Para luchar no sólo se requiere malestar e indignación, también hay que creer en la utilidad de la acción colectiva.
Los medios de comunicación y la sociedad que promueven la falta de crítica, quedan pasmados y muertos de admiración cuando ven que una sociedad puede ir más allá que las distracciones que ofrecen a través de programas que no representan ni un ápice de criticidad social, sino que corresponden a esa malversación del orgullo patrio que llamamos circo.
Los productores de televisión estaban convencidos de que la gente se moría por el chisme de los artistas o el cine que causa risa. ¿De dónde demonios ha sacado la gente de la Puerta del conde esa capacidad de auto organización? Porque en la televisión eso no lo explican.
La indignación de la Puerta del Conde es un punto de bifurcación que se abre después de muchas decepciones: el suicidio de OISOE, Loma Miranda, Odebrech, entre otros.
Un movimiento de estas características precisamente surge porque se han descontado las posibilidades electorales de cambio cada vez que emiten un voto por alguien que se supone transformará la realidad y resulta siendo más de lo mismo.
Como las salidas a sus crisis han afectado directamente a los que siempre son sacrificados, la gente salió a las calles a decir ¡no! y he aquí una muestra de lo que se puede lograr cuando la sociedad nos unimos en una lucha pacífica, pero firme y decidida.
En esos espacios la resistencia y la voluntad de detener la impunidad vistieron las calles de voces y pasos verdes que reclamaban el derecho a la vida, al trabajo, a la dignidad humana. Diluido en ese mar inmenso de rabia y esperanza se encontraba la decisión de un pueblo mancillado y molesto.
La puerta del Conde fue una ventana que abrió los surcos de esperanza, de un pueblo que experimenta un cansancio de las diatribas horrendas de los políticos, del maltrato de un sistema económico que hunde sus uñas ponzoñosas en la dermis de una población sin antibióticos que contrarresten su veneno. El único remedio ha sido tomar las calles.
Una sociedad que jugaba a inventar el alba y a reinventar los colores de un arcoíris opacado por la injusticia, la impunidad y el desaliento.
Esta marcha fue como paloma mensajera que te entrega una orquídea perfumada con el olor de la esperanza y de los sueños. Y fue esta lucha un infinito brote de locura y poesía porque el cerebro se vuelve más creativo cuando se ilusiona, cuando el amor se vuelve patria y ancla sus remos en el corazón de las personas sin voz, pero con ganas de decir.
Al son de los latidos de una ciudad enferma marcharon por las calles ennegrecidas por el asfalto, y coloreada por la inmensidad de piel de distintos colores, porque allí se demostró que no se trataba de razas, sino de una raza, la humana.
La Puerta del Conde fue una rendija por donde se escapaba el rumor de la risa y el eco de las salas. Toda una población sobreviviendo del sismo de la crisis conjugando en una lucha sueños traducidos en negación, resistencia, mar desnudo y montaña.
Si algo nos enseñó esta marcha es que, ante los problemas que nos agobian siempre es posible la esperanza y el clamor por la justicia porque, en cualquier escenario de la vida, lo terrible es la indiferencia y lo preocupante es el olvido.