Es imposible hacer una fortuna como la de la familia Vicini sin que en su trayectoria de más de un siglo se hayan suscitado agrios conflictos. Un biógrafo desapasionado algún día podría hacer un recuento de esos episodios con neutralidad y sin sesgos. Pero hoy día no disponemos de fuentes rigurosas y solo podríamos, valiéndonos de reportes de prensa y fuentes informales, enjuiciar algunas de las más temerarias acusaciones que ha enfrentado la familia en los últimos años. Un breve repaso revelará que las más enconadas acusaciones carecerían de justificación.

Una de las cuestionadas maniobras de Vicini Canepa fue los préstamos que le hacía al dictador Lilis. Varios analistas han tomado eso como evidencia de un odioso contubernio con el gobernante para beneficiarse de favores estatales. Pero en su libro “Grupo Vicini: el verdadero poder” (2016), el periodista Esteban Rosario presenta un recuento de esos préstamos e incluye información sobre otros préstamos hechos al dictador por otros comerciantes: los intereses y otras condiciones eran iguales. De ahí que no se pueda acusar a Vicini Canepa y a su hijo (Vicini Burgos) de algún contubernio especial. Tanto Lilis como mandatarios anteriores tomaban préstamos de los comerciantes acaudalados y no sería su culpa que los mandatarios no cumplieran con sus obligaciones.

En su obra “Corrupción en la República Dominicana 1887-2018”, Candido Gerón afirma que “las deudas que el gobierno no podía pagar en moneda la cobraban los Vicini en grandes extensiones de terreno, dentro de los cuales construyeron los ingenios que aún conservan hoy en día.” Gerón cita, además, “extensiones de terreno que la familia Vicini desarrolló urbanísticamente y que hoy tienen nombres específicos, como son Ensanche Luperón, Zona Colonial y Zona Oriental, hasta alcanzar el municipio de Boca Chica. Explica que los efectos de esa cultura aparecen un siglo después con la venta en el gobierno de Leonel Fernández, a manera de “trueque, de terrenos y estructuras donde funciona la Armada de la República (Marina de Guerra)”. Esto sería una referencia al contrato de arrendamiento de Sans Souci.

Por otro lado, según Marino Zapete la familia acumuló su fortuna en base a “robo al Estado”, “robo del sudor de otros” y escandalosos favores de parte de algunos gobernantes. En referencia a lo primero atribuye un origen espurio a la propiedad de inmensas áreas de terrenos, mientras respecto al “robo del sudor de otro” se refiere a la modalidad de explotación de la mano de obra de los ingenios.

Respecto al origen de la propiedad de los terrenos se ha apuntado anteriormente que obedecían al canje de deuda por terrenos estatales. En cuanto a lo segundo habría que demostrar que el tratamiento de la mano de obra era diferente a como otros patronos cañeros, incluyendo al Estado, trataban a los suyos. Sobre los “escandalosos favores” no se cuenta con una identificación de estos y, por tanto, no se pueden acoger ni refutar.

En verdad, las condiciones de vida de los trabajadores cañeros fueron denunciadas internacionalmente como cercanas a la esclavitud. Un sacerdote anglo-español, Christopher Hartley, entre 1997 y 2006 fue el paladín de esas denuncias, las cuales fueron documentadas en la película El precio del azúcar y en el libro Esclavos en el paraíso. Consecuencias de esas denuncias o no, la familia Vicini mejoró sustancialmente las condiciones de vida de sus trabajadores en los bateyes, invirtiendo también en amplios programas sociales. Se desconoce si los otros patronos cañeros hicieron lo mismo, pero se asume que el Estado no llegó a emular esa acción mientras tuvo ingenios (ver El Batey de Frank Moya Pons).

En años recientes el caso de mayor repercusión relativo a los terrenos de los Vicini tuvo que ver con la ubicación de la Central Termoeléctrica de Punta Catalina. Circularon rumores sobre el interés de los Vicini en ayudar a desarrollar un polo tecnológico en Catalina, pero eso no ha podido ser confirmado. Se alega que el presidente Medina cambió la ubicación original (Herrera) para favorecer a los Vicini comprándole sus terrenos. Felipe Vicini estalló en ira frente a esta versión y negó la acusación con un ríspido boche. Los Vicini alegan que los estudios técnicos pagados por ellos determinaron que Punta Catalina era el mejor sitio para ubicar la planta. Los terrenos fueron primero arrendados por 50 años mediante un “contrato de enfiteusis”. Pero en el 2020 el Estado los compró por US$6.9 millones.

De izquierda a derecha: Felipe, Amelia, Gianni y Juan.

La más reciente controversia pública en que la familia se ha visto involucrada tiene que ver con la toma de control de la fábrica de agua potable Planeta Azul. Se alega que el difunto Gianni había hecho una donación de US$5 millones al fundador por haberle hecho un favor durante su gestión como gobernador del Banco Central. Pero el fundador no aceptó ese dinero, sino que lo tomó como un préstamo, alegando que había actuado de manera correcta en el Banco. Eventualmente ese préstamo se convirtió en acciones y, por una fricción entre los herederos de Gianni y el fundador de la empresa, los Vicini reposeyeron la planta en vista de que habían comprado un 17% de las acciones pertenecientes al hermano del fundador, pasando así a ser socios mayoritarios.

