EN JAPÓN, en los buenos viejos tiempos, Benjamín Netanyahu ya se hubiera hecho un hara-kiri.

En Inglaterra en esa época, el monarca lo habría nombrado gobernador de la más pequeña y remota isla en el Océano Pacífico.

En Israel, su índice de popularidad tiende a subir.

Debido a que en nuestro país, el viejo refrán está teniendo un nuevo giro: “Nada tiene más éxito que el fracaso”.

¡Y VAYA fracaso! ¡Guauu!

Netanyahu prácticamente le ha declarado la guerra al Presidente de Estados Unidos, el líder del mundo libre, el Supremo Protector del Estado Judío.

No mucho tiempo atrás, uno habría pensado que esto era imposible. Pero nada es imposible para Benjamín Netanyahu.

Para cualquiera que acaba de llegar del planeta Marte, aquí va un breve resumen de la dependencia de Israel de EE.UU.: de ahí obtiene la mayor parte de sus armas pesadas y no tiene que pagar por ellas; puede contar con el veto a todas las resoluciones del Consejo de Seguridad de la ONU que condenan las acciones y fechorías de Israel; y, recibe de allí miles de millones de dólares cada año a pesar de que la economía israelí es floreciente.

Hay otro beneficio que suele pasarse por alto: Puesto que el mundo cree que las dos cámaras del Congreso de Estados Unidos están totalmente subordinadas a Israel, todos los países le pagan a Israel por el acceso al Congreso. Hay que sobornar al portero para poder entrar.

Que un primer ministro israelí inicie una pelea con el Presidente de los EE.UU. parece una locura, como de hecho lo es.

Sin embargo, Netanyahu no está loco, aunque sus acciones así lo sugieran. No es ni siquiera tonto.

Entonces, ¿qué diablos cree él que está haciendo?

SE ME ocurren varias explicaciones posibles.

Una es mimar a la opinión pública israelí. Lejos de crear un Judío Nuevo, como prometió el sionismo, el Judío Antiguo domina en Israel. El Antiguo Judío cree que el mundo entero es antisemita, y cualquier evidencia nueva lo llena de satisfacción. “¿Lo ves? Los goyim no han cambiado en absoluto”.

Los índices de popularidad de Netanyahu tienden a aumentar con cada nueva manifestación de hostilidad extranjera. Si incluso los estadounidenses ‒que durante tanto tiempo se hicieron pasar por los amigos más cercanos de Israel‒ nos venden a los iraníes antisemitas, necesitamos un líder fuerte y firme. En pocas palabras: un Netanyahu.

Otra posible explicación para el comportamiento de Netanyahu puede ser su verdadera creencia de que ningún senador o representante de Estados Unidos se atrevería jamás a ir contra las órdenes del AIPAC [American Israel Public Affairs Committee, el grupo de cabildeo pro Israel del Congreso de EE.UU.], a sabiendas de que este sería el final de su carrera política. Al igual que el peor de los antisemitas, Netanyahu cree que los judíos gobiernan el mundo, o al menos al Congreso de Estados Unidos. En el momento crucial, el Congreso votará por el AIPAC, contra el presidente de Estados Unidos.

Otra explicación puede ser, paradójicamente, una creencia ciega en la integridad del presidente Obama.

Netanyahu cree que él puede golpearle la cabeza, escupirle el ojo, patearle el trasero, y aún así Obama actuará con frialdad, racionalmente, y apoyará a Israel siempre, excepto en el acuerdo de Irán. Va a continuar enviando armas y dólares, vetando las resoluciones del Consejo de Seguridad, recibiendo llamadas telefónicas de Israel en medio de la noche.

Ya sabes cómo son estos americanos. Serviles. Especialmente los negros.

PERO PUEDE haber otra explicación, que supera a todas los demás.

Al enfrentarse al presidente de Estados Unidos, su gobierno y su partido, Netanyahu está jugando con nuestro futuro. Lo cual nos lleva al emperador del mundo de las apuestas, el rey de Las Vegas, el príncipe de Macao: Sheldon Adelson.

Adelson no oculta su apoyo a Netanyahu el hombre, la familia y el partido. Gasta sumas enormes de dinero en un diario hebreo que se distribuye gratuitamente a los israelíes, lo quieran o no. Ahora es el periódico de mayor circulación en Israel, y está dedicado personalmente a Netanyahu y su esposa. No tiene ningún otro propósito. Sin embargo, Adelson parece no tener interés real en Israel. Él no vive aquí, ni a tiempo parcial. ¿Qué está recibiendo a cambio?

Adelson ha comprado a Netanyahu con un solo propósito: colocar a un títere suyo en la Casa Blanca. Es un objetivo que ningún otro multimillonario puede soñar siquiera.

Para lograr este objetivo, Adelson tiene que utilizar al Partido Republicano como una escalera. Tiene que seleccionar a su candidato a la presidencia, descarrilar a Hillary Clinton, y ganar las elecciones. Para tener éxito en todas estas tareas, tiene que movilizar el inmenso poder del lobby pro-Israel pobre todo el Congreso de Estados Unidos, y destruir al presidente Obama.

El primer paso en esta larga marcha es derrotar el acuerdo con Irán. Netanyahu es sólo una pieza más en este gran proyecto. Pero una pieza muy importante.

