Juan Cucaracha de apenas cien días, un radical ardoroso formado en la comuna revolucionaria pidió a Elías que le apadrinara dejándole hablar a la asamblea. Al darle el bautismo político el ya viejo patriarca expresó:
«Compañeros Cucarachas, debemos dar paso a la juventud. La vida no es eterna. No voy a cometer el error que costó lo poco que le quedaba a Simeón. Su líder ya está viejo y casi ciego. Su final llegará pronto. En sus días, fue un brioso rebelde que los convenció para iniciar esta aventura hermosa. Sabe que hizo lo mejor porque fue sincero con sus sentimientos y sus ideas y a un gobernante solo se le puede reclamar que sea consecuente con sus principios, que actúe de buena fe y haga lo posible para hacer felices a sus gobernados. Lo intentó, a ustedes les consta que lo intentó de buena fe, pero no es un mago sino un simple y humilde cucaracha.
Juan es joven, serio y honesto. Bendito él y la sociedad que lo ha producido. Algo extraño en política en cualquier tiempo, aun entre nosotros que practicamos el socialismo. Parece tener ideas claras de la democracia y como tenemos que dar oportunidad a todo el que tenga ideas nuevas y sea digno, debemos escucharlo. Habla Juan Cucaracha.»
El joven político subiendo al lugar más elevado manifestó:
«Camaradas Cucarachas, pertenezco a una generación sin vínculos con el pasado simeónico. Solo hemos conocido el régimen del nuevo Venerable Patriarca Elías. Aunque nos hemos nutrido con los relatos de aquellos que conocieron la historia, laboraron en las bibliotecas, vieron la televisión y entraron en los computadores alimentando sus inteligencias, hemos sido sanos y por eso tenemos autoridad moral suficiente para enjuiciar la Revolución.
Venerable Elías. Camarada Elías, tu lucha no ha sido vana. Tenemos libertad, conocemos la fuerza que da el orden con autoridad y el bien que representa el trabajo honrado. Pero tú lo has dicho. Eres viejo ya. Pronto deberás entregar tus restos. Eso nos angustia. Nos llena de aprensión. La nieve condecora tus antenas ayer vibrantes y heroicas en la batalla de la repisa. Tus alas ya no revolotean en las noches de estío sintiendo el olor maravilloso de las hembras en celo. No eres inmortal para suerte tuya y desgracia nuestra: ¿Qué pasaría si de pronto tú dejaras de existir? tendríamos un vacío enorme y podrían provocar la ruina del país y destruir las instituciones las oscuras sabandijas que se esconden en los sótanos podridos del poder.
Siempre fuimos gobernados por caudillos o patriarcas. Algunos fueron justos como tú que si bien llegaste al lugar más alto siempre nos dispensaste un trato igualitario. Te lo agradecemos. Como bien dijiste, solo eres un simple cucaracha. Cuánta grandeza en tu humildad. Qué gran suerte para una nación como la nuestra haber tenido un líder de tu estirpe ¿no puede nuestro pueblo dar otros líderes? ¿Que es un líder, Camaradas? no es solo aquel que baja del monte sagrado y libra la batalla, como fue tu caso Elías. Líder, entendemos nosotros, y corrígeme, es el que une a su carisma natural el don de mando que usa con mesura y firmeza. Es también, en política, el que actúa de buena fe y tiene un proyecto de un gobierno justo y decente. Sin justicia y sin decencia no existe la felicidad. Como nadie debe mandar a perpetuidad, es tiempo de pensar seriamente en nuestro futuro inmediato. Por eso proponemos lo mismo que hemos oído decir que hace el enemigo grande: Elecciones. Hagamos elecciones. Hagamos elecciones camaradas cucarachas.»
«Elecciones, gritaban los Cucarachas.»
Y hubo una consulta electoral libre y eligieron a Juan Cucaracha por amplia mayoría de votos.
Su gobierno era bueno. Los Cucarachas del País de Elías mantuvieron su libertad y alcanzaron el prólogo de la felicidad que es a lo más que pueden aspirar los seres vivientes. Nadie puede ser feliz, porque todo aburre en el universo y la dicha es solo ese pequeño momento en el que no nos mata el aburrimiento.
Un día, en el 364 de la vida del Venerable Patriarca, aniversario de la independencia del País de Elías, sus habitantes, que habían resistido ataques de todas las plagas imaginables, aves, lagartos, culebras y cuanta especie dañina, avistaron al enemigo mayor. Alguien merodeaba por sus dominios. Habían sido descubiertos.
Siempre aparecerán en la tierra descubridores humanos que destruirán la felicidad reinante. Detrás del primero vienen otros indefectiblemente. Actúan así. Son geófagos los hombres. Suelen enviar ejércitos para destruir lo ajeno. Ellos no aman con mayor intensidad alguna, salvo a sus mujeres particulares, como la buena tierra, dijo Elías.
Se asombraron de la calidad de esta y al probar los frutos descubrieron que estaban en el país de las cucarachas.
Al fin los hombres pudieron descifrar un enigma que los traía sumamente preocupados e inquietos. Los ecólogos habían dicho que esos insectos eran útiles. Se necesitaban. Si era cierto que hacían daño y destruían cosas, eso propiciaba más comercio y el lucro es lo más sagrado para los hombres. Hasta su mal olor era necesario porque formaba parte de la cotidianeidad. Estaban a punto de quebrar industrias de insecticidas y habría desempleados. En suma, urgía reintegrar las cucarachas a la vida humana.
Siendo buena tierra. Era negocio redondo.
«Se fueron, pero regresarán armados. » Advirtió Elías. «Son abusadores. No importa que estemos indefensos. Ellos siempre serán así.»
Los Cucarachas pelearon bajo el mando del presidente Juan. Morían por millares y avanzaban sin retroceder porque para ellos no había mañana y el que defiende la tierra carnal no teme. La muerte es su alegría. Escribieron páginas de inútiles heroicidades.
Empero en medio de la lucha, circulaba un nombre prohibido y olvidado. Hablaban de Simeón Cucaracha. Le decían Venerable y añoraban el tiempo bueno del sabotaje y el robo, de las huidas cortas y del peligro gozoso al amparo de las casas cerradas y seguras.
Pelearon y fueron derrotados. Todos habían visto a Juan Cucaracha saltar encima del que encabezaba la pelea, arañarle el rostro y escurrirse por el cuello de su camisa. Y observaron cuando el hombre lo tomó entre sus dedos y lo arrojó al suelo, lo pisoteó y le echó encima pesticidas. Vieron también los últimos, los que luego huyeron para contar lo sucedido, a Elías ciego, viejo y cojo, inmóvil en su sitio. Permaneció como en la heroica noche de la repisa, con sus antenas en alto, inútilmente en alto esta vez, que les dijo al pasarle en estampida al lado antes de caer fulminado:
«Compañeros Cucarachas, no me castiguen con su desprecio. No creo merecerlo. No podrán negar que algunas veces fuimos dignos, libres y felices. El problema no es ese. No importa que seamos buenos, libres y laboriosos y no molestemos a nadie. El problema no es ese: El caso es que hagamos lo que hagamos, desgraciadamente, siempre seremos cucarachas.»