El otoño llama a la puerta para que el verano le abra y al mismo tiempo se marche. Estos últimos días de septiembre, según algunos amigos madrileños- nativos o de adopción- estos días que despiden el verano son los de mejor sensación térmica.

Las temperaturas se mantienen ya bajo los 30 grados y el fresco de las noches se hace, a veces, algo más que un leve fresco.

Esto sucede, más o menos, dos veces al año en la gran isla de calor en que se ha convertido Madrid, siendo el deseado confort térmico el que predomina en los días de primavera, los últimos del verano y los primeros del otoño.

El que proyecta un edificio en el Caribe, sea en La Habana, Santo Domingo, San Juan o Miami, lo hace sin que estos factores de incomodidad térmica se registren bajo estos códigos de clima mediterráneo. El calor húmedo – y la necesidad de ventilar para refrescar- es la tónica en cualquiera de estas ciudades caribeñas, mientras que en la franja central de la península ibérica el calor seco es motivo suficiente para plantear la imperiosa necesidad de humidificar el ambiente.

Esta tarde un grupo de familiares y amigos nos permitiremos el lujo de celebrar nuestras alegrías en un jardín madrileño de la muy arbolada zona de Arturo Soria. No saludaremos con las precauciones propias de la era post-Covid pero disfrutaremos de una tarde-noche ni muy fría ni muy caliente, sin lluvias no bochorno.

Eso es lo que tiene Madrid en los días finales de verano y los muy tempranos de otoño…Aunque a veces se mete una lluvia que se agradece.

Con estos elementos la arquitectura debe hacer su trabajo, o más bien los arquitectos; pero no solo con estos elementos que incluso pueden considerarse benignos, también se deben valorar los que se presentan todo el año, tal como se considera el uso del edificio.

Sirva este breve artículo de hoy para despedir el verano que tanto nos gustó y recibir los primeros días del otoño que tanto nos gustarán.

Hasta la próxima.