“Fantasías Oníricas de don Pedro Henríquez Ureña” de Dionisio Blanco representa una visión, la utopía y la eutopía que desde el pensamiento quiere absorber el artista en los tiempos del arte y la intencionalidad de la obra.  Si observamos los ámbitos composicionales del cuadro, podríamos situar sus líneas de significación en cinco focos alegóricos y constitutivos: el hombre, la siembra, el paisaje, el universo del pensamiento y el cuerpo de la razón.

Lo que mira Pedro Henríquez Ureña en esta obra de Dionisio Blanco son los núcleos fundamentales de la existencia caribeña y continental, esto es, el vivir del hombre en la naturaleza y la cultura.  Casas y árboles, horizontes insospechados, sembradores que también cosechan  frutos, ideas y esperanzas en un espacio-tiempo de la visión especular.

Los tres cuadros dentro del cuadro en el marco de una puesta en abismo, constituyen tres cardinales de significación abiertas al pensamiento del humanista dominicano.  Fantasías Oníricas de don Pedro Henríquez Ureña (2002), realizado en acrílico Óleo/lienzo, motiva desde la figuración poética una inscripción y una estructura de pensamiento ligadas a la idea de independencia y personalidad cultural.

Si la aplicación de la gama colorística extiende el suplemento pictórico a la mirada del espectador, el cromatismo o, más bien, las cromías visibles en grados y fases de desarrollo del cuadro, tienden a propiciar el sentido de la cultura en la travesía de la mano y el espíritu.  Como ya hemos observado a propósito de este cuadro, los bordes, centros y estructuras temático-formales, organizan lo visto y la visión como sentidos del cuadro.

El elemento cósmico ligado a la espacialidad vegetal y bioenergética, conduce desde las claves a la inmersión y a la centralidad de los signos convergentes y dicentes relacionados mediante las líneas definidas y articuladoras de la representación.  El arte de Dionisio Blanco es un arte de signos, espacios, conjunciones sorpresivamente mágicas y fantasmáticas.  Las fases de implementación de un sentido de la pintura y el pintar se hacen visibles en la materia-lenguaje de la visión.

Astronomía, cosmografía y philosophia se contextualizan en una narrativa cuyos fragmentos articulan una materia simbólica justificada en tiempos, forma e intencionalidad.  El trazado pictórico organiza el tema y la figuralidad suplementaria en los cuatro focos configuradores de la sustancia pictórica y perceptosensible del cuadro.

La particularidad que revelan los datos figurativos y remáticos de la obra, supone la cultura de los signos y una elocuencia de la significación pictórica organizada también en el cuadraje de la interpretación y de la historia cultural que abrazó siempre el maestro PHU.

El tipo de artisticidad que moviliza la significación de la obra, enuncia los culturemas o grandes unidades de cultura-sociedad, activados en cada cuadraje y determinación estética y axiológica.  La misma presentificación emblemática de Pedro Henríquez Ureña aspira a lo que induce la mirada en razón, convencimiento y “decibilidad” identitaria.  Mediante una cardinal de simbolización, las entidades del mundo natural y del sujeto antropológico, motivan una interpretación generadora de espaciamientos líricos y argumentos pictóricos.

El lirismo surreal expreso del color, posee en este cuadro su correlato y estabilidad.  En la forma, o más bien, desde la figuralidad el cuadro, entramos en un contexto de legibilidad que “dice” su propio contenido, su puntual mensaje visual a partir de la imagen de Pedro Henríquez Ureña.  Es precisamente en esta línea de conjunción de la forma-sentido del cuadro, donde podemos destacar la relación retrato-etopeya, debido al contacto existente entre naturaleza, cuerpo, mundo celeste o mundo del pensamiento.

Las idealidades planteadas por Dionisio Blanco en estas “Fantasías Oníricas de don Pedro Henríquez Ureña”, participan de las entidades y presencias de varios mundos compartidos por el personaje y el artista.  En el cuadraje superior izquierdo de la pieza, el sembrador observa un horizonte como actitud ante una realidad de los elementos naturales.  Pero en el cuadraje superior derecho, el sembrador carga su saco de ideas, pensamientos, escrituras, mensajes, cartas y “humanas letras” en el contexto de un cosmos penetrado a su vez por puntos siderales que representan símbolos e ideas.

Sin embargo, en el compositum de centro articulado sobre la base de una idea-eje, encontramos una direccionalidad de pensamiento marcada por la mira diurna y segura de Pedro Henríquez Ureña. Nuestro humanista está situado en las alturas del pensar, pero aunque las nubes y el espacio cósmico sugieren “fantasías”, éstas no conforman sólo veleidades o escapes, sino más bien, motivos tutelares y formas sensibles surgentes de una matriz filosófica definida y estable.

La composición de centro, en este caso, emite y proyecta ese mundo soñado por Pedro Henríquez Ureña, y que el pintor plasma como forma o modo de rescatar el mensaje fundamental de una utopía asumida en los Seis ensayos en busca de nuestra expresión, en la Historia de la Cultura en la América hispánica y en Las corrientes literarias en la América hispánica y sobre todo en lo que asumió como La utopía de América.

La combinación de los datos figurativos por parte del artista, y, sobre todo las intensidades proyectivas del cuadro, hacen que el valor simbólico se acentúe como signo-sustancia-expresión.  La estabilidad de un lenguaje de significación, ligado a un lenguaje de conversión y comunicación, genera en la estructura o estructuras de profundidad del cuadro una semántica implícita de la visión creacional.

Las tonalidades, intensidades y equilibrios del color producen, en conjunción, el ambiente o esceno-grafía del cuadro desde una perspectiva pictorial pronunciada en el contexto del dinamismo que organiza los elementos, espacialidades y por lo mismo el tiempo de la visión artística.

Al tomar la persona y la personalidad de Pedro Henríquez Ureña como base de producción y reflexión, Dionisio Blanco hace realidad un punto de artisticidad en la definición humanística de la imagen, un emblema, un campo imaginario y una utopía que es también fantasía-visión y cuerpo-símbolo de una heredad intelectual.  La etopeya y eutopía creadas por nuestro artista, revelan mediante el retrato, una concepción y al mismo tiempo una creencia en las ideas de Pedro Henríquez Ureña sobre nuestra identidad cultural continental.

En los últimos veinte años cierta exegética sobre la vida y obra de Pedro Henríquez Ureña, ha convertido su obra a una lectura interna y contextual.  El hecho de que el pensamiento crítico-cultural de nuestro humanista haya sido objeto de múltiples interpretaciones, invita a tomar en cuenta, y, sobre todo, a reinsertar su obra en una era llamada global, siendo así que las identidades a las que se refería este maestro de América, exigen hoy su lugar frente al hecho muchas veces negador de las identidades-diversidades de América.

Hoy como ayer, la vida del pensamiento crítico de Henríquez Ureña reclama un espacio de solidaridades histórico-culturales, instruido en el contexto de una libertad y una utopía fundadora, constituida a su vez como territorio del arte, la cultura, el lenguaje y la visión originaria. Es en este sentido que se producen los acentos y ejes de una concepción del ser y el saber culturales, en la perspectiva de un humanismo democrático y crítico fundamentado en la obra, su camino, recepción y enraizamiento simbólico-axiológico.

En este sentido, “Fantasías Oníricas de don Pedro Henríquez Ureña” de Dionisio Blanco, asume y pronuncia una inscripción abierta al arte, a los espacios sentientes y reveladores del maestro.  El mirar, lo mirado, el pintar y lo pintado, revelan una interpretación y un modelo axiológico a partir del pensamiento y la visión de Pedro Henríquez Ureña.