Todo aquello que se esconde bajo las estrategias injustificables de una mala consciencia cultural, arrastra el testimonio, la incertidumbre de una abyecta historia que, como hemos sugerido en otros textos, crea la tendencia socialmente disociadora de un sujeto cuyo argumento culturalista es el pliegue, el ropaje de la duda en el cuerpo de una falsa historia.

Sin embargo, la importancia de los archivos que registran la barbarie de un pensamiento que es, a su vez, presencia práctica del argumento autoritario y del juicio ad hominen, permite entender la fractura misma de un orden moral que a cada paso de lo social y lo cultural se desnuda, se presentifica como lo que verdaderamente es: el imperio reinante de la amoralidad.

De ahí también sus huecos, sus huellas, su apariencia de verdad y sobre todo la tartamudez como obstáculo de su trazado. ¿Cómo así? Pero, ¿no era “tangible” su estatuto disociador y sobre todo deudor de la sospecha, del “chancro histórico” y el pathos de la deshonradez ejemplar? El energúmeno se pudre hasta convertirse en un cadáver, hueso y desperdicio.

El sentido del camorrista, del ironista, se va deshaciendo como vergüenza y estado descompuesto de su formato, su factura pseudopatriótica en el lugar de la mentira histórica.

Tanto el retrato como la etopeya de dicho “patriota”, crean un borde y un reborde perniciosos, el perjurio y el desagüe de una “ética vergonzante” y ruinosa de su representación pública. Por lo demás, el relato que se produce desde su inscripción, el vomitivo propio de su maldad o “maldades” sociales, el retorno constante a la “mendacidad” y el expurgo fascistoide, están ahí, frente a nosotros. ¿Épica o novela? ¿Tipología o Historia? ¿Alegoría o Filología? ¿Historia o Historiografía?.

Se trata, pues, de una biografía de la boca oscura, turbulenta de la repetición, de lo mismo “que ataca la diferencia”, el ir y venir de lo políticamente siniestro, acusador, fabulador, monotemático, parasitario, en fin, se trata del lenguaje y de la lengua que se han prestado a servirle a la ultraderecha como función y verdugo; vieja lengua dictadora y prostituta cuya inscripción vacila entre lo popular y lo culto, entre lo “correcto” y lo incorrecto, entre la crápula y la alcurnia, entre la corrección y la corrupción. Esa perversa lengua que quiere siempre estar al lado de Dios y al lado del Diablo, esto es, con Dios y con el Diablo; que nuestra educación y nuestra moral usan “correctamente” para premiar, invalidar y “hacer justicia” desde cierto discurso oficioso y oficial.

En efecto, desde el nivel de su oficialidad, el ironista y el mentiroso de la “ciudad letrada”, recurre a un relato cuya invención etnopolítica repite como figura, como defensa a la soberanía (con mayúscula y con minúscula), en el espacio de la sinrazón y de la representación pública.

En tal sentido, asistimos a la fiesta de la Alegoría contra la Filología, de la moral contra la lengua, de la lengua contra la moral, de la escritura del lastre y la “escritura del desastre”, según Maurice Blanchot.

¿No se trata, a lo mejor, de una pelea entre la Desidia y la Memoria, entre el tropo y lo real, entre el cuerpo y su fantasma, entre la Historia y el sujeto de la historia?

El protocolo y la vestimenta del sujeto que agrede y transgrede la condición de lo humano se exhiben como estrategia y por lo mismo dicho sujeto existe como individuo “único” de lo mismo, de su yo medible, “infalible” y susceptible siempre de quebrarse, disolverse en un discurso que quiere ser irónico y humanístico al óleo dictatorial y social. De esa manera, el mismo sujeto se responde en el lugar de lo político, lo literario, lo totalitario, desde la obesidad y el grosor de su ejemplo degradante y degradado.

