasta que vaya perdiendo fieles y razones. Ya veremos a dónde llevarán los hechos a Leonel Fernández. Las predicciones son extemporáneas.
Probablemente, este haya sido el torneo electoral mejor organizado de nuestra historia, acompañado de un comportamiento ciudadano ejemplar, perturbado solamente por la vieja y denigrante compra de votos de ambos bandos, y el uso de fondos públicos por el candidato del gobierno. Sin embargo, nadie puede negar que hubo anomalías, lenidades, favoritismos, irresponsabilidades. Pero no olvidemos que de las irregularidades al fraude hay mucho trecho. Si ese fraude tuvo lugar, todavía no se ha demostrado.
No obstante, si queremos seguir creyendo en el voto, tenemos que estar interesados en que se investigue una posible trampa en el conteo. De llegar a comprobarse, destrozaría aún más esta democracia corroída peligrosamente por los gobiernos del PLD. Espero que no exista tal chanchullo, y así seguir intentando salir del tercer mundo en el cual estamos enchivados.
Así las cosas, a quien ahora debemos prestar mayor atención es al candidato Luis Abinader. Solamente a través de una victoria suya podremos comenzar a detener el saqueo y la denigración que venimos sufriendo. De ganar Gonzalo Castillo, seguiremos en el barrizal de la quiebra moral y económica donde nos ha colocado la delincuencia política. Un gobierno peledeista más y estaremos a la par de Sodoma y Gomorra.
Se externan dudas acerca del líder opositor. No le consideran capaz de superar ese 35% que hoy le favorece. Creen que todavía no llega a entender a esa masa dominicana presidencialista, caudillista, machista, seguidora de hombres y no de ideas; ese pueblo que quiere lideres dispuestos “a fajarse con cualquiera”, que no asume promesas, planes ni proyectos. Nunca se los han cumplido.
Putin, el dictador ruso, profundo conocedor de la psicología de su pueblo, suele fotografiarse sin camisas, nadando, retozando con fieras, o cabalgando. Explota la imagen del machote. Las mayorías rusas, como las dominicanas, son incultas y simples, siguen a hombres fuertes y cojonudos; llevan en el inconsciente colectivo al zar y a Stalin, como nosotros llevamos a Trujillo y a tantos presidentes caudillistas que nos han dirigido.
A Luis Abinader, la suerte le favorece: un contrincante sangrante, débil y dividido, cargando delitos documentados y exhibidos. Un rival vulnerable y desacreditado. Si se aplica, puede vencer, aunque enfrente a un gobierno compuesto de forajidos y repleto de dinero.
El candidato del PRM debe arremangarse la camisa y subirse los pantalones, agredir sin contemplación, usar el material del que dispone haciéndoselo entender a la gente, con nombres y apellidos. Convencer y mostrar el mal que se ha hecho. Debe hacerse sentir de forma visceral y no intelectual. Se acabó la diplomacia. En fin, que su estilo de combate debe cambiar. Llegó la hora de fajarse a trompadas limpias con el tigueraje peledeista.