Guillermo Moreno, el presidente del Alianza País, ha publicado hasta el momento seis artículos con el título de Crónica brevísima de la corrupción y la impunidad, en ellos se señalan de manera sucinta pero bastante aclaratoria numerosos casos de dolo, robo, estafa, sustracción, desfalco, cogioca, meter la mano, llevarse los  cuartos, o como quiera llamarse en lenguaje formal o en argot popular y que en definitiva todo significa lo mismo: apropiarse indebidamente del patrimonio del Estado que a su vez es de todos los ciudadanos quienes son los que lo han aportado con mucho esfuerzo y sacrificio.

Leerlos produce por lo menos dos escalofríos de esos que recorren las espaldas y llegan hasta donde pierde su honesto nombre. Uno, el de la cantidad de dinero involucrado que sumando todos ellos y los que de seguro faltan, dan cifras bestiales, auténticamente bestiales, con las cuales se hubieran podido solucionar una gran cantidad de necesidades sociales cuyas deficiencias arrastramos durante décadas.

Con esos dineros, con los miles, miles, y más miles de millones, hubiéramos tenido sin duda mejor educación, mejor sanidad, mejores infraestructuras, mejores pensiones de vejez y muchos ¨mejores¨ más. Es decir, la corrupción -y lo sabemos todos de sobra pero con frecuencia tendemos a normalizarla – ha lastrado el desarrollo del país, y por los culpables deberían ser considerados que han cometido además de un robo, Alta Traición a la Patria, independientemente de lo que digan las leyes de manera específica sobre cada uno de estos tipos de delitos.

Los corruptos  y corruptores no solo han robado dinero de las arcas públicas, han robado muchísimo más: la educación de niños y adultos, han robado la salud y por ende la vida física y real de muchas personas, han robado una existencia más confortable para muchos envejecidos, y han robado las posibilidades de un futuro mejor para numerosas personas vulnerables que podían haber avanzado hacia una mejor posición social y económica.

El segundo escalofrío viene de observar los resultados que se obtiene en caso de llevarlos a las instancias judiciales, se retiran las demandas, los no ha lugar taxativos de los jueces, no hay indicios de pruebas, además los casos que no se investigan, los que se dejan en el aire o en el dulce olvido del tiempo y prácticamente nadie paga por sus delitos, tejiendo así una gran red de impunidad protectora para estos audaces trapecistas que no dudan en dar dobles y triples saltos mortales para coger ágilmente dineros que no les pertenecen. Y además un gran aliciente para que otros muchos  ingresen en este club tan exclusivo del gansterismo estatal de cuello blanco y manos sucias desde sus elevadas e influyentes posiciones políticas.

Guillermo Moreno está haciendo un buen y necesario trabajo de recopilación, y sobre todo el de recordarnos la saga de corrupciones más notables acaecidas en el país, porque debe haber otras muchas sumergidas de las que no se han sabido ni se conocerán públicamente.

Esta crónica brevísima viene a ser otro álbum de la corrupción como aquel que en su tiempo editó el PLD y que tuvo que comérselo él mismo aderezado con mucho vinagre al subir al poder después, y unos aldabonazos a la conciencia y a la memoria de todos que por comodidad o exceso de sobrecarga de este tipo de escándalos tiende a aflojarse con el paso del tiempo. Pongámosle su debida atención.