Los actuales pueden ser considerados tiempos aciagos por la incertidumbre que acompaña su cotidianidad. Vacíos ideológicos, inmediatismo del discurso intelectual y político, desconcierto de la naturaleza o respuesta de esta a las acciones desmedidas del ser humano. Sin contar con los vacíos existenciales, las ausencias de compromisos con valores, sobre todo éticos y el refugio hacia fundamentalismos y extremismos que en nada han contribuido a mejorar la calidad de vida y la condición humana.

De qué condolernos cuando la vida se ha hecho acompañar de tiempos iguales en momentos históricos diferentes. Se podría afirmar que el mundo se debate entre la felicidad social o estabilidad de cortos períodos, más cercanos estos, a pruebas e intentos de construir espacios y sociedades armoniosas, y por otro lado, los grandes períodos de la historia donde han dominado ideas y radicalismos convencidos en sí de su sanidad y pureza.

Tal vez estas no sean las lamentaciones de Jeremías ante el descompuesto panorama social que nos sirve de escenario para desarrollar nuestras vidas, pues al ser humano le hace falta siempre un motivo más que material para lograr su plenitud. Por eso las utopías motorizan grandes poblaciones, movilizan diversidad de públicos que se mueven simplemente por razones puramente subjetivas, espirituales, pero necesarias para el equilibrio emocional de los individuos y las sociedades.

Podríamos considerar este momento como desconcertante en cuanto a entusiasmo social, a contagios colectivos, a propósitos compartidos. Sin embargo, somos de una época, somos contemporáneos, somos generacionales, somos gestores y protagonistas del proceso. De nosotros depende mucho el devenir, torcer el camino, tumbarle el pulso al poder establecido, a lo irrelevante y  al morbo social cada vez más creciente y angustiante.

Retomar la reflexión, el dinamismo, la irreverencia ante lo socialmente desconcertante, es también una reacción, una manera de responder

Ante tantas angustias y desventuras, tenemos una tendencia a amilanarnos, a empequeñecernos, a invisibilizarnos y dejar que entre el mar, que nos coman las fieras, que nos hagan harapos, quienes, ostentando el poder y el control social, evidencian un interés marcado por mantener la anomia social, el embotamiento y la decidía de la gente. Caemos sin querer en el desestimulo y el enclaustramiento social.

Retomar la reflexión, el dinamismo, la irreverencia ante lo socialmente desconcertante, es también una reacción, una manera de responder. Si ben el mundo de las ideas se limitan a la observación contemplativa del mundo, a la omisión del sentido crítico y  que confronte modelos sociales en construcción. A pesar de ello, siguen siendo las ideas, encerradas muchas en el pasado, un sendero para reponer los atisbos en la carreta, y retomar el camino cargado de esperanza y futuro.

El día que se nos muera la esperanza, quisiera no vivir el momento, quisiera deshacerme en cenizas y que mi polvo ni siquiera irradie suelos o mares, simplemente desaparecer, avergonzado ante tanta inercia, y tanta sinrazón. Ante el hecho de ausentarme del mundo público cargado de imagen y fantasía digital, me inclino por la omisión y el silencio  y no acompañar la complicidad, este cuadro social que condiciona la palabra, la ética, el comedimiento y la pulcritud del ser, vista con irritante indiferencia.

Tiempos aciagos que nos vienen en cada entrega del día, que nos convierten en simples observadores, menos sensibles, más instrumento del poder, más indiferentes. Estos tiempos sin sintonías, sin ritmos, sin actores, sin públicos, sin ejecutantes, son los que nos desconciertan, nos deparan un mundo brumoso y a la vez nos retan al cambio. Que tiempos estos aciagos donde ya no tiene valor el libro, donde la mercancía sustituye hasta la sotana, y el honor se hace añico ante los medios masivos de circulación de la información, en estos tiempos aciagos, todo se justifica, hasta la ignorancia, la extravagancia, el irrespeto, la irreverencia, donde la condición humana ha perdido su categoría suprema, son estos nuestros tiempos aciagos, tenebrosos y preocupantes.