En efecto, lo elegante, y lo correcto de su escritura, su lengua y su derecho, su retórica y el histrionismo que lo “engalanan”, surgen de un obstáculo de la ultraderecha, lo “ultraderecho”, la “ultracorrección” y ante todo, de su buen uso del idiolecto, el sociolecto y el tecnolecto ultraderechista. He aquí la escena de una inscripción y una escritura de la impresión y la re-presión.

Al conocer el teatroide “robado” de un actor racialista, orgánicamente calificador, que divide la nación en dos clases (patriotas y traidores), asistimos a una defensa que se ha convertido en narrativa y narración de opuestos, encontrados y asumidos en una dialéctica concebida como prueba de una política “homicida” que se reconoce en el espanto de la fatalidad cultural. El llamado “pensamiento”, en su barbarie, se transforma en exterminación, degollina racialista, asesinato étnico, expurgo y expulsión decretada, acusación histórica, instinto agresivo de persecución, acusación y demostración “culturalista” del llamado integrismo nacional.

Así pues, todo este archivo recoloca, re-ubica y re-conoce el acto de ley, normalización y legalidad en la verdad “única” del yo infalible, sensible, y santificador de un supuesto “lingüista” e “historiador” especializado en un solo tipo de tema, de inmigración y de inmigrante: el haitiano.

La historia y su historia, en este caso, han sido y son la misma. Pues el sujeto envenena las aguas de la razón para que la verdad “perezca” y “desaparezca”. Su estilo es el que real y efectivamente conocemos como agravante y uso político-cultural. La suma de sus catálogos ideológicos lo presenta como el “historiador” de la tragedia, donde la patria y el patriota son entregados a la “dictadura del débil”, esto es, a ese otro “maldito” que nos quita empleos, nos enferma, ocupa nuestros hospitales, nos ofende, afecta nuestro sistema sanitario, daña nuestra agricultura, infecta nuestro medioambiente, nos desacredita y nos agravia teniendo como cómplices a las ONG y a los traidores internos, nos quiere “sacar” de nuestro territorio y apoderarse de nuestra soberanía, tiene el apoyo de nuestras autoridades y el Gobierno Dominicano que entrega nuestra soberanía; ellos se llevan nuestros dineros y los invierten en bancos extranjeros, crean la “diplomacia del débil”, nos ocupan cada día, violan nuestras leyes, irrespetan nuestras normas, atacan nuestros modos de vida, son defendidos por los jesuitas que “odian” a los dominicanos, “en fin”… ¿Cuál sería la fatalidad de este “hiperactor” nacionalista? ¿Qué nos quiere mostrar con su sobreactuación patriótica y “correcta” a favor de nuestra República?

La travesía de un sujeto conocido por su condición de camorrista político y luchador infatigable contra todo lo haitiano, presenta síntomas evidentes de una dolencia conocida como “haitianopatía” que se revela principalmente en la lengua-lenguaje exhibida como función fantasmática donde el símbolo y la alegoría, tal y como ya lo hemos destacado, pelean contra la Filología, la Ética, la Academia, la Deóntica de la validez y la crisis.

Finalmente, lo que queremos subrayar en este ensayo es una tendencia social y cultural de nuestra actual crisis moral, institucional y biopolítica; los significantes-significados, las imágenes de mundo de nuestro presente histórico y sus sincronías convertidas en eventos desde un relato historiográfico e iconográfico que insiste en acreditar una historia mal contada, mal propuesta e incalificablemente mal inventada.

Se trata, en este sentido, de una trampa construida por la llamada moral “correcta” y “elegante” de la lengua-lenguaje que asegura su estatuto de poder, autoridad y autoritarismo. El manejo de estrategias y campos discursivos en la política y en la sociedad dominicana actuales, revela un obstáculo ideológico de la llamada moral de una historia trágica, subsidiada por una Historiografía y una Iconografía del desastre generado por el Estado-gobierno imperante, por encima y por debajo de “lo dominicano” y los dominicanos de nuestros días.

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