Ya hay evidencias científicas de lo adictivos que son los vídeo juegos, no sólo para los niños/as sino también para los adultos. Los clínicos comenzamos desde hace un tiempo a recibir en la consulta privada los casos y ya conocemos, a través de los medios de comunicación de famosos que han declarado públicamente su adicción al conocido Wii.
En todo el mundo se han hecho encuestas donde los padres y madres expresan su preocupación no sólo por la cantidad de horas que pasan sus hijos e hijas jugando, sino por el impacto de estos juegos en su conducta.
Talvez tendríamos que preguntarnos:
¿Quiénes compran estos video juegos?
¿Hay la posibilidad de que un niño con sus propios medios, obtenga el dinero que cuestan?
¿No estaremos los padres asumiendo un discurso incoherente a nuestro actuar, o estaremos cayendo en la trampa de la culpa que nos genera pasar tanto tiempo fuera de la casa en actividades productivas?
¿O talvez haciéndonos esclavos de las campañas mediáticas que nos invitan y seducen a adquirirlos?
¿O intentando comprar una falsa felicidad a nuestros hijos?
¿No estaremos manejando de forma solapada el miedo que nos provoca el reto de criar, saber qué siente y piensan?
¿O estaremos ofreciéndoles medios de evasión parecidos a los nuestros sólo que adaptados a su edad, para no confrontar los problemas difíciles de la familia?
¿No estaremos cayendo en la trampa de la competitividad a que nos lleva éste modelo económico de nuestros países?
¿O modelando de una manera indirecta el individualismo de una forma de relación con el entorno que nos deja sin amigos, familiares y sistemas de apoyo?
Esta discusión sobre los video juegos y todo tipo de tecnología individual se ha centrado mucho sobre los niños y niñas. Los adultos se quejan, regañan, gritan, pero al rato todo vuelve a ser igual, sin atreverse a tomar decisiones para controlar ellos la situación.
Es común ver actualmente ver a los adultos cómo con su iPhone se aíslan en medio de un grupo de personas porque ya llevan la red en sus bolsillos.
Es impresionante lo frecuente de la escena en la sala de espera de una consulta médica o de cualquier tipo, lugar de comida o diversión, donde el padre, la madre y los niños se desconectan cada uno con su aparato y los adultos no se dan cuenta del precioso momento que están desperdiciando para conversar, mirarse a los ojos, tocarse, en fin conectarse emocionalmente en vez de esconderse cada uno en el pequeño y gigante mundo de la tecnología.
Sabemos que ninguna de estas cosas los padres y madres las hacen con la intención de dañar a su hijos e hijas, mas nos toca como profesionales de la conducta alertarlos de actitudes que producto del desconocimiento, los niveles de presión y estrés que se ejerce hoy día a los padres de familia, pudieran, sin darse cuenta, destruir las vidas de quienes más aman.
Twitter: @solangealvara2