¿Acaso parece esto una caricatura de Der Stürmer, el infame trapo nazi antisemita, o peor aún, una página de los Protocolos de los Sabios de Sión, la notoria falsificación antisemita? Es la imagen antisemita clásica: las feas finanzas-judías en lucha por el dominio mundial.

Para un israelí, hay algo repugnante en esta imagen. La visión sionista nació del rechazo total de esta caricatura. Los judíos dejarían de hacer negocios de acciones y participaciones y de prestar dinero. Los judíos labrarían la tierra con el sudor de su frente, harían trabajo manual productivo, rechazarían todo tipo de especulación parasitaria. Esto fue considerado un ideal tan elevado que justificó incluso el desplazamiento de la población árabe indígena.

Y aquí estamos, un estado que sigue las órdenes de un magnate de casino internacional cuya línea de negocio es tal vez la más improductiva en todo el cosmos. Es triste.

¿EXISTE EN Israel alguna oposición valiente a esta senda en Israel? Ninguna. Literalmente, ninguna. En toda mi larga vida en Israel jamás he visto nada tan cerca de una ausencia total de oposición como la que tenemos ahora.

Algunas voces en Haaretz, algunos pronunciamientos aislados en la franja de extrema izquierda, y eso es todo.

Aparte de éstos (incluyendo Gush Shalom), nada más que aplausos para Netanyahu, o el silencio atroz de los cementerios.

El tratado es “malo”. No sólo es malo, sino “catastrófico”. No sólo es catastrófico, sino “uno de los más terribles desastres en toda la historia del pueblo judío”. Algo cercano a un “segundo Holocausto”. (Esto no lo estoy inventando.)

Los argumentos superficiales de Netanyahu son aceptados como verdades sagradas, como las sentencias de otros grandes profetas judíos. Nadie se molesta en hacer la pregunta más importante: ¿Por qué?

El sol sale por la mañana. Los ríos desembocan en el mar. Irán construirá una bomba atómica y la lanzará sobre nosotros, a pesar de que eso les traerá a ellos un desastre histórico. Los mulás son nazis. El tratado es otro acuerdo de Munich. Obama es el nuevo Neville Chamberlain, sólo que es negro.

Nadie se toma la molestia de argumentar a favor de estas afirmaciones. Todo está muy claro. El día es día y la noche es noche.

HE VISTO muchas situaciones en que existe una opinión pública casi unánime en mi vida, sobre todo en tiempos de guerra. Pero en toda mi vida, jamás he experimentado una situación de total unanimidad, de la ausencia absoluta de duda y cuestionamiento, como ahora.

Esta situación no deja de tener sus absurdos. Por ejemplo: el Líder Supremo iraní, obviamente, se enfrentó con sus propios extremistas, que lo acusan de venderse al Satán americano. Para apaciguarlos, tuvo que afirmar que el tratado es una tremenda victoria para la República Islámica, que ha puesto a EE.UU. (y a Israel) de rodillas. La enorme maquinaria propagandística de Netanyahu está tomando estas citas y vendiéndolas como verdades del Evangelio. Todo el mundo sabe que los iraníes mienten siempre, pero esta vez están diciendo las cosas como son realmente.

Yair Lapid, el líder de un disminuido partido “centrista”, ahora en la oposición (los ortodoxos no permitieron a Netanyahu traerlos al Gobierno), denuncia el tratado como un desastre histórico para el pueblo judío. Siendo esto así, se pregunta en voz alta, ¿por qué Netanyahu no ha sido obligado a dimitir después de su fracaso para evitarlo? Tanto más, cuando hay un líder mucho más capaz para ocupar su lugar y dirigir la lucha, un hombre llamado Lapid.

En efecto, existe una especie de paradoja en la situación de Netanyahu: si el tratado es un desastre histórico, “uno de los peores en la historia judía”, ¿por qué sigue Netanyahu en su cargo?

PARA SACAR a un primer ministro, un país necesita una oposición que ocupe su lugar. En realidad, ese es el trabajo principal de la oposición.

Pero aquí, no.

El Líder de la Oposición (un título oficial en Israel) condena el tratado en términos tan fuertes como el propio Netanyahu. Él se ha ofrecido voluntariamente para ir a EE.UU. para ayudar a luchar en contra. Su rival, Yair Lapid, el hijo de un nacionalista extremo, es aún más extremista que él. El líder del tercer partido de la oposición es Avigdor Lieberman, en comparación con quien Netanyahu es un blandengue de izquierda. Y está, por supuesto, un cuarto partido de oposición ‒el de la unión Árabe‒, pero ¿quién los escucha?

Uno podría suponer que, ante tal desastre histórico, Israel estaría lleno de debates sobre el tratado. Pero ¿cómo se puede tener un debate si todo el mundo está de acuerdo? No he oído una sola discusión verdadera en la televisión, ni he leído nada en alguno de los periódicos impresos, ni en Internet. Aquí y allá, un pequeño susurro de duda, ¿pero un debate? ¡En ninguna parte!

En realidad, uno puede vivir felizmente en Israel durante días y no escuchar absolutamente ninguna mención a este desastre histórico. El precio del queso cottage provoca más emociones.

Así que nos acercamos felices al desastre ‒a menos que uno de los secuaces de Sheldon, con la ayuda de Bibi, entre en la Casa Blanca.