Me he convencido de una cosa: la literatura está influida de unos valores externos e internos que de una forma u otra obligan o responsabilizan al escritor, a tener en cuenta que una novela, un cuento, un poema o un ensayo no pueden ser escritos sin el rigor técnico que ambos, desde sus propias perspectivas, implican. No es que tomemos el formulismo del academicismo técnico para resaltar esos valores a la hora de escribir un libro o de entretejer la maraña primaria del argumento en el caso de la narrativa y de la sustancia esencial en el caso de la poesía y el ensayo.

No significa eso, porque el escritor verdadero más que formulismos academicistas y teoría científica debe escribir, y hacerlo bien no solo ante la crítica, sino ante el lector, que sabe deshacer de un golpe la magia que muchos encuentran en los egos crecientes, y es, quien al mismo tiempo reescribe la historia mientras la lee y por eso las diversas interpretaciones o sentidos producidos cuando se lee un texto y tiempo después se lee de nuevo y se siente un texto nuevo, una lectura diferente.

Esos valores internos y externos que posee la literatura tienen que ver con la naturaleza misma del texto, la concepción intencional que ha tenido un escritor a la hora de “idealizar” su objetivo.

Del mismo modo, esos valores de la literatura deberán definir su ámbito de acción o el aliento temporal al que aspiran para no quedar fuera del hueco histórico.

Es decir, la literatura originada por el escritor debe buscar la forma de desintegrar los accesorios, las formas a veces extraliterarias del texto, para concebir una obra no puritana, pero sí alentada en su esencia sustancial, aunque esta apreciación parezca exagerada.

Al mismo tiempo en que desmenuzamos esos valores externos e internos, debemos ir definiéndolos. Hay una poesía secular, otra lírica, que busca el camino de la mitología y otra el misticismo. En  el caso de la narrativa, un autor debe partir de una concepción, de una raíz conceptual, o lo que es lo mismo, de una corriente temática, más allá del simple caso ideológico, para dar cuerpo a su obra.