Vivir entre penumbras de todo te puede hacer cambiar la vida sin apenas percibirlo. Esa indefinición y “embarraje” de todo hace daño, no te permite ver las luces que están detrás de las nubes creadas. Esto pasa en la vida ordinaria, en las instituciones y en el pueblo en general, como consecuencia de algunos políticos que -al decir de Orson Welles- son demasiado educados para hablar con la boca llena, pero no se preocupan de hacerlo con la cabeza hueca.

Esas nubes tenebrosas, cargadas de odios, envidias y maldades -si no reacciones a tiempo y mantienes la vigilia de tu propio ser tarde o temprano te convierten en algo que ni tú mismo reconoces. Hemos ido degradando nuestro vivir en una comunidad que en cuanto a principios parecemos más un bagazo de caña abandonado en medio de una transita vía que personas.

Donde se habrá perdido nuestro rumbo ético, quizás en un azaroso patio de bellas cerámicas o quizás en el fangal de cualquier barrio donde antes un catre era el mayor lujo. Lo que sí sé es que todo, como la propia vida, se ha perdido y se perderá entre las miserables habitaciones donde reina el hambre o en las lujosas mansiones con sabanas de seda y rico aroma de un buen vino, a sabiendas de que la verdadera dulzura del vino es solo eso, un gusto, un sabor pasajero.

En verdad no sé qué me pasa o mejor sería decir qué nos está pasando como país. Todo lo dejamos a “la buena de Dios”, porque siempre hemos sido vagos, quizás algo más, como en su momento dijo el Perínclito de San Cristóbal que era –como muchos dominicanos-, guapo y ladrón. Vaya usted a saber y en base a eso quisiera preguntar a los que saben de historia, en qué momento en este país se ha producido algún cambio sustancial en las normas legales, éticas y morales donde se haya producido por inercia o sin acciones violentas. De seguro que de existir sería una excepción al supuesto espíritu rebelde de este pueblo.

No se pueden llevar a cabo cambios mediante una actitud sumisa porque el mal siempre mantendrá su equilibrio, a menos que una fuerza lo haga caer, no rezando ni esperando un milagro del cielo. Democracia significa verbo y este implica, en sí mismo, acción, a pesar de que el miedo es lo más contagioso en este mundo si en verdad se desea vivir en democracia, el miedo para actuar no puede existir y nunca confundircomo al parecer nos sucede, el miedo con el debido respeto.

Hemos ido perdiendo el valor como se va perdiendo la visión o el poder auditivo sin apenas percibirlo hasta que es demasiado tarde. Somos un pueblo que nos comportamos como si viviésemos en un eterno y oscuro atardecer, sin que aparezca un momento que valga moralmente compararlo con aquellas horas que hemos vivido de luz y de gloria.

Nuestros políticos actúan como -y es así- no les importara un bledo sus contemporáneos y solo su grupo, corporación o asociación mafiosa tiene y guarda interés, tanto para el presente como para el futuro pero, solo el de ellos.

Cada propuesta, cada día, es simplemente consecuencia del anterior y ese mismo accionar condiciona el mañana. Y aceptamos esa situación cual si fuera lo único cierto y real, porque en nuestro interior ya estamos condicionados a que nada es real, y en ese momento aflora el conformismo cobarde. El miedo nos hace pensar que todo lo que hagamos para posibilitar que los políticos cumplan con su “deber” es simplemente un esfuerzo en vano y preferimos vivir, como hasta ahora, en una pura especulación de vida. Un monumento en los Estados Unidos reza que “un valor poco común era una virtud común” y quizás en algún momento pensaremos todos que es mejor pensar en hacer lo imposible posible y, sobre todo, creer en eso. Pero y mientras llegamos a eso prefiero proseguir con el criterio de Mahatma Gandhi, de que el único tirano que acepto en este mundo es la tenue voz que tengo dentro. ¡Si señor!

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