Liborio, cariñosamente llamado "El Contradictorio", es un hombre trabajador. Tiene arrugados ojos de tanto madrugar. No es un padre perfecto, pero trata. Aunque no revolucionará las ciencias sociales, con sus lecturas espera poder dejar algo a alguien. Tampoco es tan buen esposo como quisiera serlo, sin embargo su mujer se considera una mujer feliz. Como todo ser hecho de carne, hueso y sueños, está lleno de contradicciones.

Por ejemplo, él se describe como un izquierdista. Simpatiza de políticas sociales que van a favor de crear mayor igualdad de oportunidades. Trata de difundir esas ideas y de inculcarlas en sus allegados. No obstante, luego de un largo día de trabajo llega para ser atendido por una doméstica. Si para usted esta incoherencia es obvia, para Liborio no lo es. Liborio en su pueblo pasa por un progresista, y si alguna vez había pensado en el asunto ya lo había olvidado. Imagínese cuán enraizadas estaban esas costumbres. Se podría incluso hablar de una cultura de domésticas, donde la vida sin ellas era inconcebible.

El pueblo de "El Contradictorio" no deja de tener similitudes con nuestra República Dominicana. A los dominicanos se nos pueden reprochar muchas cosas, pero la falta de humor no es una de ellas. De hecho, a veces se hace difícil diferenciar entre lo que es serio y lo que es un chiste. Las razones para ello son seguramente múltiples y complejas. El dominicano tiende a decir verdades en forma de broma. Se podría pensar, de un punto de vista paternalista, que la culpa la tiene la clase dirigente, y esto, claro está, porque los gobernantes se toman la Constitución como un chiste.

En República Dominicana miles de mujeres trabajan como servicio doméstico por un salario muy por debajo de la Canasta Familiar (y mejor no hablemos del seguro médico). Un gran porcentaje de ellas, debe dormir en la casa del "Don", para darle un sabor dominicano al ancestral "Amo". Si a estas señoras y señoritas (pues las hay hasta menores de edad) se les pagara por  hora constituyeran el grupo empresarial más grande de América Latina y la sede sindical, si existiese, fuese más grande que el Palacio Nacional. Gracias a Dios que esa posibilidad no pasa de ser una pesadilla de la clase burguesa.

 El número de empleadas domésticas es directamente proporcional a las desigualdades sociales (mi pecado al tomar el ejemplo femenino no es la discriminación, sino las estadísticas). Las personas que crecen en culturas como la dominicana terminan por tener la íntima convicción de que existen dos tipos de personas: las que nacieron para ensuciar ropas y las que nacieron para lavarlas. El grupo más pequeño, que es el primero, parece no enterarse nunca que hay ciertas tareas cotidianas de las cuales uno solo se libra muerto. Que así mismo como cada quien debe encontrar la forma de ganarse la vida, cada quien debe de limpiarse el fundillo después de usar el inodoro.

Una de las virtudes de las sociedades desarrolladas es recordar a cada individuo que los lujos y comodidades se pagan caros. Los impuestos cobrados a los que se pueden ofrecer una vida de primera clase servirán para disminuir la distancia entre ellos y las clases más bajas.

Visto que no tenemos igualdad, agradezcamos que nos quede el chiste…