En el campo tributario hay ideas que son atractivas para lograr la aceptación de una propuesta o como argumentos para hacer valer las razones ideológicas de un modelo tributario, pero que carecen de aval en la realidad. Así se habla de las altas tasas de los impuestos como la única explicación de la evasión y también se habla de la reducción de las tasas y la ampliación de la base como único determinante para que los contribuyentes cumplan voluntaria y cabalmente con sus obligaciones tributarias, aumentando así las recaudaciones.
Los mismos propiciadores de tales ideas saben que sus profecías de bajas tasas y el aumento de las recaudaciones son de escasas probabilidades, pero como están acordes con sus intereses las promueven. Los impuestos dejados de pagar reduciendo las tasas de un tributo se pagarán con menos gastos social o con el aumento de otros impuestos.
La idea de que una reducción de la tasas llevará a una toma de conciencia a los contribuyentes frente a los impuestos y que todos pagarán voluntariamente aumentando las recaudaciones es una «Falacia Post Hoc». Esa situación no se da en la realidad. Generalizar un impuesto y gravar con una tasa común a todos los bienes que no estaban gravados es aumentar las tasas a los consumidores de esos bienes. Decir que se bajaran las tasas es falaz o una verdad a media cuando no es para todos y a muchos le van subir las tasas de 0 a 10 por ciento, si es la tasa que se pone ampliando la base al Impuesto a las Transferencias de Bienes Industrializados y Servicios (ITBIS), más cuando se trata de bienes de consumo masivo.
Las ideas de tasas reducidas y bases amplias no son nuevas. El libro de Roland Sarti, “Fascismo y Burguesía Industrial”, publicado en inglés en el 1971, por la Universidad de California y en una edición española de Editorial Fontanella S. A., de 1973 muestra desde cuando vienen estas ideas. Alberto De Stefani., Ministro de Hacienda de Benito Mussolini, en el 1922, en sintonía con los negocios y asumiendo el laissez-faire como doctrina, plateó una reforma fiscal cuyo objetivo era el aumento del erario a través del recurso paradójico de bajar los impuestos y simplificar las leyes.
El incumplimiento de las obligaciones tributarias en el país más que por la estructura tributaria y las altas tasas es por la defraudación y la evasión, pues tenemos 24 años de experimentos cambiando tasas hacia abajo y hacia arriba y con el tiempo los impuestos no aportan los ingresos tributarios esperados. Hay mejoras cíclicas de los resultados tributarios, pero luego hay caídas relativas prolongadas, que no se explican sólo por el hecho de que las tasas sean altas, pues cuando el ITBIS tenía una tasa del 6 por ciento o del 8 por ciento la evasión era relativamente igual o mayor y la presión tributaria era la más baja del continente, junto con la presión tributaria de la República de Guatemala como sucede hoy.
La proliferación del fraude tributario regularmente se deriva de la incapacidad de la Administración Tributaria para el ejercer el control del incumplimiento tributario, porque con una tasa marginal máxima del 27 por ciento en el impuesto sobre la renta parece que el problema de los impuestos y las bajas recaudaciones no son las tasas, sino la incapacidad para recaudarlos y una baja percepción de riesgo por parte de los contribuyentes, que en los últimos años se ha enfatizado porque han sido bajas las posibilidades de ser atrapado por la Administración Tributaria y ser obligado a cumplir cabalmente.
Desde el años 2000 hacia acá en busca del dinero rápido y fácil se han dado tres amnistías fiscales prácticamente una cada cuatro años, sin hablar de las que se dieron en los años 90 por diferentes vías, administrativas y legales, lo que ha creado en los contribuyentes la racional expectativa de que cualquier fraude o evasión que hagan terminará resolviéndose con una amnistía en cada ciclo electoral, con grandes ganancias y costos mínimos para el defraudador tributario.
El sistema de sanciones que fue diseñado para inducir al cumplimiento sancionando las infracciones según las brechas de incumplimiento, con el cúmulo de las sanciones pecuniarias y creando una percepción de riesgo en los sujetos pasivos hoy no funciona, porque los tributos y las sanciones ha sido aplicadas por gentes que ignoran sus razones o porque cada administrador tributario para recaudar de forma fácil y con un elevado costo para el fisco termina eliminando intereses y recargos a discreción, violando la leyes tributaria y el principio de indisponibilidad de la obligación tributaria.
Para recaudar hemos utilizado los artilugios y parches ridiculizados por los Administradores Tributarios de otras latitudes, como sorteos de lotería con las facturas de los contribuyentes y amnistías fiscales sin ningún resultado o con resultados inmediatos pírricos y con costos para lograrlo que han deteriorado la disposición de los contribuyentes al cumplimiento. Esos artilugios según los tributaritas Milka Casanegra de Jantscher y Richard Bird no resuelven los problemas fundamentales de la Administración Tributaria.
También nos hemos creído que la mejor Administración Tributaria es la que todos los meses dice el monto de sus recaudaciones, los autores citados dicen al respecto: «La mejor Administración Tributaria no es necesariamente la que recauda los mayores ingresos. Puede revestir idéntica importancia cómo se incrementa la recaudación: el efecto del esfuerzo por generar ingresos sobre la equidad, los avatares políticos de los gobiernos y sobre el nivel de bienestar económico. Una administración de baja calidad puede recaudar fuertes sumas de los sectores fácilmente gravables, como los asalariados, siendo incapaz de exigir un adecuado cumplimiento tributario a las empresas y los profesionales. El nivel de recaudaciones es, por tanto, una medida bastante burda de la efectividad de la administración tributaria.».
Hablar de los tributos en serio requiere tener una visión amplia sin anclarse en modelo preconcebido y en prácticas de tierras lejanas con idiosincrasias diferentes a las nuestras y decir la verdad, nada más que toda la verdad.