Vas por la vida, muchas veces con los pulmones cansados de acumular aires impuros, tratando en alguna forma de abrazar el verdadero oxígeno que deberían brindarte las personas a quienes entregas tantas cosas, sin embargo, Dinamarca y su mal olor, muchas veces invaden los espacios más sublimes, tratando con ello de abofetear tu voluntad y hundir en el lodo tus más sagrados sueños.

Un ser humano nace y el primer gesto de amor que recibe es la comida, cuando la madre abnegada, ante el llanto de la especie, brinda el pezón divino cuya fuente viene cargada de la sabia que nutre, embellece y transforma, y es a partir de ahí que surge la necesidad en el hombre de sentirse amado por siempre y dar amor a los demás a cualquier costo o precio.

Ahora bien, una vez se inicia la interacción con el mundo, surgen los desengaños más bajos y las traiciones más dolorosas de gente que se asoman a la verdad de tu existencia, provocando que tu alma se vaya revistiendo de una tela de araña que va limitando ese gran poder que tiene el ser humano para dar amor, y es por ello que se va perdiendo la Fe en el Ser, terminando muchas veces amando más a tu perro que a nadie en el mundo.

A pesar de esto, siempre habrá quienes no le perderán la mirada a ese Cristo del Madero, ese que destiló sangre por ti. Mientras lo miras con entusiasmo y confianza ciega, no importa que te fallen o traicionen, que pierdas una batalla y se retuerza tu sentimiento de culpa, tampoco es nada que muchas autoridades eclesiásticas se comporten como limpias sacos nauseabundos ante el gobierno, que pastores forniquen detrás de las cortinas antes de hacer sus shows en escena ante miles de espectadores o que muchos funcionarios se hagan los pendejos frente a la corrupción, ya que siempre residirá en tu alma la voluntad de levantarte en la esperanza, aunque te caigas junto a otros de tus propios pies o te empujen.

La lucha por los milagros de cada día en contra del que te ensucia o persigue es permanente, nunca tendrá fin, y los hijos de Dios tenemos las de ganar. Ya el crítico social Carlyle lo estableció así: “El hombre ha nacido para luchar, y es como se le define mejor diciendo que es un guerrero nato y que su vida desde el principio al fin no es sino una batalla”.

Dedico este artículo a mi lucha de cada día, y a los hombres y mujeres que lo hacen por sus cimas a pesar de las caídas, tropiezos y vainas.