Algunos han criticado la acción como un atropello, pero la intervención de los tribunales atestigua a que solo ejercieron los derechos adquiridos. “Los Vicini son empresarios de mentira” es una frase del comentarista de televisión Julio Hazim. Con esto establecía una diferencia entre Gianni y su hermano Felipe, a quienes le reconoció ser genuinos empresarios, y los herederos actuales.  Su crítica la ha motivado la actuación de los herederos en el caso de Planeta Azul. Otros han protestado por la manera en que los Vicini, después de comprar las acciones de uno de los hermanos fundadores, tomaron el control de la empresa y desterraron al fundador principal.

Consistente con el más público perfil del emporio que han desplegado los hermanos herederos existen otros conflictos que han trascendido recientemente a la prensa. Uno de los más notorios tuvo que ver con el desarrollo de un gasoducto en San Pedro de Macorís, cuyo proyecto fue objetado por un ministro de Energía y Minas. De particular importancia figuran los intereses de la familia en la Ciudad Colonial, donde se dice que poseen unos 62 inmuebles. Asimismo, se destaca la participación de Juan Vicini Lluberes en Inversiones Turísticas Sans Souci, la empresa que tiene concesionado al puerto de Santo Domingo. Sin embargo, el espacio no permite entrar en los detalles y basta solo con mencionar los casos para confirmar que las legitimas actividades empresariales también generan conflictos.

La impresión general de quien esto escribe es que los conflictos mencionados no mancillan ni la honorabilidad de la fortuna ni la ética empresarial de los herederos actuales. Frente a los orígenes de otras fortunas tengo la impresión de que la correspondiente a los Vicini es una de las menos cuestionables (aunque tal vez no inmaculada). El hecho de que hasta hace un par de décadas la mayoría de los dominicanos no conocían su existencia es un punto de apoyo a esa afirmación. Pero tal afirmación puede parecer “simpática” sin que se aporten datos comparativos acerca de las demás grandes fortunas del país. Habría que conocer los intríngulis de cada caso para poder emitir un juicio más valedero, pero la impresión general deviene positiva.

Uno de los puntos luminosos de la actual administración de la fortuna Vicini ha sido su involucramiento en un prometedor proyecto de zona franca en Juana Méndez, Haití. Juan ha desplegado una intensa actividad para propiciar también otras inversiones a lo largo de la frontera, consciente como ha estado de que la dinámica poblacional de los dos países demanda grandes inversiones privadas que ofrezcan las necesarias oportunidades de empleo para los jóvenes. Es penoso que las pretensiones de un gran desarrollo fronterizo que ese proyecto contemplaba hayan colapsado, desconociéndose las razones de su zozobra.

El otro gran proyecto Vicini que existe en la actualidad es el de un desarrollo urbano en el Malecón de Santo Domingo. En una enorme cuadra de la Calle Socorro Sánchez se ha comenzado un proyecto que incluirá un edificio de 52 pisos (para trasladar ahí las oficinas matrices del emporio), un mall, edificios de apartamentos y varios otros componentes. Habrá que esperar para saber que tiempo tomaran en materializar el proyecto, habida cuenta de la lentitud que los Vicini les imprimen a sus proyectos, incluyendo al Hotel Boutique Casas del XVI.

De izquierda a derecha: Juan, Felipe, Amelia y José.

No hay duda de que los herederos han adoptado una estrategia de un mayor perfil público. Como el poder económico y la política van de la mano, el país debería estar atento a las volteretas de esos dos pigmeos del raciocinio para poder discernir cuando se requiera que el interés público esté por encima del particular. En el actual gobierno se reporta una gran influencia de la familia y la opinión pública deberá asegurarse de que esa influencia se reserve para las mejores causas.

Lo preferible sería que los Vicini no aspiraran a gobernar –ni siquiera a través de interpósita persona– y que sujetaran sus instintos mercuriales de la prudente manera en que lo supo hacer el difunto Gianni. Así ganarían un mayor aprecio público y podrían conservar y ampliar su riqueza.

En italiano y latín la palabra Vicini significa “vecino”. Los Vicini tienen todo el derecho de perseguir sus intereses empresariales para beneficio propio, pero deben mantener en mente que toda fortuna tiene una hipoteca social y entre una cosa y la otra debe haber un equilibrio. Una estrategia al estilo Gianni es lo más recomendable, buscando proyectarse más como benefactores que como depredadores. A ellos les tocaría, por ejemplo, imitar a la familia León con el padrinazgo de un gran centro cultural y multiplicar sus emprendimientos de responsabilidad social. Para evitar que la ausencia de esas contribuciones no devenga en un factor disruptivo de su bienestar es preciso que, con una iluminada y vasta filantropía, le hagan ver y sentir al país que son parte intrínseca de él y que sus restos acabarán aquí.